domingo, 7 de octubre de 2012

Monarquía y república en Francia

El juramento del juego de la pelota, de David
En un texto traducido por Ignacio Fernández Sarasola se dice que "en el verano de 1789 se consuma en París una ruptura de épocas". Antes de ese año, Lmoignon de Malesherbes había intentado ciertas reformas liberales junto a Turgot, sobre todo en el campo de la economía, que encontraron una fuerte oposición en la mayor parte de la nobleza y el clero. En el plano del orden público consiguió que se anulasen las detenciones arbibrarias, lo que fundamentalmente afectaba a quienes no tenían influencia social para defenderse. Pero esto, que solo en parte se consiguió, era muy poco. 

Otro reformista fue Mably, el cual había leído a Rousseau, Locke y a otros ilustrados, avanzando incluso algunas críticas a la desigualdad y a la propiedad privada. Demasiado idealista, defendió la necesidad de una revolución que acabase con el estado de cosas que poco después se conocería como Antiguo Régimen. Contrario al esclavismo, participó de algunas ideas fisiocráticas, pero su labor está solo en el campo del pensamiento.

Entre 1789 y 1799 -dice el texto citado arriba- "Francia parece presa... de una verdadera obsesión constituyente: tres Constituciones y sucesivas Declaraciones de derechos se suceden durante esta época. La misma palabra "constitución" se convierte en recurrente para otras muchas disposiciones legales: "constitución de la Asamblea", "constitución del orden judicial", "constitución de los municipios", "constitución de los departamentos", "constitución militar", "constitución naval", "constitución de las finanzas", "constitución de las colonias" y una "constitución civil del clero" (sigo al traductor que cito arriba). 

"La Constitución se concebía entonces como una presencia amiga de carne y hueso finalmente reencontrada tras haber estado durante mucho tiempo marginada, más que como la calificación jurídica de un sistema innovador de poderes públicos. Una vez libre la Constitución de la abstracción jurídico-política y transformada en una entidad perceptible y continuamente evocada, parece casi que los protagonistas de la transformación revolucionaria deseaban sentirse próximos a la Constitución de un modo cada vez más llamativo. Comenzando por los clubs, que se atribuyeron el título honorífico de 'amigos de la Constitución', tal y como sucedió con la Société des amis de la Constitutión séante aux Jacobins (es decir, el club des Jacobins), la desafortunada Société des amis de la Constitución monarchique y las menos conocidas Société des Élèves de la Constitución y Société du Cercle constitutionnel de la rue de Bac; en tanto en Nîmes, en octubre de 1890, el 'Moniteur' informaba de la existencia de un club des vrais amis de la constitución". También hubo periódicos que se mostraron "amigos de la Constitución". 

La Revolución Francesa, a lo que parece, fue una época con diversos regímenes donde se gobernó "de hecho", es decir, haciendo caso omiso y violando repetidamente los textos legales, particularmente las Constituciones. Y esto es así por cuanto -según el autor a quien sigo- "la Constitución se aplicó cuando todavía no era un texto escrito definitivo (1789-91), en tanto que se inaplicó (en 1793-1794) o violó (en 1795-99)". Los artículos VII, VIII y IX de la Déclaration des droits de finales de agosto de 1789, dieron al traste con la justicia penal del Antiguo Régimen, y el Decreto de 14 de diciembre de 1789 sobre la constitución de los municipios, permitió un cuerpo electoral vastísimo encargado de elegir a los alcaldes y consejos locales.

Durante 1792 las fuerzas políticas dominantes, a la cabeza de las cuales estaba Jacques-Pierre Brissot, decidieron inaplicar la Constitución de 1791 antes incluso del golpe de estado del 10 de agosto de aquel año. Los de la Montaña justificaron incluso el incumplimiento de la Constitución de 1793 por el estado de guerra que vivía Francia. Tras el golpe de estado de Termidor (27 de julio de 1794) se adoptó la Constitución del año III, que sería volada por los aires con el golpe de Estado de 1799, cuando empieza la estrella de Bonaparte. Solo faltaban cinco años para que de nuevo se etableciese la monarquía en Francia (1804): tantas revoluciones superpuestas, legislación aplicada y violada, muertes y contradicciones, personajes de distintos horizontes pero casi todos ellos revolucionarios, para acabar en una monarquía ilustrada, eso sí, que consagra el liberalismo, lo extiende a otros países de Europa, pero acaba con las pretensiones republicanas, montañesas y jacobinas.

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