jueves, 2 de enero de 2020

Ovidio en el Ponto


 
Sulmona, en el centro de Italia
El emperador Augusto, que no pocas veces actuó como un dictadorzuelo, se empeñó en castigar al poeta Ovidio a vivir en Tomis, antigua colonia griega situada donde hoy se encuentra la ciudad rumana de Constanza, en la costa occidental del mar Negro. La causa fue una acusación sobre Ovidio de que había comentado o publicado ciertos asuntos internos de la familia del emperador, lo que no está atestiguado.

Ovidio nació un año después de la muerte de César (43 a. de C.) y murió tres años después que Augusto (este en 14 d. C.) pero, aún así ni esos tres años de diferencia sirvieron para que el poeta pudiese regresa a Roma, muriendo en la antigua colonia griega desde donde escribió una serie de cartas dirigidas a varias personas, por si podían influir para que se le levantase el castigo.

La primera carta la dirige a Bruto[i], alguien muy distinto al asesino de César, al que dice que “si recelas acoger mi persona, acoge las alabanzas de los dioses y recibe mis versos borrando el nombre del autor... Aunque me favorezcan los dioses, y entre ellos el más visible a los ojos de los mortales, tal vez me libren de la pena, nunca del remordimiento de mi culpa. Cuando me llegue la última hora pondrá término a mi destierro…”.

La segunda carta la dirige a Máximo[ii], amigo suyo, diciéndole: “¡Ay de mí!, ¿qué haré? Recelo que leyendo mi nombre te disgustes y leas el resto con displicencia…”, consciente Ovidio de que escribiendo a su amigo podría comprometerlo: “Si alguien viera esta epístola, ¿me atreveré a confesar que yo te la he escrito y que he vertido lágrimas sobre mi propio infortunio? Sigue diciendo que está “rodeado de enemigos y en medio de los peligros, como si al perder la patria [Roma] hubiese perdido mi tranquilidad… Añádase el aspecto del país, sin árboles ni verdor, donde el invierno sucede inmediato al invierno transcurrido, y ya es el cuarto que me fatiga luchando contra el frío…”.

A Rufino[iii] dedica su tercera carta: “Los últimos consuelos que de ti recibió mi alma abatida, alientan la esperanza del remedio de mis males”. Cita luego a Macaón, hijo de Asclepio en la mitología griega, que tenía el don de curar las enfermedades más graves, dando con ello idea del estado psicológico en que se encontraba, pero dice que “no siempre depende del médico el remedio del enfermo; el mal es a veces más fuerte que los recursos de la ciencia…”.

Escribe igualmente a su esposa[iv] (carta cuarta) diciéndole que “ya el transcurso de la edad cubre de canas mi cabeza y las arrugas de la vejez surcan mi rostro… Si de súbito me presentase a tu vista, no acertarías a reconocerme: tal me han parado los estragos del tiempo… Si mis años se contasen por el número de mis males…” y luego cita al legendario rey de Pilos, Néstor, de quien Homero en la “Odisea” habla como de persona vieja.

“Esposa fidelísima, –sigue diciendo Ovidio- mi carga es harto más pesada que la del hijo de Esón[v]. Tú también, que aún eras joven cuando abandoné la ciudad, [Roma] habrás envejecido con el pesar que te produce mi ausencia. ¡Ah! Permitan los dioses que pueda contemplarte tal como eres, estampar tiernos ósculos en tus mejillas desfiguradas, y oprimir en mis brazos tu débil cuerpo…”.

De nuevo escribe a Máximo (carta quinta) diciéndole que “aquel Ovidio que en mejores días no se estimaba el último de tus amigos, te suplica, Máximo, que leas sus renglones… Créeme, Máximo, estas líneas que repasas las escribe a su pesar mi mano, casi obligado por la coacción… y la Musa que invoco no desciende al país de los crueles Getas[vi]”. Y dice que es necesario perdonar a un corazón atravesado por el dardo cruel. “Recuerda todas mis obras; –continúa- hasta aquí ninguna me fue de provecho, y ojalá ninguna me hubiese sido perjudicial”[vii].

Otra carta la dirige a Grecino, amigo de la juventud, en estos términos: “Cuando supiste mi desgracia hallándote en tierra extranjera, dime, ¿se entristeció tu corazón? En vano lo disimularás, en vano temerás confesarlo; si te conozco bien, Grecino: te afligiste de veras… Mas ahora sólo me queda rogarte que me favorezcas, aunque te halles lejos, y aminores con tus consejos la pesadumbre de mi ánimo… No hay necesidad de sangre, sino de lágrimas, que templan en muchas ocasiones la cólera del príncipe…” (Augusto).

