En el Diario de Sesiones del Congreso de
los Diputados, de fecha 12 de abril de 1869, se contienen las intervenciones
de, entre otros, Emilio Castelar, entonces un joven de apenas 37 años pero ya
imbuido de claras ideas democráticas y republicanas. En éste caso tomó la
palabra para defender la separación entre la Iglesia y el Estado y la libertad
de cultos en España. Aparte la calidad literaria de su discurso, el gaditano da
muestras de una concepción del parlamentarismo que no siempre ha existido en
España.
En primer lugar se disculpa ante los
diputados por tener que emplear el tiempo en defender cuestiones que ya
empezaban a no ser discutidas en otros países europeos. Haciendo referencia a
Ríos Rosas, presente en uno de los escaños, le reconoce autoridad intelectual,
hombre con talento, de alta elocuencia, íntegro carácter, aún sabiendo que Ríos
Rosas defendía de
posiciones nada liberales, aunque luego se asentó en ellas.
Continuó Castelar diciendo que su
opositor Ríos Rosas tenía todo el derecho a darle consejos (éste se lo
había preguntado), y le reconocía como hombre de Estado además de con más
experiencia que él, pues Ríos era unos veinte años mayor y ya experto en las
lides políticas.
Castelar no atacó ninguna creencia, ni
culto, ni dogma. Solo dijo que la Iglesia católica, organizada como estaba,
como poder del Estado, traía grandes perturbaciones y conflictos, porque la
Iglesia tenía un ideal de autoridad, de infalibilidad, que era una amenaza para
las libertades civiles. A otro diputado, el clérigo Manterola, cuya
intolerancia era proverbial, le considera una autoridad con virtudes, aun
habiendo éste defendido la reprobación del derecho y atacado la conciencia moderna, la
nueva filosofía…
Manterola fue un carlista que, una vez
vistas sus posiciones fracasadas en el Parlamento del sexenio, se lanzó a la
batalla con la guerrilla recaudando dinero para sostener la guerra de 1872 y
legitimando con su condición de canónigo el levantamiento antiliberal.
Castelar, en el año citado de 1869, recoge los argumentos de Manterola para
recordar a los diputados que éste no reconoce la soberanía nacional, pues el
clero no reconocía más dogma que la soberanía de la Iglesia, pero aún así,
Castelar defendió la presencia en el Congreso del canónigo y del obispo de Jaén,
que era el integrista Monescillo, y del cardenal de Santiago, García Cuesta. Así
concebía la democracia parlamentaria don Emilio, con capacidad para que todas
las voces se expresasen en un foro donde residía la soberanía nacional.
En su discurso Castelar hace una serie
de concesiones a sus oponentes, sobre todo a los clérigos, considerando que
haciéndolo les rebatirá mejor en sus posiciones antidemocráticas. Para que una
sociedad libre pueda vivir –dijo- es indispensable que tenga ideales, que
reconozca deberes, pero no deberes impuestos por la autoridad civil o por los
ejércitos, sino por su propia razón, por su propia conciencia. Recurre luego a
las sociedades antiguas donde el domingo es una saturnal (una fiesta
pagana), mientras que el domingo se respeta religiosamente en Europa, en Suiza,
en Inglaterra…
Como Castelar no solo era católico sino
sumamente culto, recuerda al señor Manterola que Pablo de Tarso había
reconocido no haber nada tan voluntario como la religión, y Tertuliano, en una
de sus cartas, había dicho que no es propio de la religión obligar por la
fuerza, lo contrario de lo que hacía la Iglesia de su tiempo, la anterior a su
tiempo y también la posterior. Castelar se adelantó al Concilio Vaticano II, donde la Iglesia reconoció la libertad religiosa, lo que en España no existirá sino un siglo más tarde.
El Estado no tiene religión, defendía
Castelar, el Estado no confiesa, no comulga… y nuestro personaje invita al
diputado Manterola a que le indique en qué sitio del Valle de Josafat va a
estar el día del juicio el alma del Estado… Continuó con el ejemplo de una
ballena que se movía en su medio marino, en lo que uno consideró que con dicho
movimiento el animal alababa a Dios; pero como otro dijese que en el cuerpo de
la ballena había ciertas ratas que la molestaban y obligaban a moverse,
Castelar señala que, teniendo el animal tanta masa de aceite, no tiene ni un
átomo de sentimiento religioso: igual que el Estado.
Y como latía en la España del siglo XIX
el gran acontecimiento de la Revolución Francesa, Castelar condena los excesos
de ésta y recuerda a Barnave, el cual, en nombre de la libertad pidió que se
revocase el edicto de expulsión de los jesuitas. Don Emilio recuerdó que con los
mismos argumentos que Manterola quería imponer la religión en España, Enrique
VIII de Inglaterra pudo en su día cambiar la religión católica por la
anglicana, como Teodosio pudo cambiar en el Senado romano las religiones
paganas por la católica… Por eso Manterola –dijo Castelar- no tenía razón
exigiendo, en nombre de la Iglesia, en nombre de una idea
religiosa, fuerza coercitiva al Estado.
En esa misma sesión (12 de abril de
1869) tomó la palabra Eduardo Chao, benefactor de la Escuela de Artes y Oficios
de Vigo, Cánovas, Ríos Rosas, el citado Manterola y, a partir de la página 986
del Diario de Sesiones, se recoge el discurso de Castelar, ejemplo de
parlamentarismo puro, democrático, racional, de generosidad e integración, de
un patriotismo que trasciende todos los conceptos que a esta palabra se le han
atribuido.
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