Sulmona, en el centro de Italia |
Ovidio nació un año
después de la muerte de César (43 a. de C.) y murió tres años después que
Augusto (este en 14 d. C.) pero, aún así ni esos tres años de diferencia
sirvieron para que el poeta pudiese regresa a Roma, muriendo en la antigua
colonia griega desde donde escribió una serie de cartas dirigidas a varias
personas, por si podían influir para que se le levantase el castigo.
La primera carta la
dirige a Bruto[i],
alguien muy distinto al asesino de César, al que dice que “si recelas acoger mi
persona, acoge las alabanzas de los dioses y recibe mis versos borrando el
nombre del autor... Aunque me favorezcan los dioses, y entre ellos el más
visible a los ojos de los mortales, tal vez me libren de la pena, nunca del
remordimiento de mi culpa. Cuando me llegue la última hora pondrá término a mi
destierro…”.
La segunda carta la
dirige a Máximo[ii],
amigo suyo, diciéndole: “¡Ay de mí!, ¿qué haré? Recelo que leyendo mi nombre te
disgustes y leas el resto con displicencia…”, consciente Ovidio de que
escribiendo a su amigo podría comprometerlo: “Si alguien viera esta epístola,
¿me atreveré a confesar que yo te la he escrito y que he vertido lágrimas sobre
mi propio infortunio? Sigue diciendo que está “rodeado de enemigos y en medio
de los peligros, como si al perder la patria [Roma] hubiese perdido mi
tranquilidad… Añádase el aspecto del país, sin árboles ni verdor, donde el
invierno sucede inmediato al invierno transcurrido, y ya es el cuarto que me
fatiga luchando contra el frío…”.
A Rufino[iii]
dedica su tercera carta: “Los últimos consuelos que de ti recibió mi alma
abatida, alientan la esperanza del remedio de mis males”. Cita luego a Macaón,
hijo de Asclepio en la mitología griega, que tenía el don de curar las
enfermedades más graves, dando con ello idea del estado psicológico en que se
encontraba, pero dice que “no siempre depende del médico el remedio del
enfermo; el mal es a veces más fuerte que los recursos de la ciencia…”.
Escribe igualmente a su
esposa[iv]
(carta cuarta) diciéndole que “ya el transcurso de la edad cubre de canas mi
cabeza y las arrugas de la vejez surcan mi rostro… Si de súbito me presentase a
tu vista, no acertarías a reconocerme: tal me han parado los estragos del
tiempo… Si mis años se contasen por el número de mis males…” y luego cita al legendario
rey de Pilos, Néstor, de quien Homero en la “Odisea” habla como de persona
vieja.
“Esposa fidelísima,
–sigue diciendo Ovidio- mi carga es harto más pesada que la del hijo de Esón[v].
Tú también, que aún eras joven cuando abandoné la ciudad, [Roma] habrás
envejecido con el pesar que te produce mi ausencia. ¡Ah! Permitan los dioses
que pueda contemplarte tal como eres, estampar tiernos ósculos en tus mejillas
desfiguradas, y oprimir en mis brazos tu débil cuerpo…”.
De nuevo escribe a
Máximo (carta quinta) diciéndole que “aquel Ovidio que en mejores días no se
estimaba el último de tus amigos, te suplica, Máximo, que leas sus renglones…
Créeme, Máximo, estas líneas que repasas las escribe a su pesar mi mano, casi
obligado por la coacción… y la Musa que invoco no desciende al país de los
crueles Getas[vi]”.
Y dice que es necesario perdonar a un corazón atravesado por el dardo cruel.
“Recuerda todas mis obras; –continúa- hasta aquí ninguna me fue de provecho, y
ojalá ninguna me hubiese sido perjudicial”[vii].
Otra carta la dirige a
Grecino, amigo de la juventud, en estos términos: “Cuando supiste mi desgracia
hallándote en tierra extranjera, dime, ¿se entristeció tu corazón? En vano lo
disimularás, en vano temerás confesarlo; si te conozco bien, Grecino: te
afligiste de veras… Mas ahora sólo me queda rogarte que me favorezcas, aunque
te halles lejos, y aminores con tus consejos la pesadumbre de mi ánimo… No hay
necesidad de sangre, sino de lágrimas, que templan en muchas ocasiones la cólera
del príncipe…” (Augusto).
Una carta (la séptima)
dirige a Mesalino, que puede fuese el hijo del orador Marco Valerio Mesala
Corvino. Como probablemente era senador en el momento de la carta de Ovidio, y
había sido cónsul, le consideró suficientemente influyente para mediar ante
Augusto: “¿Cuál otro de tus amigos yace relegado a los extremos confines del
orbe, excepto el que te suplica que le cuentes siempre en el número de los
tuyos?... Desgraciado de mí si te ofenden estas palabras y niegas haberme contado
un día en el círculo de los tuyos"” diciendo que vive entre los hielos y
las flechas de los escitas, y que la vida que tiene es un “género de muerte” y
que el enemigo nunca se cansa de amenazar por todas partes. Añade: “Si me
concedes persuadirte acerca de lo que has de pedir, suplica a los dioses lo que
pueden dar mejor que vender. Esto es lo que haces, y si mal no recuerdo, solías
obligar a muchos con tus relevantes servicios”.
