Isla del Trocadero (Cádiz) |
La rápida progresión de
los franceses obligó a pensar en el traslado del rey, de Sevilla a Cádiz, donde
se podía organizar una resistencia seria, pero el rey alegó que quería
consultar este asunto al Consejo de Estado, que no se pronunció claramente, lo
que sirvió al rey para negarse a su traslado. Lo cierto es que Fernando VII
sabía que se preparaba en Sevilla una conspiración para liberarle y quería
esperar sus resultado (en ello estaban el general Downie y el coronel Cabanas).
Mientras tanto el gobierno se empeñaba en frenar a los exaltados del ejército y
la milicia, que querían llevarse al rey sin atenerse a legalismos.
De acuerdo con el
artículo 187 de la constitución, las Cortes suspendieron temporalmente al rey
en sus funciones (por un solo voto de diferencia), y se nombró una regencia
provisional integrada por los generales Valdés, Ciscar y Vigodet. El rey y su
familia hicieron el viaje a Cádiz por tierra, escoltados por el regimiento de
Almansa y por la mayor parte de la guarnición. Mientras tanto, en Cádiz, se
produjeron serios desórdenes por parte de delincuentes comunes y absolutistas,
mientras que en el camino se oyeron gritos de milicianos de “mueran ya todos
los Borbones”. Vicente Minio, previendo tiempos difíciles para los que se
habían comprometido con el liberalismo, y deseoso de hacer méritos ante el rey,
le dijo que había una conspiración para asesinarle, algo que a Fernando VII
costó poco creer. La reina Amalia confirmó luego estos temores: “Fernando nos
explica que el día 13, mientras iban de Utrera a Lebrija, los vehículos que
llevaban a la familia real quedaron detenidos más de media hora en medio de los
olivos”. La reina dice que el ejército estaba dudando sobre que debía hacer con
la familia real.
Pero Fontana tiene la
descripción más objetiva del general Copons: había pantanos que impedían la
marcha. La princesa de Beira fue afectada de una convulsión pero siguieron el
viaje a Lebrija… En Cádiz el rey no fue victoreado, mientras que algunos vivas
se dirigían a Riego. Cesó entonces la regencia y el rey recuperó el poder. En
Cádiz, donde había nacido la constitución, reanudaban las Cortes sus sesiones,
menguadas por algunas deserciones y desanimadas por un hecho sospechoso: el
embajador inglés, William A’Court, representante del único gobierno con el
apoyo del cual creían contar los liberales, no les siguió a Cádiz, sino que se
quedó en Sevilla.
A mediados de junio se
reunieron en Cádiz 110 diputados (luego serían 118) que manifestaron su
voluntad de resistir. La ciudad contaba con víveres debido a la ineficacia del
bloqueo naval francés, pero los franceses consiguieron dominar la península de
Matagorda, pero ni fue un combate importante ni se puede decir que modificase
la situación de pocos días antes.
Las Cortes, mientras
tanto, celebraron seis sesiones entre principios de agosto y finales de
septiembre, pero los militares españoles fueron pesimistas cuando perdieron el
castillo de Sancti Petri, para lo que los franceses bombardearon Cádiz desde el
mar. Los ministros intentaban convencer al rey para que prometiese alguna forma
de gobierno representativo, igual que Angulema, que le pidió una amnistía y
convocase las antiguas Cortes. El rey se entrevistó con el ministro Luyando,
donde se resistió a ofrecer instituciones representativas, el cual pretendía
tan solo un pretexto para intentar el acercamiento de posiciones y el término
del conflicto. El ministro de la Guerra, en medio de la confusión, se suicidó.
Angulema, por su parte,
escribió el jefe del gobierno francés, Villèle: “lo que los atormenta sobre
todo [a los liberales que negociaban su rendición] es el artículo de las
garantías, porque dicen que no hay nada más falso que el rey, y que, a pesar de
sus promesas, sería capaz de hacerlos colgar a todos”. En efecto, cuando el rey
fue repuesto en su poder absoluto, se desató una represión feroz, pero no
solamente por su voluntad, sino por la de autoridades locales absolutistas,
contra las que tuvo que luchar Angulema con su ejército de ocupación, que
deseaba un régimen como el francés de Luis XVIII para España.
