Río Támega |
“A terra e o homem” es
el título de un capítulo de la obra de Oliveira Martins, “Historia de Portugal”,
publicada en 1908 en su séptima edición. En dicho capítulo el autor analiza las
características agrícolas y climáticas, la orografía y la geología, que forman
la fisonomía natural de las diversas regiones del territorio portugués.
La antigua división de
Portugal en provincias –dice- obedecía más a aquellas condiciones naturales que
la moderna división en distritos. Las provincias se habían formado
históricamente de acuerdo con las condiciones naturales; los distritos actuales
fueron creados administrativamente de un modo hasta cierto punto artificial.
El autor se inclina por estudiar el norte de Portugal, un resumen de lo cual es
éste artículo, que comprende dos territorios al norte del Duero separados por
el río Támega: al este, Tras-os-Montes, al oeste, Entre-Douro-e-Minho.
Buscando en los ríos la
división de estas dos provincias se consagraban las diferencias esenciales:
geológicas (rocas eruptivas dominando el oeste, esquistos al este del Támega) y
también las climáticas. Portugal –dice Oliveira Martins- es en general un
anfiteatro de montañas levantado frente al océano. Esto condiciona que las
provincias se puedan dividir en interiores y marítimas, en cismontanas y
transmontanas; las que están directamente expuestas a la acción de las brisas
marítimas y los declives orientales, los valles interiores y las pendientes
escalonadas (socalcos) de las sierras
a cubierto del mar por picachos antiguos.
Esta circunstancia da
caracteres diversos a las dos provincias de Douro-Minho
e Tras-os-Montes, divididas por las sierras
del Gerés y del Marâo, que “roban” a la última la acción de las brisas
marítimas. Quien alguna vez traspasó el Támega –dice nuestro autor- seguramente
observó la profunda diferencia de paisaje y del carácter y aspecto de los
habitantes de más allá de éste río y más acá. El trasmontano, vivo, ágil, robusto, se destaca en comparación con el
miñoto, más paciente y laborioso, tenaz, persistente… (en un determinismo
geográfico). Más allá del Támega el clima es seco (40-60% de humedad relativa)
pocas lluvias (500 a 1.000 mm. y en el verano 70 a 80 apenas), grande el calor
en el fondo de los valles apretados, más templado en las alturas; intensos los
fríos invernales, que coronan de nieve las montañas y hielan el agua… Al oeste
del Támega, las brisas del mar, estancadas en su viaje por las sierras, se
condensan y producen lluvias copiosas: por eso en Miño, en el lado occidental
de las sierras de oriente, corren numerosos ríos paralelos, cuyos valles,
reuniéndose junto a la costa, forman a lo largo de ella la primera de las
planicies de Portugal. Habita esta región
una población abundante, activa, pero sin distinción de carácter, ni elevación
de espíritu: consecuencia necesaria de la humedad y de la fertilidad. Falta esa
especie de tonificación propia del aire seco y de los largos horizontes
recortados en un cielo luminoso y puro.
Miño es como Flandes,
no como Ática –dice-, las lluvias se precipitan abundantes (1.200-2.000 mm.
anuales, y en el verano 80 a 200) sobre un suelo lleno de caudales; la humedad
(70 a 100%) hace flácidos los
temperamentos y entorpece la vivacidad intelectual de quien no soporta un frío
excesivo que le irrita, ni un calor excesivo le hace fermentar, de la manera
que sucede en los trópicos. Templado el clima (12 a 15 grados), sin
excesiva oscilación invernal, la
población satisfecha, feliz y bien nutrida de vegetales y aire húmedo, ofrece
la imagen de un ejército de laboriosas hormigas sin cosa alguna que brille.
El clima determina el
paisaje más allá del Támega y las rubias mieses del trigo, los pámpanos, el
roble noble y el castaño gigante, visten las laderas de elevadas sierras, cuyas
crestas dentadas de rocas, en el invierno coronadas de nieves, se recortan en
el fondo azul del firmamento, dando fijeza y nobleza al cuadro, e infundiendo
lo elevado del espíritu. La naturaleza vive en la luz, y el alma siente que los
elementos tienen dentro de sí fuerzas que los animan.
Más acá del Támega el
escenario cambia: la humedad cría en todo el espacio vegetaciones abundantes;
no hay un palmo de tierra donde no broten las plantas; pero como el suelo es
pobre, como la roca aflora con frecuencia y los campos nacen del terreno
vegetal formado entre los arrugamientos del granito en ramos descompuestos, y
en los estuarios de los ríos por los sedimentos de las crecidas, la vegetación
es rastrera y humilde, el pino marítimo es de una constitución débil, el roble
es un enano entre las vides suspendidas. La densidad de la población completa
la obra de la naturaleza en una región donde el vino no madura: el ácido
picante le da una semejanza a las bebidas fermentadas del norte, como la
cerveza, y con ella, el genio del pueblo tiene también caracteres semejantes a
los de bretones y flamencos (debe tenerse en cuenta que el autor habla a
principios del siglo XX).
La vegetación, de por
sí mezquina, aún se hace más mezquina por la mano del hombre: las necesidades
de la población abundante producen una cultura que es más hortícola que agrícola:
muy pequeños campos, circundados por pequeños valles, orlados por robles
pequeños donde también se encuentran uvas verdes. En medio de esto la familia
es como un enjambre de hormigas: el padre, la madre, los hijos, se dedican a
labrar los campos o empujan “una miniatura” de carro. Sobre un cielo nuboso
casi siempre, encerrado en un valle lleno de maíces, dominado alrededor por
florestas y pinos sombríos, sin aire vivificante, sin abundante luz ni largos
horizontes, el enjambre de hormigas de los miñotos, no pudiendo despegarse de
la tierra, y aún confundiéndose con ella y con sus bueyes, sus arados y otros
aperos, forma un todo donde “si no se levanta una voz de independencia moral,
sí en cambio con frecuencia se levanta el grito de la resistencia utilitaria”.
El paisaje es rural, no
agrícola; la poesía de los campos es naturalista –dice Oliveira- no es
idealmente panteísta. Quien ha subido alguna vez a cualquiera de las montañas
de Miño y dominó desde ahí las espesuras de las arborescencias, sin contornos
definidos, y los valles cuadriculados de muros y robles, seguramente sintió una
profunda respiración, una viva inspiración de la luz. Apenas aquí y allá, en la
monotonía de los maizales, se ve que en el corazón del miñoto hay lugar
para el idilio infantil del amor[i].
[i] El
actual resumen es una traducción libre, salvo los entrecomillados y líneas en
cursiva, de la obra del autor citado.
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