A Severo[viii]
dirige una carta (la octava): “Vivo sin conocer un momento de paz, en continuos
rebatos y luchas mortíferas, que promueve el Geta provisto de su carcaj. De
tantos como residen fuera de la patria, [Roma] yo solo soy soldado y
desterrado: todos los demás, y no los envidio, reposan seguros…Cerca de las
riberas del Íster,[ix],
conocido por dos nombres… ¡Oh, rey valentísimo de nuestra época!, ojalá tu mano
gloriosa empuñe siempre el cetro… Me quejo, carísimo amigo, de que el estrépito
de las armas venga a acrecentar mis dolores. Cuatro veces el otoño ha visto
surgir las Pléyadas, [las siete
estrellas Pléyades] desde que carezco de vuestra compañía sepultado en estas
riberas infernales. No vayas a creer que Ovidio[x]
suspira por las diversiones de la vida romana y, no obstante, las echa de menos
con pesar”.
Luego dice pensar en su
hija y su esposa, “y después me imagino que salgo de casa y paseo por los
sitios más hermosos de la ciudad, y los recorro todos con los ojos del
pensamiento y visito las plazas, los palacios y los teatros revestidos de
mármol, o los pórticos de suelo igualado y el césped del campo de Marte, desde
donde se contemplan jardines deleitosos, y los estanques…”.
Parece referirse luego
a los paisajes de su tierra natal, Sulmona o Sulmo, en el centro de Italia,
situada en el valle del río Gizio, donde antiguamente habían vivido los
pelignos, pueblo primitivo. Recuerda los jardines plantados en las colinas “que
sombrean los pinos, y se descubren en el punto donde la vía Clodia se junta con
la Flaminia[xi],
jardines que yo mismo cultivé sin saber para quién, y a los que solía, no me
avergüenza confesarlo, conducir las aguas de la próxima fuente. Si existen
todavía, –dice- allá se yerguen árboles en otros tiempos por mí plantados, pero
cuyos frutos no ha de recoger mi mano”.
“Ojalá –continúa- me
fuera dado reemplazar su pérdida cultivando aquí un huertecillo que
entretuviese mi destierro. Yo mismo, si pudiera, apoyado en mi báculo, llevaría
a pacer las ovejas y las cabras que trepan por las rocas; yo mismo descargaría
el pecho de cuitas incesantes…”.
La novena carta póntica
se la envía a Máximo, donde le dice ha recibido su carta en la que le anunciaba
la muerte del amigo común Celso, lo que le ha hecho llorar. “Desde que habito
el Ponto, –dice- no había llegado a mis oídos noticia tal dolorosa… Recuerdo
mil veces el abandono con que se entregaba a las diversiones, y su probidad
inmaculada en los negocios graves”. Recuerda Ovidio cuando se le derrumbó la casa en cierta ocasión y Celso fue en su ayuda. Este le había
animado a que Máximo (el destinatario de esta carta) le ayudase en su desgracia
póntica, “rogando a César que no lleve al extremo los efectos de su cólera… A ti,
Máximo, toca acreditar que no se pronunciaron en balde”.
La décima carta va
dirigida a Flacco, diciéndole que su cuerpo languidece, que no siente ningún
dolor ni le abrasa ninguna fiebre sofocante, pero no tiene ganas de comer. Le
sirven pescados, frutos de la tierra y las aves del aire, pero él no tiene
apetito. “Si la hermosa Hebe[xii]
-dice- con solícita mano me brindase el néctar y la ambrosía que beben y comen
los dioses, su rico sabor no excitaría mi paladar embotado…”.
[i] Un
abogado famoso de la época de Augusto y Ovidio.
[ii] Debe de
ser Paulo Fabio Máximo, magistrado que fue encargado de reorganizar el noroeste
de la península Ibérica y participó en la fundación de Lucus y de Brácara.
[iii] Amigo
de Ovidio y quizá médico.
[iv] Debe
tratarse de su tercera esposa, pues con ella estuvo casado más tiempo que con
las dos primeras, además de que sobre Fabia, la tercera, se tienen muchas más
noticias.
[v] Se trata
de Jasón, personaje mitológico, que había llegado a donde se encontraba Ovidio,
consiguiendo “alabanzas de la remota posteridad”.
[vi]
Habitaron el curso bajo de Danubio.
[vii] Podría
haber sido castigado al destierro por Augusto debido al erotismo de sus obras.
[viii] Debe
tratarse de un rey sometido a Roma.
[ix] El río
Danubio.
[x] En otras
cartas, para referirse a sí mismo, utiliza el nomen Nasón.
[xi]
Atraviesan los Apeninos.
[xii]
Personificación de la juventud.
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