Antes, los generales
Álava y Valmediana quisieron negociar con Angulema en el Puerto de Santa María,
pero este se negó diciendo que solo trataría con el rey. El jefe de gobierno,
Calatrava, explicó a las Cortes este fracaso y propuso que se disolvieran y
devolvieran al rey su plena autoridad, pidiéndole, eso sí, un perdón general. A
finales de septiembre, Manzanares[i] y
Yandiola entregaron al rey este manifiesto de perdón, que el rey firmó sin
dilación, pero sin intención alguna de cumplirlo, como ya hemos dicho. Luego,
el rey y su familia embarcaron para el Puerto de Santa María, donde estaba el
mando general francés. Manzanares se dispuso a descansar en un balneario,
prueba de que no sabía la represión que esperaba, pero pronto tuvo que huir
como todos los liberales significados que se encontraban en Cádiz. Los
diputados empezaron a partir hacia Gibraltar, donde se reunieron en aquellos
primeros momentos unos 400 refugiados españoles. Valdés y Ciscar, que se habían
quedado en Cádiz, descubrieron que habían sido condenados a muerte por el rey y
tuvieron que huir. Mesonero Romanos, miliciano entonces que había acompañado al
rey a Cádiz, tuvo que hacer un penoso viaje de regreso a Madrid, sufriendo mil
atropellos en los pueblos de tránsito. A las puertas de Madrid estuvo a punto
de morir Manuel Rivadeneyra, el futuro editor de la Biblioteca de Autores
Españoles…
Rendido el gobierno
constitucional de Cádiz, aún hubo resistencia, de forma que la guerra acabó con
una serie de pactos, como el de Alicante (rendida en noviembre) o en Cartagena,
donde Torrijos tuvo que capitular. Barcelona, Tarragona y Hostalric resistieron
hasta el final, pero Mina, dándose cuenta de que la situación era desesperada,
consiguió a principios de noviembre un acuerdo honorable de rendición de
Barcelona, Tarragona y Hostalric, que garantizaba que no se molestaría a los
soldados, oficiales ni milicianos y que se concederían pasaportes para los que
quisieran salir de España.
Quienes dieron su apoyo
a Angulema fueron el clero y las clases bajas, pero propietarios, clase media y
parte de la nobleza apoyaron el régimen liberal. La victoria de los franceses –dice
Fontana- se vio facilitada por la traición de los Morillo, La Bisbal y
Ballesteros, pero la responsabilidad de los ministros encerrados en Cádiz no
fue menor. Hubo, además, corrupción: en junio de 1823 Villèle dijo al duque de
Angulema que recibiría 100.000 francos mensuales para gastos secretos. Cobraron
algunos miembros de las Cortes y otros jefes constitucionales en un monto total
de casi dos millones de francos. El general Foix
reconoció en 1825, que buena parte de los doce millones de francos que
figuraban en las cuentas como entregados al rey y a la regencia de España, se
habían utilizado como “medios de corrupción”. Caso aparte es el dinero
entregado personalmente a Fernando VII por Ouvrard (hombre de negocios francés), que admitió que en 1823 le
había hecho llegar dos millones de francos en oro.
Pero la corrupción no
lo explica todo (no todos recibieron dinero, como lo demuestra la pobreza con
la que vivieron muchos en el exilio). Hay que tener en cuenta también las divisiones
internas de los liberales, que se tradujeron en una guerra ente masones y
comuneros. Esto a su vez dificultó la política agraria que hubiese atraído a
buena parte de la población; se perdió también la oportunidad que hubiera
representado una desamortización más ambiciosa. Por el contrario, la política
tributaria de los liberales cargó sobre los campesinos con nuevos impuestos: “vino
la constitución y nos hizo mucho daño: robos de pagos”, dice un campesino de
Masquefa (2) en sus memorias. Se impuso la interpretación de la constitución de los
propietarios, que no satisfacía ninguna de las aspiraciones que querían la
abolición inmediata del feudalismo y de los derechos señoriales, la reparación
de las usurpaciones sobre la propiedad y el fin del diezmo.
El rey y sus familiares
desembarcaron en el Puerto de Santa María el 1 de octubre de 1823, siendo
recibidos con toda pompa por el duque de Angulema, la alta oficialidad
francesa, el príncipe de Carignano (3) y una serie de dignatarios españoles, entre
los que figuraban, como enviados del gobierno de la regencia, Víctor Damián
Sáez (4) y el duque del Infantado, a los que Angulema había mandado que esperasen
en Jerez, pero que acudieron al puerto a escondidas.
[i] Ministro
de la Gobernación.
(2) Al sur de la provincia de Barcelona.
(3) Regente de Cerdeña desde 1821, una sublevación le obligó a conceder una carta por la que se recortaban sus poderes. En 1831 se convirtió en rey de Cerdeña.
(4) Eclesiástico ultraabsolutista, fue canónigo de Sigüenza y de Toledo, obispo de Tortosa y privado de Fernando VII.
(2) Al sur de la provincia de Barcelona.
(3) Regente de Cerdeña desde 1821, una sublevación le obligó a conceder una carta por la que se recortaban sus poderes. En 1831 se convirtió en rey de Cerdeña.
(4) Eclesiástico ultraabsolutista, fue canónigo de Sigüenza y de Toledo, obispo de Tortosa y privado de Fernando VII.
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