sábado, 2 de noviembre de 2013

Católicos y comunismo

Una de las sesiones del Concilio Vaticano II
Es fundamental el trabajo de Philippe Chenaux para comprender el clima existente durante los años sesenta y setenta del siglo pasado sobre las relaciones entre católicos y comunistas, o bien entre socialistas y cristianos, sabiendo que en la Iglesia no están todos los cristianos que existen. 

En una obra de Alain Besançon se dice que "ha habido bajo el comunismo más mártires a causa de la fe que en ninguna otra época histórica de la Iglesia" (al que cita Chanaux). Durante el Concilio Vaticano II se empezó a considerar por parte de algunos obispos "una parte de verdad" en el humanismo marxista. Es decir, si el cristianismo es un tipo de humanismo, el marxismo sería otro: no era poco avance. Incluso el Concilio Vaticano II rechazó condenar al "comunismo ateo y sin Dios", mientras que en vísperas de dicho Concilio el comunismo aparecía como "el error más grave que debía ser condenado".

Chenaux habla de una posible negociación con las autoridades soviéticas para esa aproximación, en forma de "diálogo", entre comunistas y católicos. A cambio asistirían al Concilio como observadores clérigos ortodoxos rusos, aunque aquello no ha encontrado ninguna confirmación. Lo que sí es cierto es que el cardenal J. W. Willebrandas viajó a Moscú en 1962 para encontrarse con patriarcas rusos. Pietro Pavan, que colaboró con el papa Rocalli en la preparación de dos encíclicas (Mater et Magistra y Pacem in Terris) dice que ninguna de ellas hablaba explícitamente de "diálogo", pero lo cierto es que el nuevo papa, Montini, se opuso a toda idea de condena del marxismo, lo que evidentemente no significa que lo aprobara. En 1964, en pleno Concilio, creó el Secretariado para los no creyentes con el frin de promover el diálogo con las diversas formas de ateísmo.

Entre las formas del ateísmo moderno, se lee en la constitución "Gaudium es Spes", debe mencionarse la que pone la liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social (el subrayado es mío), añadiendo que el comunismo considera a la religión un obstáculo para dicha liberación porque orienta al espíritu humano hacia una futura vida ilusoria y aparta al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. En los años sesenta, pues, hubo una fuerte atracción del marxismo entre algunos católicos y más concretamente cristianos. Esta atracción era independiente del contenido mismo de la fe, que va por otro lado, y hacía hincapié en "el horizonte imprescindible de nuestro tiempo". En Francia, que es donde se centra sobre todo el trabajo de Chenaux, ya se había dado un llamamiento por parte de los dirigentes del Frente Popular a los católicos, lo que fue rechazado por la jerarquía de la Iglesia, y David E. Curtis ha hablado del "descubrimiento católico de Marx". En los años cincuenta del pasado siglo se volvió sobre el tema y algunos como el jesuíta Jean-Yves Calvez o el dominico Georges Cottier fueron propagandistas de "este diálogo entre católicos y marxistas".

Otro tanto podemos decir en Italia, donde a partir de la revista Testimonianze, fundada en 1958, se reunieron algunos partidarios del "diálogo" en torno a Enresto Balducci. Eran momentos de gran contestación eclesial en Italia y poco años después se publicó una obra dirigida por Mario Gozzini que incitaba al "diálogo": fue un ensayo entre católicos y comunistas. También tuvo importancia el "memorial de Yalta" presentado por el líder comunista italiano, Palmiro Togliati, que pretendía un aggiornamento renunciando a "viejas fórmulas que ya no se correspondían con la realidad del momento", en particular el abandono de la "vieja propaganda ateísta" (aquí no entramos en las actuaciones de Togliatti durante la guerra civil española, ante los acontecimientos en Hungría en 1956 y sus opiniones favorables a Stalin, que logicamente demuestran una gran contradicción con lo que propuso al final de su vida).

En Francia fue Roger Garaudy uno de los más fervientes defensores del diálogo entre católicos y marxistas y otro es Georges Cottier, que publicó un libro en este sentido en 1967. Ya había tenido lugar un encuentro en Salzburgo (1965) durante varios días de más de doscientos teólogos e intelectuales sobre el tema del "cristianismo y marxismo hoy día". Fue una iniciativa de la Sociedad Paul-Gesellschaft fundada en 1955 por Erich Kellner: el hombre concreto es más importante que el sistema, fue una de sus conclusiones. Se trataba de que tanto católicos como comunistas se despojasen de sus dogmas, lo que implicaba una contestación a las autoridades soviéticas y a la Iglesia, pues el cristianismo no tiene dogmas, es la Iglesia los que los ha establecido. 

En el proceso hubo víctimas: el salesiano Giulio Girardi fue alejado de todos los foros en los que colaboraba y excluido de su orden, además de suspenso a divinis (1977). Uno de los últimos que pudo seguir planteando sus ideas sobre el "diálogo" sin ser perseguido fue el también salesiano Vincenzo Miano, que luego sería citado por un representante de la teología de la liberación, el jesuíta brasileño Hugo Assmann, con motivo de una reunión en Génova. El Vaticano había empezado a dar marcha atrás y a releer, en un sentido restrictivo, las conclusiones del Concilio Vaticano II. Se abortaría el intento de Philippe Warnier de establecer en Francia -como ya existía en España, Italia, Portugal y Bélgica- el movimiento nacido en Chile en 1971 "cristianos para el socialismo". A la Iglesia jerárquica le parecía excesivo lo andado hasta finales de los años setenta y más la actividad de Warnier en Rennes y Dijon entre 1972 y 1974. 

La publicación en Europa del libro de Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag (1974) causó una honda sensación de rechazo hacia el mundo comunista real. La llegada del  papa Wojtyla cortó de raiz el "diálogo". El sufrimiento del escritor y su experiencia en la Rusia soviética, así como la opresión sufrida por los polacos que el nuevo papa conocía bien, contribuyeron a ello aunque aquí no digo que esté justificado el cambio de actitud por parte de la Iglesia. El asesinato del dirigente democristiano italiano Aldo Moro, a manos de terroristas de las Brigadas Rojas (1978), fue otro factor de reflexión para el freno al proceso seguido hasta entonces. Cuando el mundo entre en la década de los ochenta del pasado siglo la crítica y oposición al comunismo real (el de la Europa del este) es ya generalizada: se recuerda el 68 de Praga, las dictaduras de Tito y Ceacescu, la contestación social en Polonia (Solidaridad), y aunque Gorvachov intentará trasnsformar el régimen comunista en la Unión Soviética parece que ya era tarde: ni el comunismo era la ilusión para muchos europeos (dice Chenaux) ni la Iglesia con Wojtyla estaba para concesiones. Al fin y al cabo al mundo comunista le quedaban muy pocos años. La Iglesia, por su parte, siguió reprimiento a los teólogos de la liberación.

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