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Tumbas de Paracuellos (Madrid) |
Durante la guerra civil española de 1936 –dice
el historiador citado- cerca de 200.000 hombres y mujeres fueron asesinados
lejos del frente y al menos 300.000 perdieron la vida en el campo de batalla.
Un número desconocido fueron víctimas de bombardeos y éxodos que les siguieron
y, tras la victoria definitiva de los rebeldes, alrededor de 20.000 personas
fueron ejecutadas. Muchos más murieron de hambre y por enfermedades en las
prisiones y en los campos de concentración; otros sucumbieron a las condiciones
esclavistas de los batallones de trabajo. A más de medio millón de refugiados
no les quedó más remedio que el exilio y muchos perecieron en los campos de
internamiento franceses, mientras que varios miles acabaron en los campos de
exterminio nazis.
La represión en la retaguardia se dio tanto en
zona rebelde como republicana, aunque fue muy distinta en una y en otra: la
instrucción número 1 del general Mola habló de violencia fulminante e
intransigente, aplicándose el terror ejemplar que los militares africanistas
habían aprendido en Marruecos, además del ejercido por los mercenarios
marroquíes, los Regulares. En el diario de guerra de Franco, en 1922, se habla
de decapitaciones y el citado militar dirigió a 12 legionarios en un ataque del que
volvieron ondeando en sus bayonetas las cabezas de otros tantos harqueños (2)
a modo de trofeo. La mutilación y decapitación de prisioneros eran prácticas
frecuentes, hasta el punto de que cuando el general Primo de Rivera visitó
Marruecos en 1926, un batallón de la
Legión aguardó la inspección con cabezas clavadas en las
bayonetas. El terror del Ejército africano se desplegó también en la Península desde 1936.
La represión llevada a cabo por los militares
rebeldes fue minuciosamente planificada, mientras que la de los republicanos
fue más impulsiva, espontánea, y se intensificó a medida que las noticias sobre
la otra represión era conocida. El desmoronamiento de las estructuras de la ley
y el orden dio origen a una venganza ciega y secular; la criminalidad
irresponsable fue un hecho en zona republicana. La hostilidad se fue
recrudeciendo en los dos bandos conforme avanzó la guerra, pero el odio operó
desde el principio con la sublevación del Ejército en Ceuta y en el Cuartel de la Montaña (Madrid). Las
fuerzas africanistas de Franco han recibido el nombre de “Columna de la Muerte” por los crímenes
cometidos en su recorrido desde Sevilla hasta Madrid.
Allí donde el campesinado sin tierra era
mayoría (Huelva, Sevilla, Cádiz, Málaga y Córdoba) los militares sublevados
impusieron el reino del terror; Queipo de Llano contó, para ello, con la ayuda
de los terratenientes. En regiones conservadoras como Navarra, Galicia, León y
Castilla la Vieja,
bajo jurisdicción del general Mola, la represión fue desproporcionada si
tenemos en cuenta que la oposición izquierdista fue menor. La extrema izquierda
se empeñó en otra represión brutal, como se comprueba en los casos de Barcelona
y Madrid, particularmente contra el clero, pero esta represión no fue dirigida
por las autoridades republicanas, sino que tuvo lugar a su pesar, estando
demostrado el esfuerzo para que no se cometieran desmanes del tipo que aquí se
tratan. Queda, no obstante, el caso de Paracuellos del Jarama (muy cerca de
Madrid), cuando ya el Gobierno republicano se había desplazado a Valencia y la
capital estaba dirigida por una Junta militar: aquí el problema es que los más
de 2.500 asesinados lo fueron durante un mes. ¿No hubo información durante este
tiempo para detener la matanza?
La República se defendió de la “quinta columna” y tuvo que combatir la violencia de
los anarquistas y del POUM, un partido comunista pero antiestalinista. Los
rebeldes, por su parte, invirtieron en terror, según palabras de Preston,
siendo su método “eliminar sin escrúpulos ni vacilaciones a todos los que no
piensen como nosotros” (general Mola). Las víctimas de los sublevados, en
particular, fueron maestros, masones, liberales, intelectuales y sindicalistas.
