miércoles, 1 de febrero de 2012

Tracios avasallados


Los primeros, cuando terminaba el siglo VI a. de C., fueron los perintios, que se resistieron a someterse al rey Darío, los cuales a su vez habían tenido que soportar las intromisiones de los peones, otro pueblo tracio, según nos cuenta Heródoto. Los perintios habitaban en el Quersoneso de los Dardanelos, mientras que los peones vivían en torno a la actual Tesalónica. 

Estos dos pueblos tracios se desafiaron "de hombre con hombre, de caballo con caballo, y de perro con perro". Heródoto nos habla de estos y otros pueblos tracios como de "la nación más grande y numerosa de cuantas hay en el orbe, excepto solamente la de los Indios", lo que sin duda no era cierto. Habla de ellos como de tribus que tienen costumbres iguales o muy parecidas, "salvo los Getas, los Trausos y los que moran más allá de los Crestoneos" (al norte de la península Calcídica). Cuenta de ellos que tenían algunas costumbres singulares: cuando nacía un niño o una niña, empezaban todos a dar grandes lamentos porque preveían las penalidades que la vida les tenía preparadas; pero al morir alguien, se alegraban todos, pues la vida de penalidades había terminado, y le daban sepultura. "Los pueblos situaados más arriba [más al norte] de los Crestoneos -dice Heródoto- cuando muere un marido, sus mujeres, que son muchas para cada uno, entran en gran contienda", queriendo cada una demostrar que era la más querida por el difunto. La que resulta victoriosa es aplaudida por todos, pero acto seguido se la degüella y es enterrada junto al marido mientras las demás lo lamentan. 

Los tracios vendían a sus hijos a quienes los quisiesen comprar, y permiten que goce de sus mujeres cualquiera a quienes ellos quieran complacer, a pesar de que eran muy celosos y las habían comprado caras a sus familias. Estar marcados era, entre los tracios, una señal de prestigio, mientras que los no marcados era señal de vileza. "La mayor honra la ponen en vivir sin fatiga ni trabajo alguno, siendo de la mayor infamia el oficio de labrador: lo que más se estima es el vivir de la presa, ya sea habida en guerra o bien, en latrocinio". 

De la región al norte del Danubio no debía saber gran cosa Heródoto, pues dice que era "muy vasta y despoblada... según parece, aquella región... al decir de los Tracios que del otro lado del Danubio no puede penetrarse tierra adentro [habla desde quien está en el mar Negro] por estar el país hirviendo de abejas", pero añade que no le parece cierto, pues estos animales no son de climas fríos.

Algunos griegos estaban en contacto con el rey persa Darío I, pues Histieo de Mileto y Coes de Mitilene se llegaron a entrevistar con él para recibir de él tierras. Al segundo le concedió el lugar de los edonos, llamado Mircirio, donde fundó una colonia. A Megabazo, general persa que se econtraba en Tracia, le ordenó que sacase a los peones de su tierra, de lo que estos fueron avisados. Esperando que los persas atacasen desde el mar se apostaron todos los peones varones en la costa, dejando las ciudades vacías, con solo las mujeres y los niños. Pero Megabazo decidió atacar por el norte y se hizo dueño de las ciudades sin resistencia. Sabido esto, los peones varones no tuvieron más remedio que entregarse. Solo los que moraban cerca del monte Pangeo, los doberes, los agrianes y los odomantos, quedaron libres del dominio persa, siendo este el comienzo de la dominación persa de Tracia.

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