Parece tener razón el historiador
Gabriel Cardona cuando dice que fue durante el régimen fascista del general
Franco cuando el ejército aprendió a obedecer, es decir, fue disciplinado, más
allá de que el dictador tuviese algunos opositores en el ejército que poco o
nada asomaron la cabeza. El mismo autor considera, en su libro “El gigante
descalzo…”, que el ejército de Franco fue muy eficaz para mantener la represión
de la población en el interior del país, pero nulo para ganar una sola batalla
en el exterior.
La División Azul en Rusia ya
sabemos el casi nulo papel que representó a las órdenes de los militares nazis;
cuando la guerra de Ifni en 1957, la derrota del ejército español a manos de
irregulares marroquíes habla por sí sola; en 1975, cuando la “marcha verde”
organizada temerariamente por el rey Hassan II, el ejército español hizo el más
espantoso ridículo, si bien bajo la batuta de un Gobierno en retirada.
Durante las casi cuatro décadas
del régimen franquista, más fascista al principio y más católico después, pero
siempre cruel, el ejército español abandonó la tradición de indisciplina que le
había caracterizado durante todo el siglo XIX y el XX hasta 1939, cuando
finaliza la guerra civil. Porque cuando se restablece la democracia en España
con la Constitución de 1978, el ejército español (o parte de él) vuelve a las
andadas e intenta un golpe de estado en febrero de 1981. Fracasado, se hizo
patente que el ejército de Franco estaba vivo y que su integración en la
democracia iba a costar, a pesar de las generaciones de militares que habían
ido pasando.
El ejército español que luchó en
América y contra el invasor francés a principios del siglo XIX no era moderno
para la época. La prueba es que tuvo que ser ayudado por el inglés y por las
diversas partidas guerrilleras que, muchas veces, se constituyeron a partir de
desertores. Los intentos de restablecer el liberalismo contra Fernando VII ya
se dan durante el sexenio que va desde 1814 a 1820, triunfando la conjuración
de Riego en este último año, pero durante el trienio entre 1820 y 1823 hubo
también intentos de reponer por la fuerza al rey en su poder absoluto. En lo
que quedaba de siglo otro tanto de lo mismo, con Espartero, con Narváez, con O’Donnell,
con Diego de León, Prim, Martínez Campos, Villacampa y otros que sería prolijo
citar aquí.
El ejército español se sintió
protagonista de la política española durante los siglos XIX y XX por diversos
motivos: porque estaba dividido aunque lo más granado de la oficialidad
estuviese en el campo liberal; porque los partidos políticos, débiles y de
minorías, delegaban con frecuencia en el apoyo de mandos militares para “conducir”
una situación en un sentido o en otro; porque la sociedad estaba formada en su
mayoría por campesinos, artesanos y pequeños comerciantes con poca capacidad y
formación para la iniciativa.
El régimen de la Restauración
borbónica, contra la mucho que se ha escrito, estuvo tutelado por el ejército
(por Martínez Campos mientras vivió) y por otros militares más tarde, sobre
todo cuando el rey Alfonso XIII tuvo al ejército como eje de su política. Así
se explica el golpe de Primo de Rivera en 1923, los intentos durante su
dictadura en los años veinte, la intentona de Sanjurjo ya durante la II
República y de los militares que desencadenaron la guerra civil en 1936. Cuando
esta acabó tres años después, la calma y la disciplina en el ejército español
reinaron por largas décadas.
El dictador Franco siempre tuvo a
militares de alta graduación en puestos de responsabilidad política y
económica, desde principio a fin de su régimen. La corrupción en el ejército
empezó ya con la “caballería de San Jorge” (ver aquí mismo) y los sobornos de
la diplomacia británica a algunos generales franquistas. Continuó con el
pluriempleo dándose a muchos militares, de alta y baja graduación, puestos para
soportar los bajos sueldos que la mayoría cobraban. Mientras tanto no se les
molestaba, pues el nivel de exigencia profesional era mínimo, las dotaciones en
material quedaron paralizadas hasta la segunda mitad de los años cincuenta
(reconocimiento por parte de Estados Unidos) y el ejército franquista siempre
se consideró el verdadero ganador de la guerra, ni Falange, ni los carlistas,
ni los católicos, ni nadie más que el ejército; ello sin perjuicio de que hubiese
militares falangistas, monárquicos, carlistas, etc.
No se puede considerar a la
tardía Unión Militar Democrática, fundada por el historiador y militar Cardona
a quien he citado, como una amenaza para el régimen: este estuvo siempre bien
apuntalado por un ejército sumiso y disciplinado respecto del dictador… y por
si fuera poco la Iglesia echó una importante mano para legitimar el privilegio
del que también participaba.
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