Por el interés de las autoridades republicanas en identificar a las víctimas y
luego el Estado franquista, el número de estas en la zona republicana se
conoce con precisión: 49.272. No ocurre lo mismo en la zona
dominada por los sublevados, pues se han perdido archivos de Falange, de la Policía, de las cárceles y
de los Gobiernos Civiles. Tras la victoria, las autoridades se deshicieron de
los registros “judiciales” de la represión, tratándose de juicios que duraban
unos minutos y sin defensa para el acusado; hubo ejecuciones “sin formación de
causa”.
También
hubo muertos que no fueron registrados, miles de refugiados en Andalucía que
murieron en el éxodo tras la caída de Málaga en 1937 y los refugiados en
Barcelona procedentes de otras partes de España en 1939. Hubo suicidios entre
los que esperaban para ser evacuados en varios puertos del Mediterráneo. En
total se ha calculado que las víctimas de los sublevados son 130.199. En
algunas provincias para las que existen estudios específicos los datos son los que siguen:
Provincia
|
Víctimas
de los sublevados
|
Víctimas
de los republicanos
|
Badajoz
|
8.914
|
1.437
|
Sevilla
|
12.507
|
447
|
Cádiz
|
3.071
|
97
|
Huelva
|
6.019
|
101
|
Las matanzas de los rebeldes en Navarra fueron
de 3.280 personas y en Logroño de 1.977. Por su parte, la represión mayor de los
republicanos se dio en provincias como Alicante, Girona y Teruel en proporción
a sus poblaciones absolutas. El caso de Madrid fue excepcional, donde el número
de víctimas causadas por republicanos triplicó al de los sublevados, pero el
dato se basa solo en los que fueron asesinados y enterrados en el
cementerio de la Almudena. Toledo,
el sur de Zaragoza, desde Teruel hasta el oeste de Tarragona, zona controlada
por los anarquistas, muestran asesinatos numerosos a manos de los republicanos.
En Toledo fueron asesinados 3.152 derechistas, el 10% de los cuales pertenecientes
al clero. En Cuenca 516, de los cuales 36 eran sacerdotes; en Cataluña fueron
asesinados 8.360 según pudo comprobar el juez Bertran de Quintana.
La “Causa General”, estudio que el general
Franco mandó realizar en 1940 para demostrar los crímenes cometidos por los
republicanos, arrojó una cifra para toda España de 85.940, pero el dato no es
fiable porque no se obtuvo con las garantías necesarias.
La represión de las mujeres fue mucho mayor en
la zona de los sublevados: asesinatos, torturas, violaciones, cárcel, secuelas
que permanecieron durante años o toda la vida; se les rapó el pelo a las
mujeres consideradas merecedoras de ello con intención de ofenderlas. En la zona
republicana se cometieron abusos sexuales sobre una docena de monjas y
sufrieron la muerte 296 religiosas (el 1,3% del total de España).
El odio entre españoles, basado en la
resistencia de unos a las reformas que trajeran un justo reparto de la riqueza,
y la reacción de otros a las injusticias seculares que habían padecido, se
muestra en las páginas de “El Debate” (días 7 y 9 de mayo de 1931) bastante
antes de dar comienzo la guerra civil: “la batalla social [se decía] que se
libra en nuestro tiempo… ello no se ha de decidir en un solo combate; es una
guerra, y larga, la desencadenada en España”.
El autor dedica una de las partes del libro a
explicar los orígenes del odio: “Un terrateniente –dice- de la provincia de
Salamanca, según su propia versión, al recibir noticia del alzamiento militar
en Marruecos en julio de 1936 ordenó a sus braceros que formaran en fila,
seleccionó a seis de ellos y los fusiló para que los demás escarmentaran. Era
Gonzalo de Aguilera y Munro, oficial retirado del Ejército, y así se lo contó
al menos a dos personas en el curso de la Guerra Civil. Su finca,
conocida como la Dehesa
del Carrascal de Sanchiricones, se encontraba entre Vecinos y Matilla de los
Caños, dos localidades situadas… al sudoeste de Salamanca”. Es un caso aislado,
pero ilustrativo de un odio que se manifestó con toda su crudeza en los años anteriores a la guerra, durante esta y con posterioridad.
(1) "El holocausto español".
(2) Rebeldes marroquíes en acciones guerreras.