Vista de Cádiz (s. XVIII) * |
En la segunda carta que
el personaje imaginario de Cadalso, Gazel Ben-Aly, escribe a su amigo
Ben-Beley, dice que en España “hay variedad increíble en el carácter de sus
provincias. Un andaluz en nada se parece a un vizcaíno; un catalán es
totalmente distinto de un gallego; y lo mismo sucede entre un valenciano y un
montañés. Esta península, –sigue- dividida tantos siglos en diferentes reinos,
ha tenido siempre variedad de trajes, leyes, idiomas y moneda”.
En la carta tercera
dice Gazel que en los meses pasados “me he impuesto en la historia de España.
He visto lo que de ella se ha escrito desde tiempos anteriores a la invasión de
nuestros abuelos y su establecimiento en ella”. Sigue diciendo que de ello han
pasado muchos siglos y que extractar en una carta un resumen de dicha historia
le será imposible, por lo que confía esta labor a su amigo Nuño, el cual “tiene
por cosa muy accidental el haber nacido en esta parte del globo, o en sus
antípodas, o en otra cualquiera”, con lo cual parece darnos a entender que lo
que escriba Nuño será objetivo y no guiado por el apasionamiento.
En la misma carta, después
de mostrar su acuerdo con el resumen que de la historia de España hiciese Nuño,
se refiere a la persona del rey Felipe II diciendo que “murió dejando su pueblo
extenuado con las guerras, afeminado con el oro y plata de América, disminuido
con la población de un mundo nuevo, disgustado con tantas desgracias y deseoso
de descanso. Pasó el cetro por las manos de tres príncipes menos activos –sigue
diciendo- para manejar tan grande monarquía, y en la muerte de Carlos II no era
España sino el esqueleto de un gigante”.
Sigue luego diciendo
que la religión ha sido motivo de muchas guerras, que el “estar con las armas
en la mano les haya hecho [a los españoles] mirar con desprecio el comercio e
industria mecánica”.
En cuanto a los europeos de su tiempo[i]
(segunda mitad del siglo XVIII) dice que “están insufribles con las alabanzas
que amontonan sobre la era en la que han nacido. Si los creyeras, dirías que la
naturaleza humana hizo una prodigiosa e increíble crisis precisamente a los mil
y setecientos años cabales de su nueva cronología. Cada particular funda una
vanidad grandísima en haber tenido muchos abuelos no solo tan buenos como él,
sino mucho mejores, y la generación entera abomina de las generaciones que le
han precedido. No lo entiendo”, dice Gazel.
Pero encontrando más
mérito en la antigüedad, dice que “cuatro pescadores vizcaínos en unas malas
barcas hacían antiguamente viajes que no se hacen ahora sino rara vez y con
tantas y tales precauciones que son capaces de espantar a quien los emprende.
De la agricultura, la medicina, ¿sin preocupación no puede decirse lo mismo?”.
En cuanto a su siglo, dice que “el punto está en que se come con más primor;
los lacayos hablan de política; los maridos y los amantes no se desafían; y
desde el sitio de Troya hasta el de Almeida[ii],
no se ha visto producción tan honrosa para el espíritu humano, tan útil para la
sociedad y tan maravillosa en sus efectos como los polvos sampareille
inventados por Mr. Friboleti en la calle de San Honorato de País”.
En la carta sexta habla
del atraso de las ciencias en España llegado el siglo XVIII: “¿quién puede
dudar –dice- que procede de la falta de protección que hallan sus profesores?
Hay cochero en Madrid que gana trescientos pesos duros, y cocinero que funda
mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se
entregue a las ciencias, exceptuadas las de pane lucrando[iii]
que son las únicas que dan de comer”. De algunos que se las dan de instruidos,
dice que “viven en la oscuridad y mueren como vivieron, tenidos por sabios
superficiales…”.
En la carta séptima
dice que en Europa “la educación de la juventud debe mirarse como objeto de la
primera importancia. El que nace en la ínfima clase de las tres, y que ha de
pasar su vida en ella, no necesita estudios, sino saber el oficio de su padre
en los términos en que se lo ve ejercer. El de la segunda ya necesita otra
educación para desempeñar los empleos que ha de ocupar con el tiempo. Los de la
primera se ven precisados a esto mismo con más fuerte obligación, porque a los
25 años, o antes, han de gobernar sus estados, que son muy vastos, disponer de
inmensas rentas, mandar cuerpos militares, concurrir con los embajadores,
frecuentar el palacio y ser el dechado de los de la segunda clase”.
En cierta ocasión
–dice- yendo a Cádiz se extravió en un monte, donde al anochecer se encontró
“un caballerete de hasta 22 años, de buen porte y presencia”. El tal llevaba
caballo y dos pistolas “primorosas, calzón ajustador de ante con muchas docenas
de botones de plata… capa de verano caída sobre el anca del caballo, sombrero
blanco finísimo y pañuelo de seda morado al cuello”. Los dos se saludaron y,
preguntándole por el camino que debía tomar, el “caballerete” le respondió que
estaba lejos de allí, por lo que le dijo que fuese con él a un cortijo de su
abuelo. El extraviado aceptó la oferta mientras empezaron una conversación, en
lo que se vio que el “caballerete” era un “perfecto orador”, pero de los
artificiales (añade). Viendo unos troncos le preguntó al “orador” si cortaban
de aquella madera para la construcción de navíos, a lo que le contestó que qué
sabía él de eso, en todo caso su “tío el comendador”, que en todo el día no
hablaba sino de navíos, brulotes[iv],
fragatas y galeras, siguiendo luego el “mozalbete” con una serie de murmuraciones
sobre su tío comendador.
