"Episodios de septiembre de 1830 en la Grand Place de Bruselas" |
"El año 1830 -escribe Brita Velghe- estuvo marcado por el fervor revolucionario". En París, a través de la revolución de julio, terminó el dominio del rey Carlos X. Delacroix pintó "La libertad guiando al pueblo" y en Bruselas, por su parte, durante unos días de septiembre, se dieron los episodios que llevarían al fin del dominio holandés sobre las provincias del Sur (Bélgica), dominio que se había impuesto en el Congreso de Viena durante 1815. El pintor Gustav Wappers -sigue diciendo Velghe- pintó un gran lienzo al óledo recordando dichos episodios (444 por 660 cm.) en 1835. Le fue encargado por las nuevas autoridades blegas y el artista exaltó en él la revolución independentista del nuevo estado. Durante su estancia en París en 1828, Wappers habría frecuentado los ambientes revolucionarios y se había impregnado de ese sentimiento.
En la noche del 25 de agosto de 1830 se representó en el teatro de la Monnaie de Bruselas una de las óperas de Auber, tituada "La chica muda de Portici". Durante el cuarto acto el canto sagrado de amor a la patria se extendió en forma de insurrección por todo el país. El 23 de septiembre el ejército holandés entró en Bruselas y avacuó la ciiudad al amancer del 27, después de cuatro días de lucha. En una composición piramidal Wappers refleja los episodios en los que los ciudadanos de Bruselas son homenajeados. Un ex alumno de la Academia de Amberes, Wappers -dice Velghe- sería el que desencadenase el movimiento romántico belga rompiendo con el neoclasicismo y recogiendo la elocuencia pictórica de Rubens: en efecto, los personajes amontonados, uno muestra un panfleto desde lo alto, otros hacen sonar sus tambores, algún capitán a caballo, mujeres que se suman a la revuelta y sufren las heridas, niños que se balancean, la bandera se quiere ondear, el cielo brumoso, los edificios capitalinos...
El pintor tenía poco más de treinta años cuando realizó esta obra y ya en 1830 había pintado "La devoción del burgomaestre de Leiden". Luego trabajó en Amberes, para el rey Leopoldo y para el rey francés Luis Felipe de Orleáns. No podrá negarse que supo conectar con el espíritu de la época que le tocó vivir; no con el sentimiento revolucionario de 1848, pero sí con el más templado y romántico de 1830.
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