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En el cambio del siglo
XVI al XVII españoles y portugueses se encontraban en Japón, pero estos últimos
eran los que monopolizaban el comercio con occidente. Un inglés, William Adams,
que trabajaba para comerciantes holandeses, fue convocado por el shogun mientras
su país estaba en guerra con España y Portugal.
El shogun recelaba de
los misioneros católicos, que conseguían cada vez más prosélitos en Japón, por
lo que aquellos fueron expulsados. Al shogun le interesaba otra cosa: construir
barcos para tener relaciones comerciales con otros países, y Adams contribuyó a
ello. Así envió Japón sus primeros barcos que llegaron hasta México, camino de
crear una flota mercante. Adams, por su parte, conseguía beneficios para la
Compañía Holandesa de las Indias
Orientales.
El shogun no estaba
solo; contra su deseo, barones independientes o daimios controlaban feudos
gracias a la colaboración de los samuráis, miembros de la sociedad selecta de
la época, pero estos daimios fueron sometidos por el shogun y así se llegó a
una paz que antes no existía en Japón. En realidad se formó un sistema de
gobierno en el que el emperador gobernaba con los daimios aunque estos estaban
sometidos a aquel. Cuando el shogun Ieyasu (de la dinastía Tokunawa) murió se
hizo un funeral tras su incineración, y sus restos se esparcieron en una montaña
donde había practicado con frecuencia la cetrería.
La capital se
estableció en Edo, la actual Tokio, que fue descrita por el español Rodrigo de
Vivero y Velasco, gobernador de Filipinas que pasó una temporada en Japón. Las
calles de Edo estaban ocupadas según los diversos oficios, sastres, zapateros,
carpinteros, herreros… y la sociedad de la época era rígida, inspirada en el
confucianismo. Los campesinos y los artesanos eran mayoría, constituyendo la
clase inferior los comerciantes, por los que se tenía un vivo desprecio. Estas
clases inferiores estaban sometidas por una serie de convencionalismos, como no
poder vestir ropas caras y ricas, reservadas para las clases superiores.
Después del shogunato
que siguió a Ieyasu le sucedió el nieto de este, que tenía experiencias
místicas a partir de la admiración que sentía por su abuelo, pero gobernó de
forma más inflexible, no acompañando nunca al ejército en el campo de batalla,
como había sido costumbre con anterioridad. Este shogun actuó extravagante y
caprichosamente, y como en tiempo de paz no había botines que repartir ¿cómo
controlar a los barones territoriales? Se les hizo pasar parte del año en Edo,
llegando en numerosas procesiones de varios miles de individuos, entre escoltas
y porteadores. Así creció Edo, y los samuráis en la capital, sin sus familias,
evolucionaron hacia la burocracia, donde no faltaron mujeres que, sin embargo,
debían tener permiso de sus maridos para otras profesiones y actividades.
La legislación se hizo
estricta y así se consiguió una paz falsa, se controlaron las carreteras que
conducían a Edo e igualmente los movimientos de las personas. Los que
desobedecían podían ser condenados a crucifixión si eran hombres y a esclavitud
si mujeres. Se impuso el miedo. Aún así los viajes fueron aumentando por la
seguridad en los caminos y se desarrollaron en ellos las ciudades. La principal
carretera fue la que unió Kioto a Edo, escribiéndose diarios de viajes.
El grupo proscrito era
el de los cristianos, habiendo recompensas por delatar a japoneses que hubiesen
abrazado el cristianismo, y mayor premio por denunciar a sacerdotes. El
cristianismo se hizo subversivo a los ojos del shogun por ser contrario a las tradiciones
japonesas; fueron martirizados algunos e incluso niños. Ello causó desafección
al régimen, sobre todo en el sur, donde antiguos samuráis eran ahora labradores
aunque no habían olvidado la experiencia de las armas.
Los impuestos eran
elevadísimos, pagándose al nacer un hijo o por cavar una fosa para enterrar a
alguien. Los tributos se pagaban en arroz, que no podían comer los que lo
cosechaban; el campesinado vivía en la miseria y las sequías y hambrunas se
dieron en algunas regiones. No pagar los impuestos era castigado con severas penas y así se llegó a levantamientos importantes de campesinos que
reivindicaron los cristianos.
El shogun envió tropas
para reprimir dichos levantamientos, pero los rebeldes consiguieron resistir
momentáneamente hasta que las autoridades llevaron a cabo grandes matanzas. Los
holandeses, interesados en el comercio, preferían mantenerse al margen, y
aquellos levantamientos fueron la excusa para que el shogun decidiese extirpar
el cristianismo de Japón. Se prohibió viajar al exterior y los que estuviesen
fuera no podrían volver. Japón se aisló, el shogun mandó destruir la flota y
redujo el comercio exterior.
Cuando mercaderes
portugueses desembarcaron en Japón el shogun mandó matar a algunos, a otros les
sometió a castigos y a otros los expulsó. Este aislamiento no terminará hasta
finales del siglo XIX.
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