Hay una selecta
historiografía sobre la construcción del
estado formado por Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda, así como el
protagonismo escocés en las revoluciones políticas británicas del siglo XVII.
Oscar Recio Morales[i]
ha sintetizado en un bien organizado trabajo este asunto, explicando “las
dificultades de la Corona en la construcción del Estado moderno en las islas
británicas”. La ausencia de una transformación social radical –dice- podría
explicar un relativo escaso interés fuera de las islas británicas sobre dichas
revoluciones si lo comparamos con la atención que se ha dado a la francesa de
1789. La situación interna de Escocia, Irlanda e Inglaterra han contribuido a
aquella dificultad.
Recio Morales considera
que la visión anglocéntrica que ha prevalecido sobre las revoluciones
británicas del siglo XVII es un error, y hay historiadores escoceses e irlandeses
que las consideran como “una etapa más de la expansión imperialista inglesa”.
Pero fueron los escoceses de las Lowlands
quienes desarrollaron una teoría colonialista para “civilizar” a los
“salvajes” de las Highlands, y el más
entusiasta de la Unión de las coronas inglesa y escocesa fue el escocés Jacobo
VI/I Estuardo[ii],
siendo él mismo quien repartió entre escoceses e ingleses las tierras de los
irlandeses en Ulster desde 1609. Fue también en territorio escocés donde
estalló la rebelión de 1637[iii]
que daría origen a la primera revolución política británica del siglo XVII[iv].
El intento de Carlos I
Estuardo de llevar al límite la rivalidad con los Austrias españoles “fue una
de las principales causas de la ruptura con el Parlamento[v], y
con la llegada al trono de Jacobo II Estuardo en 1685 se puso en práctica una
política absolutista como la de los Borbones franceses. A principios del siglo
XVII las islas británicas estaban formadas por el principado de Gales y los
reinos de Inglaterra, Escocia e Irlanda, pero el proceso de unión política
comenzó en la Edad Media aunque interrumpido por la guerra de los “cien años”
(1337-1453) y las luchas civiles “de las Dos Rosas” (1455-1487), perviviendo
estructuras feudales en las partes más remotas de las islas mucho después, lo
que provocó permanentes conflictos.
Debe recordarse que
Gales había sido conquistado por Eduardo I de Inglaterra en 1282, integrándose
su nobleza muy pronto en las instituciones inglesas y llegándose al “Acta de
Unión” en 1536. En Escocia e Irlanda las cosas fueron muy distintas: al morir
en 1603 Isabel I Tudor sin descendencia, las conexiones dinásticas con los
Estuardos escoceses hicieron rey de los tres reinos a Jacobo I (1603-1625),
pero este régimen de gobierno único de reinos separados tuvo continuas crisis.
Las diferencias eran étnicas, lingüísticas, económicas, sociales y –desde el
triunfo de la reforma protestante- también religiosas. Hasta 1560 Escocia había
sido un reino católico e independiente con una corte en Edimburgo, y sus conexiones
con el continente, especialmente con Francia, le permitieron mantenerse neutral
en la guerra entre Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra (1585-1603).
Desde 1560 Escocia se
convierte en un bastión del calvinismo al mismo tiempo que mantiene sus
vínculos con los países protestantes del norte de Europa y el Báltico,
estableciendo los escoceses en ellos un pujante comercio, al tiempo que sus
ejércitos se alinearon contra los Habsburgo en la guerra de los Treinta Años.
La autoridad de la corte de Edimburgo, no obstante, era limitada,
concentrándose las principales ciudades en las Lawlands, con Saint Andrews como capital espiritual y sede, desde
1413, de una prestigiosa universidad. La lengua gaélica era hablada por los
habitantes de las tierras altas, los cuales tenían más lealtad al clan al que
pertenecían que a monarca alguno, y esto se acentuó más cuando Jacobo I
abandonó Edimburgo y se instaló en Londres en 1603: su objetivo fue someter a
los clanes más díscolos, que a su vez tenían diferencias casi irreconciliables
entre ellos. Las Highlands siguieron
siendo un territorio de frontera y de inestabilidad política hasta su derrota
en Culloden[vi] a
mediados del siglo XVIII.
