Cuando el hombre prehistórico pasa de cazador a
productor de alimentos se da lo que el arqueólogo australiano Gordon Childe
llama revolución neolítica. Se inició
hace nueve mil años en el próximo Oriente y consistió en la domesticación de
animales y plantas junto con la sedentarización humana. Esto alteró las
estructuras sociales, disociando las funciones de productor y celador de recursos y fomentando la servidumbre y el
despotismo.
Ahora
bien, este proceso se entiende que ha sido lentísimo. Ocasionalmente, el hombre
del Mesolítico pudo haber recolectado las primeras plantas cultivadas. Cabe suponer
que figuran entre ellas la cebada, la escaña y la escanda silvestres, que aún
crecen como cizañas en las altiplanicies anatólicas y en las estepas y montañas
situadas entre Kurdistán y Siria.
Pero
volvamos atrás: hace unos doce mil años el clima de la Tierra comenzaba a
experimentar una cierta mejoría con respecto al largo período en el que los
hielos cubrían grandes extensiones de las actuales regiones templadas. Por
aquellas fechas el planeta estaba habitado por pequeñas bandas inconexas de
cazadores y recolectores. Estas bandas habían alcanzado un cierto grado de
complejidad cultural, como demuestran las manifestaciones artísticas en las
cavernas paleolíticas o la perfección de su sencilla técnica (instrumentos de
piedra tallada, asta y hueso o madera).
Cinco
mil años más tarde se ha operado un sorprendente cambio (véase ahora la
lentitud del proceso): la mayor parte de los grupos humanos ha abandonado su
vida de cazadores nómadas para sustituirla por una existencia sedentaria basada
en el cultivo de la tierra y en la domesticación de animales. El éxito de estas
nuevas actividades y formas de vida ha sido tal
que los pocos grupos humanos que siguen con las antiguas pasan a ocupar
un lugar marginal en su distribución geográfica, abocados a la extinción lenta,
pero inexorable.
La
revolución -aunque lentamente- se ha producido, y no puede evitar una serie de consecuencias:
una impresionante aceleración de las formas sociales y culturales y el
crecimiento demográfico, que ha caracterizado a los últimos 5000 años de la
historia.
Los
arqueólogos han denominado Neolítico a este estadío de desarrollo
sociocultural y económico en el que los grupos humanos disponen ya de una
técnica de producción de alimentos y han modificado su forma de vida para adaptarla
a las nuevas condiciones. En esta tecnología
agraria incipiente debe incluirse, junto a los instrumentos necesarios para
el cultivo, la cerámica, necesaria para almacenar en unos casos y cocer
en otros los productos agrarios conseguidos industrialmente.
En
los tipos silvestres de las plantas que hemos citado anteriormente (cebada,
escaña y escanda) si el eje o raquis de la espiga se rompe de forma que el
grano maduro se desprenda de la espiga, aún encerrado y protegido por su
cascabillo, el conjunto tiene la propeidad de adherirse a la piel de cualquier
animal que lo roce, al igual que sucede con mucha cizañas, lo que permite la dispersión
del fruto y su caída a tierra, donde acabará germinando.
La
domesticación alteró este proceso cambiando el aspecto de los granos. Un tipo
de cebada sustituyó a otros y un nuevo trigo utilizado para panificación en
Anatolia e Irán desplazó a otras especies. Hubo otras transformaciones: en el
caso del maíz, cultivado en América, los resultados fueron debidos a la
evolución de otra planta de la que deriva: el teosinto, que al metamorfosearse,
propició que la mazorca apareciera protegida por grandes perfollas. Plantas más
remotas como el alforfón, el cáñamo y la adormidera fueron también
transformadas por el cambio genético producido con la intervención humana, que
habría observado lenta, torpemente, la propiedad cultivable, artificialmente, de aquellas plantas.
Yacimiento en los montes Zagros |
Muchos
de estos cambios los desubrió hace más de medio siglo el botánico ruso
Nicolai I. Vavilov (1887-1943). Siguiendo el camino trazado por el francés A.
de Candolle, Vavilov sugirió que estas modificaciones derivaban del sistema
de cultivo y no de una selección artificial intencionada de los agricultores
neolíticos. En otras palabras: lo que Darwin hubiera llamado selección inconsciente.
Tras
las primeras cosechas de cereales cultivados el hombre abarcaría otras parcelas
botánicas. Por ejemplo, las calabazas y hortalizas. Aparecen así los primeros
huertos, cuyo cultivo tan poco tiene que ver con las gramíneas: una cierta
diversidad se está abriendo camino.
A
aquella selección inconsciente siguió una selección consciente que los
especialistas han explicado con varios ejemplos: cuando el hombre neolítico,
que poseía ya el telar, observó que el lino que cultivaba para obtener su
fibra en las laderas de la montaña daba mayores semillas -de gran contenido
oleico- si se cultivaba en los valles.
Entonces no era ya solo que el hombre cultivase aquello que veía tenía
posibilidades de germinar, crecer y recolectarse sistemáticamente; ahora ya conscientemente selecciona los lugares,
las semillas que ha ido diferenciando, la forma de cultivo especializada para
cada planta.
El
perro es quizá el primer animal
doméstico conocido, según parece
desprenderse de los huesos hallados hace años en el yacimiento mesolítico de
Star Carr (Gran Bretaña). Estudiosos del Paleolítico, basándose en evidencias
arqueológicas y paleontológicas, pretenden que el hombre pudo haber domesticado
el camello durante el Paleolítico Superior (unos doce mil años antes de Cristo)
en el ámbito cantábrico-pirenaico. Sin embargo, la seguridad de la primera
domesticidad animal solo se tiene en el Neolítico, en el que tempranamente,
y en las altiplanicies de Irán y Anatolia, el hombre sometió a ovejas y cabras. La
domesticación se amplia con la captación del cerdo y más tarde de diversos
bóvidos y antílopes en Mesopotamia y Egipto. La hibridación de los animales ya
sometidos hará el resto. La domesticación del caballo, posterior a la del
onagro o asno salvaje, se lograría más tardíamente en el ámbito euroasiático,
casi a la par que la del camello.
Es
importante recordar que el dominio humano sobre animales y plantas obedeció
a un mismo proceso conceptual y técnico. Parece que el hombre
paleomesolítico anterior retuvo en corrales o cercados a animales que habría
capturado, guardándolos in vivo de
diversos depredadores y dilatando su sacrificio hasta tener necesidad de ellos.
De igual forma, algunas gentes mesolíticas de la Europa atlántica pudieron
mantener viveros naturales en pozas y charcas marinas, reservando moluscos,
crustáceos y peces.
Los
especialistas están de acuerdo en que los primeros animales domésticos fueron
objeto de una reproducción selectiva de mejor control que la del mundo vegetal;
más si se tiene en cuenta que los pupilos podían suministrar otros productos
como lacticinios mediante ordeño, y pelos y lana de utilización textil mediante
esquileo.
La
obtención de crías, así como la docilidad de ciertos animales ante las órdenes
y manipulaciones de su amo, hizo que el hombre en el curso de milenios no solo
consiguiera uncir a un arado a bóvidos o caballos, o perros y renos a un trineo
para labores de tracción, sino emplearlos para el transporte tras la invención
de la rueda.
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