jueves, 4 de enero de 2018

Intentos vanos



Vista parcial de Albi

El exilio fue, para miles de españoles que tuvieron que huir de España durante la guerra civil o a partir de 1939, de una dureza extraordinaria. Muchos no pudieron exiliarse y pasaron por el paredón de los vencedores, otros sufrieron deportaciones, cárcel, entrega a las autoridades nazis, campos de concentración… En este último caso estuvo el que había sido Presidente del Gobierno español entre septiembre de 1936 y mayo de 1937, Francisco Largo Caballero.

Los escasos siete años de vida que pasó en el exilio, sobre todo en Francia, sirvieron a nuestro personaje para plantearse que una solución a los problemas que sufrían los españoles, los de dentro y los de fuera, no era ya volver a la vencida República, sino conseguir la unión de todas las fuerzas antifranquistas, monárquicos y comunistas incluidos, y plantear a la comunidad internacional (sobre todo a Gran Bretaña y Estados Unidos) la necesidad de acabar con el régimen del general Franco para ser sustituido por otro que, previa una transición, fuera sometido a plebiscito.

La idea, planteada de forma general y en otro contexto, fue expuesta a algunos de sus colaboradores por el Presidente Azaña a finales de 1936, y posteriormente, por caminos independientes, Prieto y Largo Caballero la formularon en México y Francia respectivamente, con algunos matices que el primero consideró se podían salvar en pocos minutos.

Largo Caballero se había resistido a abandonar París cuando corría peligro de que los nazis le capturasen y mientras su colaborador y amigo, Rodolfo Llopis, le insistía que fuese a Albi, donde él se encontraba, en territorio que luego sería de la llamada “Francia libre” con capital en Vichy. A la postre no le quedó más remedio que hacer caso a su amigo y comenzar una peregrinación de ciudad en ciudad, de casa en casa, de prisión en prisión (se tratase de cárceles o no); incluso hizo múltiples gestiones para conseguir un visado que le permitiese embarcar a África o a América sin conseguirlo nunca. Hasta que fue entregado a las autoridades nazis y encarcelado en el campo de Sachsenhausen, al norte de Berlín. De allí se le intentó trasladar a otro campo y, mientras se producía el traslado junto con otros a pie, se retiró hacia un lado de la carretera, cansado y enfermo, siendo aleccionado por un guardia que, quizá a propósito, disparó sin alcanzarle. De vuelta al campo de Sachsenhausen sería liberado por los vencedores de la guerra mundial en 1945 y, hasta su muerte en marzo de 1946, aún tuvo energía, aunque enfermo, para plantear soluciones a la situación de España que pasaban, como se dijo, por la ayuda internacional y por la sustitución del régimen del general Franco por otro que tendría que ser plebiscitado (¿república o monarquía?).

En estas maquinaciones no estuvo solo Largo Caballero, sino colaboradores suyos como Cerviño o su secretario Aguirre, Prieto y sus colaboradores desde México, el propio Juan de Borbón, con quien Largo se entrevistó alguna vez y otras veces por medio de terceros. Incluso los monárquicos pensaron en un golpe de estado, con la colaboración de militares españoles que estaban con Franco, que acabase con el régimen de este.

La muerte alcanzó a Largo sin poder ver el resultado de estos esfuerzos, pero hoy sabemos que no llegaron a nada, salvo aquel “Pacto de San Juan de Luz” en 1948 que no resolvió nada porque, como sabemos, Juan de Borbón, al tiempo, negociaba con el general Franco el traspaso del poder a su persona o –más tarde- a su hijo con ciertas condiciones que aquí no vienen al caso.

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