Debió tener Goya una
visión negativa del ser humano, al menos a partir de cierto momento de su vida,
pues nos ha dejado muchas representaciones de la guerra, peleas, garrotazos y
escenas parecidas, en ocasiones de forma caricaturesca, pero en otras con grave
dramatismo.
Del final de su vida es
un dibujo con tiza negra donde representa a un loco en prisión: el hombre saca
la cabeza y uno de sus brazos por entre los barrotes, y Goya consigue
transmitirnos la indelicadeza de la sociedad de su época con los
desafortunados. En otro dibujo que lleva
por título “Carretas al cementerio”, muestra un cadáver que a duras penas es
bajado de una carreta para ser enterrado, mientras otros se amontonan: no hay
aquí ceremonia ni dignidad. También pintó a un prisionero encadenado de pies y
manos y por la cintura, mostrando el rostro una dolorosa pasión.
Quizá el más famoso de
los cuadros de este tema es “Duelo a garrotazos”, un óleo sobre lienzo de 123
por 266 cm. que se conserva en el Museo del Prado. Dos mozos, hundidas sus
piernas hasta las rodillas, no tienen como prioridad librarse de la fijación al
suelo, sino atizarse mutuamente sin piedad, mientras el marco es terroso, con
un blanco en el centro donde se han abierto las nubes.
“Aquí tampoco”, titula
Goya un aguafuerte y aguatinta donde aparece un hombre ahorcado siendo
observado impasiblemente por un soldado. En la Biblioteca Nacional de París se
encuentra un aguafuerte con el título “Será lo mismo”, donde unas personas
amontonan cadáveres víctimas de la guerra (1810). “Presagio lúgubre de lo que
está por venir” es el título de otro aguafuerte de 1810 donde un personaje
arrodillado, rodeado de sombras, con los brazos separados del cuerpo y el
rostro doliente, parece no tener espereanza alguna.
Con sus títulos
enigmáticos, Goya nos invita a la reflexión, a la relación entre la obra y el
título: “Nada. El evento del día”, es un aguafuerte y aguatinta de la década de
1810, donde un hombre descarnado y tendido en el suelo, parece soñar la suerte
de otros que aparecen como máscaras sobre él. “¡A la caza de dientes!” muestra
a una mujer tapándose parcialmente la cara, mientras arranca los dientes de un
ahorcado. Dos hombres con muecas parecen querer serrar a una anciana: “Compartiendo
a la anciana”, nos dice Goya en otra de sus obras…
Y continúa con “El
cautiverio es tan bárbaro como el crimen”: un presonaje retorcido está
encadenado, maniatado, con grilletes en sus tobillos. En su “Manicomio”,
muestra a unos personajes tumbados, sentados, con gestos arbitrarios en un
ambiente lúgubre, sórdido, despojado de todo, con unas luces pálidas y unas
sombras. En “Lo mismo”, un hombre levanta su hacha para dar muerte a un soldado
francés, ya ha dado muerte a otro, mientras uno está sobre un soldado alzando
su puñal. Gestos, movimiento, violencia, tragedia de la guerra.
En “El dos de mayo de
1808: la carga de los mamelucos”, Goya pinta a los soldados egipcios enrolados
en el ejército francés que son víctimas de la ira del pueblo madrileño. Uno se
cae del caballo, otros ya están en suelo malheridos o muertos; se lucha cuerpo
a cuerpo, se levantan espadas y puñales, mientras los edificios de Madrid
asisten al fondo; se trata de un cuadro monumental pintado en 1814. Tres
hombres matan a otros con azadas, y en “Esto es peor”, un hombre con un brazo amputado,
con los cabellos erizados dramátricamente, ha sido empalado en la rama de un
árbol, mientras los soldados franceses aparecen al fondo.
En sus “pinturas negras”,
en su visión de España, en la influencia ilustrada que Goya recibió por parte
de algunos de sus amigos, en la pérdida de sus familiares más queridos, en la
guerra de 1808, en su sordera y en su edad avanzada, tuvo que hacer el gran
artista la amalgama que dio estas visiones fantasmales, pero no fantasmales,
trama y urdimbre de lo humano.
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