En cuestión de
Historia, como tampoco tenía idea el “caballerete”, dijo que se alegraría que
estuviese allí su hermano el canónigo de Sevilla, llegando cerca del cortijo
sin que el caballero hubiese contestado cuestión alguna de las que el
extraviado viajero le planteaba. Le preguntó entonces cómo le habían educado, a
lo que contestó que a su gusto, al su madre y al de su abuelo. Preguntándole
cuáles habían sido sus primeras lecciones, respondió que ya sabía leer un romance
y tocar unas seguidillas; “¿para qué necesita más un caballero?”. En lo que
Cadalso quiere poner sobre la mesa el caso generalizado de una clase dirigente
poco menos que analfabeta.
Habiéndole hecho Gazel
a un personaje ciertas preguntas, la cuestión relatada en la carta octava es
como sigue: ¿de Filosofía? “No, por cierto –me respondió-. A fuerza de usarse
esta voz, se ha gastado…¿De Matemáticas? –Tampoco. Esto quiere un estudio muy
seguido, y yo le abandoné desde los principios… ¿De Teología? –Por ningún
término. Adoro la esencia de mi Creador; traten otros de sus atributos…¿De
Estado? –No lo pretendo. Cada reino tiene sus leyes fundamentales, su
constitución, su historia, sus tribunales…Estúdienla los que han de gobernar;
yo nací para obedecer…”.
La carta novena
contiene una disquisición sobre la conquista de América: “Si del lado de los
españoles no se oye sino religión, heroísmo, vasallaje y otras voces dignas de
respeto, del lado de los extranjeros no suenan sino codicia, tiranía, perfidia
y otras no menos espantosas”. Pero el escritor de la carta dice que “los
pueblos que tanto vocean la crueldad de los españoles en América son
precisamente los mismos que van a las costas de África a comprar animales
racionales de ambos sexos a sus padres, hermanos, amigos, guerreros
victoriosos, sin más derecho que ser los compradores blancos y los vendedores negros [sic]; los embarcan como brutos; los llevan a millares de leguas
desnudos, hambrientos y sedientos; los desembarcan en América; los venden en
público mercado como jumentos, a más precio los mozos sanos y robustos, y a
mucho menos las infelices mujeres que se hallan con otro fruto de miseria
dentro de sí mismas; toman el dinero; se los llevan a sus humanísimos países, y
con el producto de esa venta imprimen libros llenos de elegantes inventivas,
retóricos insultos y elocuentes injurias contra Hernán Cortés por lo que hizo;
¿y qué hizo?”. Y a continuación vienen los párrafos donde se reivindica la
labor de Cortés en América que, pudiendo aprovecharse de la creencia de los
indígenas de que era un dios, desmintió tal cosa diciendo que era tan solo un
ser humano; también se elogia a Cortés en esta carta por haber vencido con muy
pocos hombres a una multitud de indígenas (se valoran las ventajas de los
españoles pero también el conocimiento del terreno por parte de los indígenas);
la pericia de Cortés en ganarse la confianza de los tlascaltecas para
combatirles luego…
Y así hasta noventa
cartas precedidas de un texto del “editor” Cadalso –así se hace aparecer- donde
dice que “por muerte de un conocido mío, cayese en mis manos un manuscrito cuyo
título es: Castas escritas por un moro
llamado Gazel Ben-Aly, a Ben Beley, amigo suyo, sobre los usos y costumbres de
los españoles antiguos y modernos, con algunas respuestas de Ben-Beley, y otras
cartas relativas a éstas”. Luego añade que no tiene duda de que el amigo
que le pasó las cartas es el verdadero autor de las mismas, pues “nació el
mismo año, mes, día e instante que yo; de modo que por todas estas razones, y
alguna otra que callo, puedo llamar esta obra mía sin ofender a la verdad…”.
La vida de Cadalso fue
azarosa y corta (poco más de cuarenta años) en la segunda mitad del siglo
XVIII, conoció varios países europeos y recibió una formación ciertamente
esmerada; militar (murió en 1782 en el campo de batalla) fue ante todo poeta y
prosista, en este caso con una literatura de calidad superior, según ha
considerado la crítica. No harían falta otras obras suyas para comprobarlo,
siendo suficiente con estas “Cartas marruecas”.
[i] Gazel,
el personaje imaginario, forma parte de una comitiva que ha viajado por buena
parte de Europa y compara a los países de esta con España.
[ii] En 1762
a cargo del conde de Aranda durante la guerra de los siete años. Almeida es una
plaza que se encuentra cercana a la frontera portuguesa con la actual provincia
de Salamanca.
[iii] Para
ganarse el pan, es decir, poco dinero.
[iv]
Embarcación empleada en llevar materiales inflamables para el ataque.
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