martes, 20 de agosto de 2013

Los primeros agricultores


Cuando el hombre prehistórico pasa de cazador a productor de alimentos se da lo que el arqueólogo australiano Gordon Childe llama revolución neolítica. Se inició hace nueve mil años en el próximo Oriente y consistió en la domesticación de animales y plantas junto con la sedentarización humana. Esto alteró las estructuras sociales, disociando las funciones de productor y celador de recursos y fomentando la servidumbre y el despotismo.

Ahora bien, este proceso se entiende que ha sido lentísimo. Ocasionalmente, el hombre del Mesolítico pudo haber recolectado las primeras plantas cultivadas. Cabe suponer que figuran entre ellas la cebada, la escaña y la escanda silvestres, que aún crecen como cizañas en las altiplanicies anatólicas y en las estepas y montañas situadas entre Kurdistán y Siria.

Pero volvamos atrás: hace unos doce mil años el clima de la Tierra comenzaba a experimentar una cierta mejoría con respecto al largo período en el que los hielos cubrían grandes extensiones de las actuales regiones templadas. Por aquellas fechas el planeta estaba habitado por pequeñas bandas inconexas de cazadores y recolectores. Estas bandas habían alcanzado un cierto grado de complejidad cultural, como demuestran las manifestaciones artísticas en las cavernas paleolíticas o la perfección de su sencilla técnica (instrumentos de piedra tallada, asta y  hueso o madera).

Cinco mil años más tarde se ha operado un sorprendente cambio (véase ahora la lentitud del proceso): la mayor parte de los grupos humanos ha abandonado su vida de cazadores nómadas para sustituirla por una existencia sedentaria basada en el cultivo de la tierra y en la domesticación de animales. El éxito de estas nuevas actividades y formas de vida ha sido tal  que los pocos grupos humanos que siguen con las antiguas pasan a ocupar un lugar marginal en su distribución geográfica, abocados a la extinción lenta, pero inexorable.

La revolución -aunque lentamente- se ha producido, y no puede evitar una serie de consecuencias: una impresionante aceleración de las formas sociales y culturales y el crecimiento demográfico, que ha caracterizado a los últimos 5000 años de la historia.

Los arqueólogos han denominado Neolítico a este estadío de desarrollo sociocultural y económico en el que los grupos humanos disponen ya de una técnica de producción de alimentos y han modificado su forma de vida para adaptarla a las nuevas condiciones. En esta tecnología agraria incipiente debe incluirse, junto a los instrumentos necesarios para el cultivo, la cerámica, necesaria para almacenar en unos casos y cocer en otros los productos agrarios conseguidos industrialmente.

En los tipos silvestres de las plantas que hemos citado anteriormente (cebada, escaña y escanda) si el eje o raquis de la espiga se rompe de forma que el grano maduro se desprenda de la espiga, aún encerrado y protegido por su cascabillo, el conjunto tiene la propeidad de adherirse a la piel de cualquier animal que lo roce, al igual que sucede con mucha cizañas, lo que permite la dispersión del fruto y su caída a tierra, donde acabará germinando.

La domesticación alteró este proceso cambiando el aspecto de los granos. Un tipo de cebada sustituyó a otros y un nuevo trigo utilizado para panificación en Anatolia e Irán desplazó a otras especies. Hubo otras transformaciones: en el caso del maíz, cultivado en América, los resultados fueron debidos a la evolución de otra planta de la que deriva: el teosinto, que al metamorfosearse, propició que la mazorca apareciera protegida por grandes perfollas. Plantas más remotas como el alforfón, el cáñamo y la adormidera fueron también transformadas por el cambio genético producido con la intervención humana, que habría observado lenta, torpemente, la propiedad cultivable, artificialmente, de aquellas plantas.
 
Yacimiento en los montes Zagros
Muchos de estos cambios los desubrió hace más de medio siglo el botánico ruso Nicolai I. Vavilov (1887-1943). Siguiendo el camino trazado por el francés A. de Candolle, Vavilov sugirió que estas modificaciones derivaban del sistema de cultivo y no de una selección artificial intencionada de los agricultores neolíticos. En otras palabras: lo que Darwin hubiera llamado selección inconsciente.

Tras las primeras cosechas de cereales cultivados el hombre abarcaría otras parcelas botánicas. Por ejemplo, las calabazas y hortalizas. Aparecen así los primeros huertos, cuyo cultivo tan poco tiene que ver con las gramíneas: una cierta diversidad se está abriendo camino.

A aquella selección inconsciente siguió una selección consciente que los especialistas han explicado con varios ejemplos: cuando el hombre neolítico, que poseía ya el telar, observó que el lino que cultivaba para obtener su fibra  en las laderas de la montaña  daba mayores semillas -de gran contenido oleico-  si se cultivaba en los valles. Entonces no era ya solo que el hombre cultivase aquello que veía tenía posibilidades de germinar, crecer y recolectarse sistemáticamente; ahora ya conscientemente selecciona los lugares, las semillas que ha ido diferenciando, la forma de cultivo especializada para cada planta.

El perro es quizá el primer animal  doméstico conocido, según parece desprenderse de los huesos hallados hace años en el yacimiento mesolítico de Star Carr (Gran Bretaña). Estudiosos del Paleolítico, basándose en evidencias arqueológicas y paleontológicas, pretenden que el hombre pudo haber domesticado el camello durante el Paleolítico Superior (unos doce mil años antes de Cristo) en el ámbito cantábrico-pirenaico. Sin embargo, la seguridad de la primera domesticidad animal solo se tiene en el Neolítico, en el que tempranamente, y en las altiplanicies de Irán y Anatolia, el hombre sometió a ovejas y cabras. La domesticación se amplia con la captación del cerdo y más tarde de diversos bóvidos y antílopes en Mesopotamia y Egipto. La hibridación de los animales ya sometidos hará el resto. La domesticación del caballo, posterior a la del onagro o asno salvaje, se lograría más tardíamente en el ámbito euroasiático, casi a la par que la del camello.

Es importante recordar que el dominio humano sobre animales y plantas obedeció a un mismo proceso conceptual y técnico. Parece que el hombre paleomesolítico anterior retuvo en corrales o cercados a animales que habría capturado, guardándolos in vivo de diversos depredadores y dilatando su sacrificio hasta tener necesidad de ellos. De igual forma, algunas gentes mesolíticas de la Europa atlántica pudieron mantener viveros naturales en pozas y charcas marinas, reservando moluscos, crustáceos y peces.

Los especialistas están de acuerdo en que los primeros animales domésticos fueron objeto de una reproducción selectiva de mejor control que la del mundo vegetal; más si se tiene en cuenta que los pupilos podían suministrar otros productos como lacticinios mediante ordeño, y pelos y lana de utilización textil mediante esquileo.

La obtención de crías, así como la docilidad de ciertos animales ante las órdenes y manipulaciones de su amo, hizo que el hombre en el curso de milenios no solo consiguiera uncir a un arado a bóvidos o caballos, o perros y renos a un trineo para labores de tracción, sino emplearlos para el transporte tras la invención de la rueda.

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