Rafael Narbona Vizcaíno ha estudiado los conflictos entre
bandos populares en la Valencia del siglo XIV[i],
poniendo como ejemplo un largo pleito con extorsiones, riñas, peleas, violencia
y asesinato entre 1378 y 1380. Pretende el autor citado “desentrañar las claves
sociológicas de los antagonismos y solidaridades menestrales”. El pleito que
detalla con minuciosidad –dice- no es excepcional sino, al contrario, muy común
en los documentos del archivo de Justicia Criminal de Valencia durante la
segunda mitad del siglo XIV.
Aunque la historiografía “nos tiene muy acostumbrados a
aceptar la sociabilidad medieval cuanto menos como un ámbito de estudio
benemérito”, dicha sociabilidad también sirvió para el conflicto en el seno de
la familia, del vecindario o del oficio. El caso que estudia Narbona es un
proceso desarrollado ante el Justicia Criminal de Valencia desde 1380, tras la
correspondiente denuncia, las pesquisas del Justicia, las aportaciones de los
testigos, las alegaciones de las partes, los interrogatorios, las sentencias y
las ejecuciones capitales.
En los dos años anteriores se había ido produciendo la
ruptura de las relaciones profesionales, de amistad y vecinales entre Guillem
Hilari y Pere Guaita, hasta la ejecución en la horca de éste como instigador
del asesinato del primero. En 1378, Bevenguda, viuda del marinero Guillem
Hilari, junto a su hijo Vicent y su hija Romia, denunciaron a Pere Guaita y a
Pere Sánxez por apedrear su domicilio durante nueve noches.
La mayoría de los implicados tenía el oficio de peleteros y
eran vecinos, pues poseían viviendas colindantes. Las pesquisas del Justicia
llevaron hasta la casa de Pere Guaita, quien se encontraba impedido por las
heridas causadas en la riña con Hilari, razón por la que fue dado bajo fianza y
se le tomaron testimonios en su domicilio. Se trató de una historia de
violentas pasiones y de odios desenfrenados entre junio de 1378 y junio de
1380. Se empezó por la ruptura de relaciones entre las partes implicadas
aunque, poco después, se hizo una tregua.
Pero a principios de abril de 1379 Pere Guaita fue multado
por llevar armas prohibidas en la calle y usarlas en contra de los Hilari.
Después, el enfrentamiento volvería a reproducirse, hasta que a mediados de
mayo Guillem Hilari apareció gravemente herido en la calle con una gran herida en la
espalda y en medio de un gran charco de sangre (pareciendo que hubiesen
degollado a un toro, dice Rafael Narbona siguiendo las fuentes). Moribundo, fue
trasladado a casa de Vicent Hilari y, según se hizo constar en la denuncia, el
crimen se había cometido cuando la víctima regresaba del domicilio de su hermana Romia
y se dirigía al de su hermano Vicent. La madre de todos ellos, Bevenguda, acusó
de confabulación a un grupo de hombres como causante de la muerte, entre los
cuales estaban Pere Guaita y Pere Sànxez, pero también otros, uno de los cuales
recaudador de impuestos. La mayor parte de estos estaban unidos por
distintos lazos de parentesco, que también se alargaban hasta el grupo enemigo
formado por los hermanos Hilari y otros.
Las conclusiones a todas las diligencias condujeron hasta la
confesión del asesinato, llevado a cabo por otros a instigación de Pere Guaita,
quien ejercía una poderosa relación tutelar y cierta ascendencia sobre los
ejecutores materiales. El pleito concluyó con la ejecución del asesino en las
horcas de Carraixet[ii] y con
el ajusticiamiento de Pere Guaita tres días después en el cadalso próximo al
Palacio real. Sus cadáveres quedaron expuestos durante largo tiempo ante los
transeúntes, pues un pregón publicado por el Justicia prohibió tocar y
descender los cuerpos de los patíbulos bajo pena de muerte, con el fin de
exhibir y hacer público el escarmiento dado a los criminales.
De todas formas, para sacarles la confesión a los condenados,
fueron sometidos a tormento, diciendo luego ellos, cuando iban al patíbulo, que
no eran culpables y que la confesión se había producido para no sufrir. No
acabó aquí todo, pero para lo que nos interesa es suficiente.
El autor del estudio (Narbona Vizcaíno) explica cómo se tejió
aquella espiral de violencia desde una espesa red de relaciones familiares,
vecinales y profesionales, sin otro fin que la venganza. Las denuncias, las
paces, las treguas, las amenazas, los encuentros armados y las emboscadas,
tipifican esta frecuente violencia de los bandos populares, donde las
relaciones de parentesco, vecinales o profesionales se presentaban inherentes a
un conjunto de reciprocidades, solidaridades, socorro y ayuda mutua entre las
partes enfrentadas.
Los gremios amparaban a sus miembros, las fiestas populares socializaban a la población, las necesidades de unos eran socorridas por otros, pero al tiempo la violencia no estaba ausente, como demuestra la investigación tomada como base para éste resumen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario