¿Qué relación existió entre la extrema derecha militar española y la civil? ¿Qué relaciones hubo entre las Fuerzas Armadas y la extrema derecha españolas? A estas preguntas da respuesta Carlos Navajas en su obra “La salvaguardia de lo permanente. Las extremas derechas militares en la España del siglo XX" . El autor señala que el ejército español siempre se consideró con autonomía sobre el poder civil, entendido en su conjunto, pues hubo militares de muy diversas formas de pensar y actuar. Un ejército siempre dispuesto a intervenir en la vida pública como garantía de la seguridad nacional, según los militares más conservadores.
Los militares ultraderechistas fueron, a su vez, militaristas; sus ideas corporativas fueron meramente instrumentales y ellos nunca neutrales políticamente. En el siglo XIX –dice el autor citado- hubo militares militaristas pero liberales, y pone en duda la idea de la tradición liberal del ejército español en dicha centuria. Azaña escribió que “el hecho de que los militares españoles se hayan pasado el siglo XIX promoviendo conspiraciones y pronunciamientos, no es prueba de liberalismo, sino de caudillaje e indisciplina, enemigos de un Estado normal, y, en definitva, los peores enemigos de la libertad civil y de la igualdad”.
Solo con Primo –dice Carlos Navajas - cabe hablar de extrema derecha militarista, aunque Paul Preston cree que también existió con anterioridad, sobre todo en el ejército de Tierra. La pluralidad ideológica durante la dictadura de Primo en el ejército fue un hecho, contrariamente a lo ocurrido durante el régimen franquista, donde los militares demócratas representaron un número insignificante y se corresponden con los años finales de la dictadura. Sin embargo cabe matizarse esto a partir de la década de 1960, probablemente al abrirse España a la economía europea y americana y recibir el ejército influencias del exterior.
En general puede decirse que los militares españoles del siglo XX fueron enemigos de la partitocracia, concibieron la patria con connotaciones religiosas y la consideraron equivalente a la nación. La Historia, para estos militares conservadores y/o ultraderechistas era concebida como adoctrinamiento y el ejército y la patria se identificaban. Estos militares eran antiseparatistas, anticomunistas y, curiosamente, la mayoría no eran monarquistas (sic). Los ultraconservadores fueron antiliberales y, por lo tanto, antidemócratas.
Algunos de los diarios políticos de los militares eran “El Ejército Español”, “La Correspondencia Militar” y “Ejército y Armada”, siendo la tirada máxima de 8.380 ejemplares (“La Correspondencia Militar”). Los dos primeros se fusionaron en 1928 y de su lectura se deduce que los militares conservadores equiparaban al liberalismo con gobiernos débiles, la libertad con libertinaje; estos militares eran contrarios al parlamentarismo, partidarios del ultranacionalismo, simpatizantes con ciertas características del fascismo y muy corporativos. El pacifismo socialista, en fin, era interpretado como antimilitar.
La ideología militar conservadora condenó el parlamentarismo oligárquico liberal de la Restauración y no excluía una dictadura transitoria que acabase con el caciquismo. Había militares en esta ideología que simpatizaban con el socialismo moderado y con el fascismo (?). La Unión Patriótica asignó a los militares “una función vigilante sobre la evolución de la vida política y social” y en el manifiesto de presentación de 1939 del Partido Nacionalista Español de José María Albiñana se encomendaba al ejército “la función de garantizar la unidad territorial de España y la estabilidad del sistema político”.
La proclamación de la II República no trajo consigo una agitación política apreciable en el Ejército y de los 58 jefes y oficiales que estaban desempeñando cargos políticos importantes, 44 se retiraron acogiéndose al Decreto “de retiros” azañista. Un ejemplo es el de Emilio Rodríguez Tarduchy, redactor jefe la “La Voz de Castilla” entre 1910 y 1921 y miembro de las Juntas de Defensa, perteneció a la Unión Patriótica y se retiró del Ejército tras la proclamación de la II República. Fue director de “La Correspondencia Militar” y de “La Correspondencia” (este periódico sucesor del otro) ingresando en 1933 en Falange, año en el que también partició en la fundación de la candestina Unión Militar Española. Conspirador tras la guerra pero más tarde procurador en Cortes entre 1951 y 1964.
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