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Envenenamiento y
suicidio –dice E. Mitre[i]-
son dos formas de acabar la vida. El envenenamiento se ha asociado
tradicionalmente a la Roma de los Césares o a la Italia del Renacimiento, pero
también durante la Edad Media tenemos ejemplos. Se ha investigado que en los
mil años de la Edad Media, en occidente, se habrían dado un total de
cuatrocientos veinte casos de envenenamiento, sin tener en cuenta aquellos que
no constan porque las víctimas no fueron personajes conocidos, sino simples
mortales. Según algunas crónicas el rey leonés Sancho I el Craso habría muerto envenenado en 966 por unos nobles
portugueses valiéndose de unas frutas que le habían regalado.
Al irse conociendo con
más amplitud y precisión las propiedades de las plantas, en torno a 1400 el
número de envenenamientos aumentó. En Francia, por ejemplo, los delfines Juan y
Luis murieron en 1415 y 1417 respectivamente, rumoreándose que fueron envenenados.
Y en otro orden de cosas el envenenamiento se relaciona con médicos musulmanes
y judíos, como es el caso de un “hispano o árabe sarraceno” que, en el siglo
XII, sobresalía en el arte de la brujería y el envenenamiento, y que pretendió
entregar al emperador Federico Barbarroja unos regalos untados con veneno. El
proyecto fracasó y el frustrado asesino y sus colaboradores acabaron siendo
castigados.
Los judíos, como
envenenadores de manantiales y fuentes fueron una figura bastante extendida en
tiempos de pestes y epidemias, sobre todo en la Alemania del siglo XIV. En
Castilla, una tradición que recogió con los años Francisco de Quevedo asoció la
muerte de Enrique III a un médico judío de nombre Mair Alguadex.
De otro rey de frágil
salud, el francés Carlos V, fallecido en 1380, se dijo que estuvo a punto de
ser envenenado por conjurados bajo la dirección de Jacques de Rue y Pierre de
Tertre que, descubiertos, fueron procesados y ejecutados. De su nieto Carlos
VII se dice que se dejó morir de hambre en 1461por miedo a ser envenenado por
su hijo, el futuro Luis XI. En Inglaterra la muerte de reyes por envenenamiento
constituirá una tradición popular.
Se ha estudiado el
probable envenenamiento de Juan Serrano, obispo de Sigüenza propuesto por
Enrique III para la sede de Sevilla. Tras una terrible agonía murió en 1402 y
las sospechas cayeron sobre el arcediano de Guadalajara, Gutierre Álvarez de
Toledo, aspirante a la sede de Toledo, entonces vacante.
En 1468 se produjo la
inesperada muerte del infante Alfonso, hermano de Isabel la Católica y
proclamado rey por una facción nobiliaria frente a su hermanastro Enrique IV.
Varios cronistas que hablan del hecho destacan el brote de peste que se daba en
las localidades de Arévalo y Cardeñosa[ii]
por donde el joven de 14 años se encontraba en aquellos momentos, y dichos
cronistas no se ponen de acuerdo. El clima de guerra civil que en la Castilla
del momento se vivía, era muy propicio para la explotación de la muerte de
algunos personajes.
Sobre la muerte de
Enrique IV de Castilla también se ha sospechado de envenenamiento, pues los
cronistas le achacan desórdenes alimentarios que le habrían sido fatales. El
doctor Marañón considera que lo más probable es que la muerte de éste rey fuese
por envenenamiento.
En cuanto al suicidio
ha sido estudiado por muchos especialistas de diversas disciplinas, llegando a
la conclusión de que la causa ha sido como expresión de la libertad personal,
de la desesperación, del egoísmo o como patología mental.
El mundo antiguo pudo
ver en el suicidio una salida honorable ante un fracaso humillante. La historia
de la Roma pagana está plagada de suicidios de políticos y generales que ponen
fin a su vida en situaciones que consideran límite. La cultura cristiana
incorporó a Judas Iscariote, que desesperado por la traición infligida, se
ahorcó. El emperador Nerón se quitó la vida a unos pocos kilómetros de Roma, después
de huir, en el año 68 adelantándose al juicio del Senado.
En cuanto al emperador Otón "a la caída del día -dice Tácito- aplacó la sed con unos sorbos de agua helada. A continuación trajeron dos puñales y, tras probarlos, guardó uno de ellos bajo la almohada... pasó la noche tranquila y, según se afirma, no en vela. De madrugada recostó el pecho contra el hierro...".
La Edad Media inglesa
es la que “más juego da” –dice E. Mitre- siendo el número de varones que se
suicida muy superior al de mujeres. Los métodos son sobre todo el ahorcamiento y
el ahogamiento; en menor medida el uso de objetos cortantes. Sobre
autoenvenenamientos disponemos de poca información.
Las legislaciones civil
y canónica medievales condenaron el suicidio, de forma que el que lo llevaba a
cabo era enterrado apartadamente. En el concilio provincial de Braga (561) se
negaron las ofrendas a los suicidas, calificándolos de criminales. En el
concilio toledano de 693 se habla de “los desesperados” que son incapaces de
aceptar un castigo que se les ha impuesto y se quitan la vida “con arma blanca
u otros medios mortíferos”.
En Las Partidas los suicidas se desglosan en cuatro categorías: los
que se quitan la vida por haber sido acusados de alguna falta, los que son
incapaces de soportar una enfermedad, los que lo hacen por locura o saña, y los
ricos que pierden su riqueza y deciden matarse.
Pedro Abelardo, quien
sufrió castración inducida por el canónigo Fulberto[iii],
hizo una referencia reprobatoria a la automutilación de Orígenes[iv],
que habría interpretado literalmente el texto bíblico “se han castrado para
obtener el reino de los cielos”. Cercanas al suicidio se han considerado
ciertas muertes martiriales cuyos protagonistas provocaron a sus oponentes para
que estos reaccionaran violentamente. Por ejemplo, los mozárabes que
blasfemaron ante sus captores del nombre de Mahoma y acabaron condenados a
muerte por las autoridades andalusíes.
Algunos ejercicios
lúdicos como las justas, torneos, juegos de cañas, caza, etc., propios de los
grupos aristocráticos, se les han supuesto, en ocasiones, una indirecta
inducción al suicidio, y de ahí las reservas de la Iglesia.
Por su parte los
cátaros tuvieron una ceremonia –la endura- que dio pie a una de tantas
polémicas. Para el obispo inquisidor Jacques Fournier, luego para el papa
Benedicto XII (1334-1342) se trataba de una inducción al suicidio o al
asesinato para el cátaro que se encontraba próximo a la muerte. La persecución
que sufrió esta minoría llevó a algunos a ayunar hasta tal punto que su vida
corría peligro, llegando a morir antes que renunciar a sus creencias.
[i] “Morir
en la Edad Media…”.
[ii] Al
norte de la ciudad de Ávila.
[iii]
Teniendo el teólogo y monje del siglo XII relaciones con la sobrina del
canónigo, Eloísa, tuvo de ella un hijo.
[iv] Padre
de la Iglesia oriental del siglo III.
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