Convento de las Descalzas Reales en Madrid |
Cuando una de las hijas
del rey Felipe III de España, Mauricia, fue enviada a Francia después de
contraer matrimonio en Burgos con el ausente rey Luis XIII, recibió
instrucciones de su padre pidiéndole creyese en Dios, convertir a Francia e
intentar “meter” la Inquisición en aquel reino, ser devota y tener rezo diario,
tener “un rato a solas con Dios” y ser misericordiosa con los pobres, además de
honrar a los religiosos y religiosas. Demasiado quizá para una niña de catorce
años.
Felipe III además, hacía
hincapié en lo cuidadosa que debía ser en la elección de sus lecturas, que
debían ser supervisadas por su confesor. En España –dice Karen María Vilacoba[i]-
se prohibieron muchos libros porque se veía en ellos un peligro para la fe, y
de la siguiente manera se expresaba el monarca en esta materia: Si os dieren algunos libros no usareis
dellos sin hazellos reconocer a Vuestro Confesor y limosnero mayor, porque por
esta vía se suelen meter las cosas que no convienen, y este mismo cuidado haréis
tengan todos vuestros criados.
El rey también le
encomendaba que después de Dios, era su deber amar a su marido y a la reina
madre. En una corte como la francesa –dice la autora citada- donde se tenían
especiales esparcimientos, el rey recelaba en cierta manera de que su hija
pudiera caer en esos excesos, por lo que le escribía: No seáis amiga de novedades ni entretenimientos demasiados, no juguéis
nunca a los Naipes si no fuere para entretener a Vuestro Marido o Suegra o para
entreteneros con Vuestras criadas, que esto sea con la moderación que es justo.
La joven Mauricia había
nacido en Valladolid en 1601, siendo heredera de los tronos de España y
Portugal, aunque como es sabido nunca ocupó trono alguno si no es por la vía
consorte, siendo uno de sus hijos Luis XIV de Francia. Su matrimonio con Luis
XIII fue resultado de un acuerdo ajeno a su voluntad. Por los
intereses dinásticos, Isabel, hermana del rey francés, se casó en Burdeos con
el entonces infante Felipe, que en 1621 se convertiría en rey de España (IV de
éste nombre).
Todos estos cuidados
externos no tienen nada que ver con la costumbre de hacer ingresar en un
convento a las hijas tenidas por ilegítimas, como son los casos de las del
cardenal-infante[ii]
y de Juan José de Austria[iii].
La hija del cardenal-infante, que fue ingresada en el convento de las Descalzas
Reales a la edad de cinco años, fue protegida de la abadesa Ana Dorotea,
estando el rey Felipe IV, al parecer, muy preocupado por su formación
espiritual. Ana Margarita, hija del citado rey, también profesó como monja y
fue priora del Real Monasterio de la Encarnación.
Tanto en la Corte como
en los conventos había confesores que, para los varones, se preferían de la
orden dominica, mientras para las mujeres de la franciscana. Estos confesores
debían tener en cuenta si el confesado era conquistador o militar, pues en ello
debía prever las injusticias que habrían cometido durante las guerras; si se
tratase de señores, qué comportamiento habrían tenido con sus vasallos, pues se
supone que habrían abusado poniendo tributos abusivos y haciéndoles trabajar en sus
heredades; si se trata de clérigos habrá que preguntarles por el ejercicio que
les está encomendado, si visten o no hábito, si han rezado las horas o no, si
tienen convivencia con mujeres, si tienen o no los cálices y corporales limpios y
en orden, etc. Con esto tenemos una buena muestra del comportamiento de unos y
otros en los siglos del barroco, aunque podríamos extenderlo a los anteriores y
posteriores.
Las monjas de un
convento como el de las Descalzas Reales llevaban una vida austera con algunas excepciones, pues contaban con personal laico que se ocupaba de ciertas obligaciones.
En las mesas para el almuerzo se sentaban las oficialas, refitoleras (que
cuidan del refectorio) y cocineras. Los lugares preferentes eran ocupados por la
abadesa, a su derecha la vicaria y después tres religiosas que servían en el
torno; a la izquierda de la abadesa se sentaba la hebdomadaria (que oficiaba en
el coro por una semana) y algunas de las monjas más antiguas.
Los alimentos más
comunes eran legumbres guisadas con sal y aceite, huevos y alguna fruta de la
huerta; ninguna podía beber vino salvo que fuese necesario por razones de
salud. Las monjas dormían todas juntas o en celdas individuales (según se tratase del día o de la noche) sobre
jergones de paja, vestidas y tocadas. Las celdas eran sencillas, sin arca donde
guardar algo, solo un hueco hecho en la pared; las monjas tenían tres pares de
velos blancos, algún lienzo, servilletas y los dos hábitos (para invierno y
verano). Con licencia, alguna monja podía usar colchones y sábanas, lo que
quiere decir que el espíritu de la fundadora, en el siglo XIII, se mantenía.
Pero no pocas veces, sobre todo cuando el rey visitaba el convento, personajes
de la Corte y otros acompañantes permanecían varias horas en la zona de
clausura, lo que fue corregido, con más o menos éxito, por algunas autoridades
religiosas.
La obra de Karen María
Vilacoba permite hacernos una idea de la mentalidad entre ciertas clases
sociales durante los siglos del barroco, pues la gente vulgar tenía unos
comportamientos mucho más comunes y pegados a la realidad.
[i][i]
“El monasterio de las Descalzas Reales y sus confesores en la Edad Moderna”.
[ii]
Fernando de Austria, hijo de Felipe III, gobernador de Milán y los Países Bajos
españoles, virrey de Cataluña y militar.
[iii] Hijo
de Felipe IV y notable militar.
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