Pero aún cabe hablar de
una tercera región de Escocia, la formada por los archipiélagos de las Orcadas[vii],
Shetlands[viii]
y Hébridas, muy vinculadas culturalmente a Escandinavia desde su conquista
vikinga en el siglo VIII. Orcadas y Shetlands fueron transferidas desde Noruega
a escocia en 1469, y su independencia política empezó a decrecer con Jacobo I.
En el siglo XVII Escocia tenía un millón de habitantes (igual que Irlanda),
dándose una emigración al norte de Europa y a Irlanda, y desde la Edad Media
las ciudades inglesas de Newcastle, Durham y York fueron objeto de incursiones
y saqueos, siendo estas mismas ciudades objeto de los rebeldes escoceses en
1638.
Desde 1603 Jacobo VI de
Escocia asumió el título de Jacobo I de Inglaterra, y llevó a cabo un procesdo
de “inglesización” de Escocia, pero contó con la oposición del Parlamento inglés
a la unificación territorial, pues no quería tener que cargar con el
mantenimiento de un territorio mucho más pobre que Inglaterra; también se opuso
a que se igualase el estatudo de los vasallos de ambos reinos[ix].
Jacobo era, como rey de Inglaterra, Gobernador de la Iglesia anglicana, lo que
le permitió llevar a su país de origen los jueces de paz ingleses y el sistema
episcopal. Su hijo Carlos I, ya muy alejado de Escocia, aceleró desde su
llegada al trono (1625) la política religiosa de Jacobo I, lo que provocó que
el conflicto estallase (1637) cuando William Laud, arzobispo de Canterbury,
intentó introducir en Escocia una versión modificada del Libro Común de
Oración, produciéndose levantamientos en toda Escocia, y los lídres firmaron un
“Pacto Nacional Escocés” (1638) en defensa de la Iglesia escocesa.
Una asamblea general negó la supremacía del rey sobre la Iglesia de Escocia, rechazó el sistema episcopal y reintrodujo la estructura presbiteriana. Fue entonces cuando Edimburgo fue tomada por los rebeldes escoceses, Carlos I perdió su primer reino y la “guerra de obispos” (1639-1640) se convirtió en el inicio de las guerras civiles.
[i] “Las revoluciones del siglo XVII en las islas británicas: una perspectiva multiterritorial”.
[ii] Entre 1602 y 1606 Jacobo intentó la colonización de la isla de Lewis (al noroeste de Escocia), en las Hébridas (al sur de la isla de Lewis) y en el extremo norte de Escocia.
[iii] Es lo que se ha llamado guerra de los tres reinos, cuando estaban bajo la unión personal de Carlos I Estuardo.
[iv] Este resumen está basado en la obra citada en la nota i.
[v] El empeño del rey Carlos en ayudar a Federico V del Palatinado para recuperar las tierras que había perdido a manos del emperador Fernando II de Habsburgo, chocó con el Parlamento, partidario más bien de atacar las posesiones españolas en América en busca de resultados económicos a corto plazo.
[vi] Al norte de Escocia. Los rebeldes (jacobitas) eran partidarios de la vuelta al trono de Jacobo II de Inglaterra y sus descendientes Estuardo, desposeidos tras la revolución de 1688. Desde finales del siglo XIII la corona escocesa había firmado tratados defensivos con Francia, que mantuvo hasta 1560 una guarnición militar en Escocia. Hasta la Unión de las Coronas en 1603 también fue patente la influencia de Francia en la corte de Escocia. Recio Morales considera que el exilio católico escocés y la capacidad de influencia de la monarquía hispánica en Escocia quedan por estudiar.
[vii] En el extremo norte de Escocia.
[viii] Al norte de las Orcadas.
[ix] El Parlamento ratificó la unión de las coronas en un mismo rey, pero no la unión de los dos reinos y la equiparación de sus habitantes.
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