lunes, 5 de junio de 2023

Pueblos, ciudades y paisajes

 

Desde el siglo XVI se ha repetido con alguna frecuencia la representación de lugares, pueblos y ciudades en la pintura, como es el caso de Fontainebleau, Rapallo, Ornans, Brighton, Nuremberg o Toledo. Pintores como Anton Mirou, Vermeer, Pieter Hoos, El Greco o Jan Bisschop, nos han dejado paisajes o escenas de lugares, ciudades o aldeas.

Halle es una ciudad alemana cuya iglesia inmortalizó Lyonel Feininger, que se relacionó con pintores expresionistas pero se adhirió al cubismo en París. Henri-Edmond Cross, por su parte, pintó en 1907 “Tarde en Pardigón”, una localidad al suroeste de Niza: árboles en primer y segundo plano coloreados caprichosamente, el mar y las montañas al fondo en un estilo puntillista. La Bretaña francesa ha sido representada por varios pintores, pero aquí elegimos la obra de Émile Bernard, “La cosecha”, un ejemplo de “cloisonismo”.

Pierre Bonnard compró una casa de campo en Vernonnet, a orillas del Sena, y allí pintó su “Ma Roulotte”, con rabiosos colores “fauves”. Aureliano de Beruete, por su parte, nos ha dejado muchos paisajes rurales de Madrid y Toledo con un estilo característico y muy personal, mientras que Eugene Laermans pintó su natal Molenbeek, ciudad belga, con los inmigrantes que llegaban procedentes del campo.

El granadino Bertuchi se enamoró del sol marroquí, de sus escenas callejeras, y ha pintado calles, mercados y personas en un estilo luminista que recuerda a Sorolla. Cézanne pinto un paisaje con casas, el lago, montañas y un árbol plasmando la visión geométrica de las cosas que luego adoptaría el cubismo: “Lago Annecy” (al norte de Grenoble). Muy distinto es el paisaje marino de van Gogh en Saintes-Maries-de-la-Mer (1888) localidad de provenza donde estuvo una temporada: el colorido al que nos tiene acostumbrados se torna aquí predomino del marrón, pero las líneas sinuosas del mar ya están presentes.

El barrio parisino de Montmartre, tan querido por los impresionistas y otros artistas bohemios, es el tema de Pisarro para representar edificios, carruajes, personas, a lo largo de una calle en perspectiva un día nuboso. Y la localidad normanda de Honfleur le sirve a Adolfphe-Félix Cals para representar a una pareja que almuerza en una mesa, mientras al fondo se ven los árboles, el río y el cielo luminoso; y sus “Figuras en la playa”, de Eugène Boudin (1893). Yerres, población y río del norte de Francia, sirvió de inspiración a Gustave Caillebotte para pintar a sus bañistas, con encarnaciones violáceas.

Boulenger pintó influido por los de la escuela de Barbizon la iglesia de Saint-Hubert-Mass en 1871. Sus tonos son terrosos en esta obra; las arborescencias, indefinidas; los personajes, amontonados y confusos; las atmósferas, propias de su Bélgica natal. Y una plaza de Nuremberg fue representada por William Bell Scott con Alberto Durero como espectador en primer plano (1854); mientras Gustave Courbet nos dejó su “Entierro en Ornans” (Este de Francia) con todo el realismo de una escena rural donde un recogido grupo de personas asiste en silencio y dolorosamente a la ceremonia.

A los curtidores del barrio parisno de Mantes representó Corot con una paleta oscura, reflejando la pesadumbre de las clases humildes, pero con más colorido nos dejó “El puente de Mantes”: los árboles y el barquero en primer plano, el río, y en color pastel el puente con sus parteaguas. Había pintado en 1834 la ciudadela de Volterra, mostrándonos aquí un paisaje luminoso de la Toscana. Y antes, Goya, pintó la pradera de San Isidro, en las afueras de Madrid, con dos visiones diferentes de su vida: la festiva y de amplios horizontes; la de las pinturas negras a base de máscaras.

La playa de Brighton, en el sur de Inglaterra, fue inspiración para uno de los cuadros de Constable, como también la bahía de Weymouth, cubriendo el cielo la mayor parte en el primer caso; los tonos cobrizos en el segundo. Con una técnica que luego emplearía Turner con éxito, Karl Blechen se inspiró en la bahía de Rapallo, en la costa ligur, para un paisaje indefinido, donde las sombras, el mar y el horizonte dejan el resto a la imaginaicón. Árboles iluminados en la frondosidad del bosque pintaron Antoine-Louis Bayre, inspirado en Fontainebleau, y Narcisse Díaz de la Peña, con un parecido extraordinario.

Solo comenzar el siglo XIX, Philip J. de Loutherbourg se dejó llevar por la naciente revolución industrial en Inglaterra y pintó un cuadro extraordinario donde el resplandor de una herrería ilumina la noche en Coalbrookdale; y al finales del siglo XVIII, Thomas Jones pintó sus casas de Nápoles anunciando los colores pastel de Corot, pero no eligió para ello los grandes edificios, sino los muros, las casas ruinosas o antiguas. La ciudad de Dolo, cerca de Venecia, es la inspiraciónn para Francesco Guardi, que pintó el río Brenta y el puente, mientras las personas no son más que manchas indefinidas.

En un estilo parecido, pero con la paleta más oscura, pintó Bernardo Bellotto una vista del Arno en Florencia (1740) una “veduta” o vista panorámica (postal en nuestro tiempo) después de visitar otras ciudades italianas en un viaje de estudios; y algo antes, Canaletto pintó una de sus muchas obras inspiradas en Venecia, “Dolo en el Brenta”, haciendo alusión a la ciudad y al río en las proximidades de aquella ciudad. En este caso una esclusa y personas de diferentes clases sociales en primer plano, un estudio de perspectiva y las casas a uno y otro lado del río.

Johannes Vermeer se inspiró en Delft para sus vistas de la ciudad, pero también Josué de Grave nos dejó un dibujo a pluma, tinta marrón y aguada gris con las fachadas de las puertas de Rotterdam y Schiedam en Delft. El dibujo es un documento histórico, pues dichas puertas fueron derribadas en el siglo XIX. Jan Vermeer van Haallem “el viejo”, pintó una vista de Haarlem desde unas dunas; y a mediados del siglo XVII pintó Adriaen van de Velde “La playa de Scheveningen”, un barrio de La Haya.

A principios de la década de 1666 Meyndert Hobbema y su maestro Jacob van Ruisdael, realizaron juntos un viaje por las provincias de Gelderland y Twenthe en busca de molinos de agua, pintanto el primero no menos de treinta, uno de ellos en torno a 1666: es el agua en cascada, la placidez del lugar, los cielos nubosos, lo que interesa a Hobbema. Aelbert Cuyp, por su parte, nos ha dejado una “Vista de Arnhem”(ciudad del Este de Holanda) con la iglesia de San Eusebio destacando. En Nueva Escocia dejó paisajes sencillos y coloristas Maud Lewis: las bahías y los campos, los caminos y los niños jugando, las gentes de las poblaciones alejadas de los centros urbanos. En la retina de Lewis, Nueva Escocia ha cobrado vida y color.

Molinos o paisajes urbanos, ríos y praderas, caminantes y vistas de ciudades, puentes y paisajes marinos, embarcaciones y atmósferas han sido representados muchas veces por los pintores flamencos, belgas, franceses, ingleses, españoles, italianos, alemanes, etc. Más paisajes y ciudades, más campos y ríos cuanto mayor fue el auge en el arte, los países mediterráneos, Francia y los Países Bajos.



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