Desde el siglo XVI se
ha repetido con alguna frecuencia la representación de lugares, pueblos y
ciudades en la pintura, como es el caso de Fontainebleau, Rapallo, Ornans,
Brighton, Nuremberg o Toledo. Pintores como Anton Mirou, Vermeer, Pieter Hoos,
El Greco o Jan Bisschop, nos han dejado paisajes o escenas de lugares, ciudades
o aldeas.
Halle es una ciudad
alemana cuya iglesia inmortalizó Lyonel Feininger, que se relacionó con
pintores expresionistas pero se adhirió al cubismo en París. Henri-Edmond
Cross, por su parte, pintó en 1907 “Tarde en Pardigón”, una localidad al
suroeste de Niza: árboles en primer y segundo plano coloreados caprichosamente,
el mar y las montañas al fondo en un estilo puntillista. La Bretaña francesa ha
sido representada por varios pintores, pero aquí elegimos la obra de Émile
Bernard, “La cosecha”, un ejemplo de “cloisonismo”.
Pierre Bonnard compró
una casa de campo en Vernonnet, a orillas del Sena, y allí pintó su “Ma
Roulotte”, con rabiosos colores “fauves”. Aureliano de Beruete, por su parte,
nos ha dejado muchos paisajes rurales de Madrid y Toledo con un estilo
característico y muy personal, mientras que Eugene Laermans pintó su natal
Molenbeek, ciudad belga, con los inmigrantes que llegaban procedentes del
campo.
El granadino Bertuchi
se enamoró del sol marroquí, de sus escenas callejeras, y ha pintado calles,
mercados y personas en un estilo luminista que recuerda a Sorolla. Cézanne pinto
un paisaje con casas, el lago, montañas y un árbol plasmando la visión
geométrica de las cosas que luego adoptaría el cubismo: “Lago Annecy” (al norte
de Grenoble). Muy distinto es el paisaje marino de van Gogh en
Saintes-Maries-de-la-Mer (1888) localidad de provenza donde estuvo una
temporada: el colorido al que nos tiene acostumbrados se torna aquí predomino
del marrón, pero las líneas sinuosas del mar ya están presentes.
El barrio parisino de Montmartre,
tan querido por los impresionistas y otros artistas bohemios, es el tema de
Pisarro para representar edificios, carruajes, personas, a lo largo de una
calle en perspectiva un día nuboso. Y la localidad normanda de Honfleur le sirve
a Adolfphe-Félix Cals para representar a una pareja que almuerza en una mesa, mientras
al fondo se ven los árboles, el río y el cielo luminoso; y sus “Figuras en la
playa”, de Eugène Boudin (1893). Yerres, población y río del norte de Francia,
sirvió de inspiración a Gustave Caillebotte para pintar a sus bañistas, con
encarnaciones violáceas.
Boulenger pintó
influido por los de la escuela de Barbizon la iglesia de Saint-Hubert-Mass en
1871. Sus tonos son terrosos en esta obra; las arborescencias, indefinidas; los
personajes, amontonados y confusos; las atmósferas, propias de su Bélgica
natal. Y una plaza de Nuremberg fue representada por William Bell Scott con
Alberto Durero como espectador en primer plano (1854); mientras Gustave Courbet
nos dejó su “Entierro en Ornans” (Este de Francia) con todo el realismo de una
escena rural donde un recogido grupo de personas asiste en silencio y
dolorosamente a la ceremonia.
A los curtidores del
barrio parisno de Mantes representó Corot con una paleta oscura, reflejando la
pesadumbre de las clases humildes, pero con más colorido nos dejó “El puente de
Mantes”: los árboles y el barquero en primer plano, el río, y en color pastel el
puente con sus parteaguas. Había pintado en 1834 la ciudadela de Volterra,
mostrándonos aquí un paisaje luminoso de la Toscana. Y antes, Goya, pintó la
pradera de San Isidro, en las afueras de Madrid, con dos visiones diferentes de
su vida: la festiva y de amplios horizontes; la de las pinturas negras a base
de máscaras.
La playa de Brighton,
en el sur de Inglaterra, fue inspiración para uno de los cuadros de Constable,
como también la bahía de Weymouth, cubriendo el cielo la mayor parte en el
primer caso; los tonos cobrizos en el segundo. Con una técnica que luego
emplearía Turner con éxito, Karl Blechen se inspiró en la bahía de Rapallo, en
la costa ligur, para un paisaje indefinido, donde las sombras, el mar y el
horizonte dejan el resto a la imaginaicón. Árboles iluminados en la frondosidad
del bosque pintaron Antoine-Louis Bayre, inspirado en Fontainebleau, y Narcisse
Díaz de la Peña, con un parecido extraordinario.
Solo comenzar el siglo
XIX, Philip J. de Loutherbourg se dejó llevar por la naciente revolución
industrial en Inglaterra y pintó un cuadro extraordinario donde el resplandor
de una herrería ilumina la noche en Coalbrookdale; y al finales del siglo XVIII,
Thomas Jones pintó sus casas de Nápoles anunciando los colores pastel de Corot,
pero no eligió para ello los grandes edificios, sino los muros, las casas
ruinosas o antiguas. La ciudad de Dolo, cerca de Venecia, es la inspiraciónn
para Francesco Guardi, que pintó el río Brenta y el puente, mientras las
personas no son más que manchas indefinidas.
En un estilo parecido,
pero con la paleta más oscura, pintó Bernardo Bellotto una vista del Arno en
Florencia (1740) una “veduta” o vista panorámica (postal en nuestro tiempo)
después de visitar otras ciudades italianas en un viaje de estudios; y algo
antes, Canaletto pintó una de sus muchas obras inspiradas en Venecia, “Dolo en
el Brenta”, haciendo alusión a la ciudad y al río en las proximidades de
aquella ciudad. En este caso una esclusa y personas de diferentes clases
sociales en primer plano, un estudio de perspectiva y las casas a uno y otro
lado del río.
Johannes Vermeer se
inspiró en Delft para sus vistas de la ciudad, pero también Josué de Grave nos dejó un dibujo a pluma, tinta marrón y aguada gris con las fachadas de las
puertas de Rotterdam y Schiedam en Delft. El dibujo es un documento histórico,
pues dichas puertas fueron derribadas en el siglo XIX. Jan Vermeer van Haallem “el
viejo”, pintó una vista de Haarlem desde unas dunas; y a mediados del
siglo XVII pintó Adriaen van de Velde “La playa de Scheveningen”, un barrio de
La Haya.
A principios de la década de 1666 Meyndert Hobbema y su maestro Jacob van Ruisdael, realizaron juntos un viaje por las provincias de Gelderland y Twenthe en busca de molinos de agua, pintanto el primero no menos de treinta, uno de ellos en torno a 1666: es el agua en cascada, la placidez del lugar, los cielos nubosos, lo que interesa a Hobbema. Aelbert Cuyp, por su parte, nos ha dejado una “Vista de Arnhem”(ciudad del Este de Holanda) con la iglesia de San Eusebio destacando. En Nueva Escocia dejó paisajes sencillos y coloristas Maud Lewis: las bahías y los campos, los caminos y los niños jugando, las gentes de las poblaciones alejadas de los centros urbanos. En la retina de Lewis, Nueva Escocia ha cobrado vida y color.
Molinos o paisajes urbanos,
ríos y praderas, caminantes y vistas de ciudades, puentes y paisajes marinos,
embarcaciones y atmósferas han sido representados muchas veces por los pintores
flamencos, belgas, franceses, ingleses, españoles, italianos, alemanes, etc.
Más paisajes y ciudades, más campos y ríos cuanto mayor fue el auge en el arte,
los países mediterráneos, Francia y los Países Bajos.
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