Una carta (la séptima) dirige a Mesalino, que puede fuese el hijo del orador Marco Valerio Mesala Corvino. Como probablemente era senador en el momento de la carta de Ovidio, y había sido cónsul, le consideró suficientemente influyente para mediar ante Augusto: “¿Cuál otro de tus amigos yace relegado a los extremos confines del orbe, excepto el que te suplica que le cuentes siempre en el número de los tuyos?... Desgraciado de mí si te ofenden estas palabras y niegas haberme contado un día en el círculo de los tuyos"” diciendo que vive entre los hielos y las flechas de los escitas, y que la vida que tiene es un “género de muerte” y que el enemigo nunca se cansa de amenazar por todas partes. Añade: “Si me concedes persuadirte acerca de lo que has de pedir, suplica a los dioses lo que pueden dar mejor que vender. Esto es lo que haces, y si mal no recuerdo, solías obligar a muchos con tus relevantes servicios”.

A Severo[viii] dirige una carta (la octava): “Vivo sin conocer un momento de paz, en continuos rebatos y luchas mortíferas, que promueve el Geta provisto de su carcaj. De tantos como residen fuera de la patria, [Roma] yo solo soy soldado y desterrado: todos los demás, y no los envidio, reposan seguros…Cerca de las riberas del Íster,[ix], conocido por dos nombres… ¡Oh, rey valentísimo de nuestra época!, ojalá tu mano gloriosa empuñe siempre el cetro… Me quejo, carísimo amigo, de que el estrépito de las armas venga a acrecentar mis dolores. Cuatro veces el otoño ha visto surgir las Pléyadas, [las siete estrellas Pléyades] desde que carezco de vuestra compañía sepultado en estas riberas infernales. No vayas a creer que Ovidio[x] suspira por las diversiones de la vida romana y, no obstante, las echa de menos con pesar”.

Luego dice pensar en su hija y su esposa, “y después me imagino que salgo de casa y paseo por los sitios más hermosos de la ciudad, y los recorro todos con los ojos del pensamiento y visito las plazas, los palacios y los teatros revestidos de mármol, o los pórticos de suelo igualado y el césped del campo de Marte, desde donde se contemplan jardines deleitosos, y los estanques…”.

Parece referirse luego a los paisajes de su tierra natal, Sulmona o Sulmo, en el centro de Italia, situada en el valle del río Gizio, donde antiguamente habían vivido los pelignos, pueblo primitivo. Recuerda los jardines plantados en las colinas “que sombrean los pinos, y se descubren en el punto donde la vía Clodia se junta con la Flaminia[xi], jardines que yo mismo cultivé sin saber para quién, y a los que solía, no me avergüenza confesarlo, conducir las aguas de la próxima fuente. Si existen todavía, –dice- allá se yerguen árboles en otros tiempos por mí plantados, pero cuyos frutos no ha de recoger mi mano”.

“Ojalá –continúa- me fuera dado reemplazar su pérdida cultivando aquí un huertecillo que entretuviese mi destierro. Yo mismo, si pudiera, apoyado en mi báculo, llevaría a pacer las ovejas y las cabras que trepan por las rocas; yo mismo descargaría el pecho de cuitas incesantes…”.

La novena carta póntica se la envía a Máximo, donde le dice ha recibido su carta en la que le anunciaba la muerte del amigo común Celso, lo que le ha hecho llorar. “Desde que habito el Ponto, –dice- no había llegado a mis oídos noticia tal dolorosa… Recuerdo mil veces el abandono con que se entregaba a las diversiones, y su probidad inmaculada en los negocios graves”. Recuerda Ovidio cuando se le derrumbó la casa en cierta ocasión y Celso fue en su ayuda. Este le había animado a que Máximo (el destinatario de esta carta) le ayudase en su desgracia póntica, “rogando a César que no lleve al extremo los efectos de su cólera… A ti, Máximo, toca acreditar que no se pronunciaron en balde”.

La décima carta va dirigida a Flacco, diciéndole que su cuerpo languidece, que no siente ningún dolor ni le abrasa ninguna fiebre sofocante, pero no tiene ganas de comer. Le sirven pescados, frutos de la tierra y las aves del aire, pero él no tiene apetito. “Si la hermosa Hebe[xii] -dice- con solícita mano me brindase el néctar y la ambrosía que beben y comen los dioses, su rico sabor no excitaría mi paladar embotado…”.



[i] Un abogado famoso de la época de Augusto y Ovidio.
[ii] Debe de ser Paulo Fabio Máximo, magistrado que fue encargado de reorganizar el noroeste de la península Ibérica y participó en la fundación de Lucus y de Brácara.
[iii] Amigo de Ovidio y quizá médico.
[iv] Debe tratarse de su tercera esposa, pues con ella estuvo casado más tiempo que con las dos primeras, además de que sobre Fabia, la tercera, se tienen muchas más noticias.
[v] Se trata de Jasón, personaje mitológico, que había llegado a donde se encontraba Ovidio, consiguiendo “alabanzas de la remota posteridad”.
[vi] Habitaron el curso bajo de Danubio.
[vii] Podría haber sido castigado al destierro por Augusto debido al erotismo de sus obras.
[viii] Debe tratarse de un rey sometido a Roma.
[ix] El río Danubio.
[x] En otras cartas, para referirse a sí mismo, utiliza el nomen Nasón.
[xi] Atraviesan los Apeninos.
[xii] Personificación de la juventud.

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