Salón del Convento de los Padres Agustinos de Quito*
Sabido es que Napoleón
Bonaparte, una vez al frente de Francia, persiguió varios objetivos:
engrandecerla y engrandecer a su familia, combatir a las monarquías
absolutistas europeas y a Gran Bretaña, hacerse con el control del comercio
atlántico y, a ser posible, con la América española.
El vacío de poder que
se sintió en España con la captura por Bonaparte de los reyes Carlos IV y
Fernando VII se intentó sustituir con la formación de Juntas provinciales y
luego una Junta Central, pero no pocas de las instituciones tradicionales,
entre ellas el Consejo de Castilla, se plegaron más o menos convencidas al rey
José. Era, pues, una situación de extrema confusión que se intentó solucionar
recurriendo a la guerra.
En América se tuvieron
los mismos sentimientos: en algunos lugares se sustituyó a las autoridades
nombradas desde la España borbónica por otras, por ejemplo en el Virreinato de
Nueva Granada, donde Quito fue la primera ciudad (agosto de 1809) que formó una
Junta Suprema, y este fenómeno se extendió a partir de 1810. La Junta de Quito
se revistió enseguida de legitimidad mientras que entre la población circularon
noticias confusas, formándose corrillos en la plaza Mayor. El Presidente de la
Junta quiteña, para hacer avanzar el proceso, que nada tuvo de independentista,
hizo publicar un bando en el que se informaba sobre la ocupación francesa de la
Península y el apresamiento de su Junta Central.
Quito se erigió,
entonces, en abanderada para la restitución de Fernando VII en el trono: se
colgó en el balcón del Cabildo un retrato del rey y se divulgó la idea del
gobierno mixto, en el que junto a aquel el pueblo se erigia en su soporte. La Junta
quiteña recibió los homenajes de las autoridades civiles y militares y parece
que todo rodaba bien, pero hubo detractores de este movimiento acusándolo de “fiesta
de toros”.
La Junta, no obstante,
tenía un programa propio: abolió el estanco del tabaco, eliminó el “cabezón” o
alcabala y redujo a la mitad el precio del papel sellado, demostrando así que
la institución estaba en manos de criollos defendiendo sus intereses. A
continuación se produjeron reuniones de la Junta en lugares de urgencia, entre
los que estuvo la vivienda de su Presidente, pero luego se optó por darles un
carácter más solemne y se escogió el salón del Convento de los Padres
Agustinos, donde se puso en lugar preeminente un retrato del rey Fernando
VII. En cada reunión se hacían alusiones a la religión, al rey y a la patria.
Llegó el momento en que
se pensó debía procederse al juramento de los miembros de la Junta y se hizo
ante el obispo, sentándose todos ante el altar mayor; se celebró una misa y se
cantó un “Te Deum”. Luego se “regaron” monedas a la puerta de la iglesia y,
pocos días después, se creó La Orden Militar de San Lorenzo, en lo que la Junta
demostraba su mentalidad aristocratizante y antigua. En dicha Orden se
integrarían la nobleza de Quito y los extranjeros que se fuesen sumando al
nuevo orden. La Junta se concibió a sí misma como el hilo conductor del patronazgo
real.
Pero pronto surgió la
hostilidad de las regiones vecinas: Guayaquil y Cuenca acudieron al virrey
pidiéndole que sometiese a la Junta quiteña, el cual inició un plan de
reconquista con tropas opuestas a Quito. Los grupos dirigentes de esas ciudades demostraban que preferían el poder central del virrey a una ciudad, Quito, por encima de las demás. Otros cabildos, no obstante, empezaron
a sustiuir a las autoridades borbónicas, ejemplo de lo cual son Caracas,
Bogotá, Buenos Aires, Santiago de Chile y México, donde el virrey[i]
nombrado por José I tuvo la oposición del cabildo, consiguiendo su nulidad y
apoyando a Fernando VII: “nunca un monarca legítimo dejaba de serlo sin el
consentimiento de la nación española”.
En México se produjeron
entonces las revueltas del bajo clero, siendo exponentes principales los curas
Hidalgo y Morelos, formando el primero un ejército de indios y mestizos que se
alzaron dando vivas a Fernando VII, a la Virgen de Guadalupe, “a la América y
muera el mal gobierno”; es el llamado grito de Dolores, ciudad del centro de
México, pero esto inquietó a los criollos, pues temieron un estallido social
que afectase a sus intereses. Al sur del país, en la Capitanía General de
Guatemala, que comprendía una extensión muy superior al actual estado, se
publicaron bandos y se dijeron sermones contra el “cautiverio” del rey Fernando
repudiando a José Bonaparte, pero como esta situación causaba inquietud entre
los grupos dirigentes, se sofocaron estos movimientos, aunque no se pudo ya
impedir la duplicidad gubernativa y la fragmentación territorial.
En 1810 la
municipalidad de Buenos Aires estableció un Comité Superior Provisional de las
Provincias del Río de la Plata, pero se mostraron discrepancias entre Buenos
Aires y otras ciudades como Asunción y Montevideo (fenómeno parecido al de Quito). En Perú, el virrey Abascal
resistió contra los juntistas argumentando que mientras en España estaban
justificadas las juntas porque estaba ocupada por un ejército extranjero, no
era tal la situación en América. Salió a la luz un Catecismo “para la firmeza
de los verdaderos patriotas”, donde se proclamaba que “se trataba de vencer o de
morir esclavos”, en alusión a una eventual invasión francesa de América.
Los procesos
independentistas, contra lo que comúnmente se cree, se produjeron más tarde: en
México en 1813, pero como se sabe la independencia real no se dio hasta 1821;
en el Río de la Plata el Congreso de Tucumán de 1816 proclamó la independencia
en medio de discordias; solo en Caracas la proclamación de independencia se
produjo pronto, en 1811, pero Guayana, Coro y Maracaibo no la siguieron (otra vez el caso de Quito). En dicho
año Caracas convocó un Congreso Constituyente donde se pusieron de manifiesto
los presupuestos económicos y la intervención inglesa, siempre presente desde
este momento en el proceso de independencia americana.
La alianza inglesa con Portugal y Brasil contó con el apoyo de la infanta Carlota Joaquina, esposa del rey Juan VI[ii], la cual alegaba que era la única Borbón que no estaba sujeta a Napoleón, y por lo tanto podía decidir por ella misma. Cuando se produjo la alianza inglesa con España para combatir a Francia, Gran Bretaña cambió de estrategia hasta el final de la guerra (1814), y desde 1815 volvió a intervenir en América una vez Fernando VII se ceñía de nuevo la corona de España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario