“Los Ayuntamientos
indígenas del valle de México y de la ciudad de Tlaxcala se manifestaron contra
el movimiento de Hidalgo y se pronunciaron a favor de la Monarquía”. Así
comienza una conferencia impartida por Margarita Menegus donde relata el
estatuto alcanzado por los caciques, miembros de cabildos y otros individuos de
la nobleza indígena en Nueva España. La razón de que dicha nobleza indígena no
se sumase al levantamiento de Hidalgo es que temía por sus privilegios si las
cosas cambiaban.
El Cabildo indígena de
la parcialidad de San Juan (Dionisio Cano Moctezuma, Francisco Antonio Galicia
y Joseph Teodoro Mendoza) mostró su lealtad al rey Fernando VII, censurando a
los levantados, y otros Cabildos siguieron el mismo comportamiento: Tlaxcala se
opuso a Napoleón y se ofreció a combatirle en favor de la monarquía española, y
esto –dice la autora citada- fue una constante.
¿Cuáles eran los
privilegios de la nobleza indígena para temer su pérdida? En primer lugar el
derecho a mantener sus puestos que desde el siglo XVI se habían heredado, en
muchos casos, dinásticamente. La Orden de los Teclex había sido creada por el
rey de España a favor de dicha nobleza indígena, y toda una ceremonia se llevaba
a cabo para confirmar los privilegios cuando se trataba de suceder un cacique a
otro; a cambio se les exigió que renunciasen a los sacrificios humanos y a las
idolatrías (estamos todavía en el siglo XVI).
Esta nobleza llevaba en
sus ropas la divisa de la monarquía, y fue considerada nobleza como la
española; se le concedieron escudos y títulos desde 1530 y otros privilegios
fueron el blasón exclusivo y el reconocimiento de la antigüedad del linaje.
Podían esculpir sus armas familiares en los edificios de su propiedad y
también en sus tumbas.
También gozaron de
derechos procesales: trato personal del virrey en los casos en que el encausado
fuese un miembro de la nobleza indígena, tanto para asuntos civiles como
criminales y eclesiásticos, y ya en el siglo XVII se creó el Juzgado General
de Indios. También tuvieron fuero propio, pues no podían ser juzgados por
jueces ordinarios, sino por sus pares; la Audiencia, por su parte, tenía competencia
exclusiva en el caso de caciques.
Una cédula de 1696
señaló que “los indios debían ser preferidos en todos los oficios… recogiéndolos
en conventos”, pero esto se refirió a todos los indígenas y no solo a la
aristocracia. Fueron apareciendo indios que quisieron estudiar en la
Universidad de México, y que alegaban como mérito el que sus familias habían
ocupado cargos al servicio del rey. También tuvieron derecho a empadronarse en
libros para nobles, y en el entierro de cada uno de esos caciques todos los
vecinos estaban obligados a asistir, preparándose el evento con gran pompa. El enterramiento
era dentro de la iglesia, contrariamente al común de la población, indígena o
no, y cuando más cerca del presbiterio, mayor categoría se le reconocía, la que
ya había disfrutado en vida.
La aristocracia
indígena fundó cofradías de las que sus miembros fueron patronos, es decir, una
reproducción de lo que ocurría en la península Ibérica. En cuanto al
tratamiento fiscal, estaban exentos de pagar todo tipo de tributo desde el
siglo XVI, y cuando las reformas borbónicas intentaron que este derecho
afectase solo al cacique y al primogénito, pero no al resto de la familia, un
Congreso de nobles caciques aprobó una resolución que dirigió al rey,
consiguiendo que se anulase la pretensión inicial.
En cuanto a la
educación, la Universidad de México, fundada en 1551, no discriminó nunca por
razón alguna, ni de raza ni de condición social, aunque es evidente que si se
estaba obligado al trabajo o no se había alcanzado la formación suficiente, difícilmente
podrían todos ingresar a dicha institución. Tampoco se exigía limpieza de
sangre para cursar estudios en dicha Universidad. Tres instituciones, el
Colegio Mayor de Todos los Santos, el Colegio de Abogados y el Convento del
Corpus Christi para indias cacicas, estuvieron a disposición para su ingreso en
ellas de la nobleza indígena, si bien en el primero nunca ingresó indígena
alguno, y dos a finales del siglo XVIII en el segundo.
Cuando Felipe V en
1725, creó de manos de los jesuitas el Real Seminario de Nobles de Madrid,
estuvo abierto tanto a la nobleza hispana como a la criolla, mestiza e indígena
de América. Hubo un intento de crear en 1791 un Colegio de Nobles americanos en
Granada, cuyo mentor fue el capuchino José de Montealegre, el cual ya advirtió
al rey del peligro de desórdenes mayores en América, particularmente en
Colombia y Perú. En medio de los conflictos internacionales en que se vio la
monarquía española, el colegio no se abrió.
Volviendo atrás, Nicolás de San Luis Montáñez, en el siglo XVI, fue un destacado cacique indígena que, como otros, dirigió cartas al rey argumentando sus méritos para obtener el escudo de armas (que diseña el propio cacique) y otros privilegios, luciendo la cruz de Santiago como símbolo de la participación en la lucha contra los infieles (en el caso de Nueva España contra los chichimecas del norte). En ocasiones los caciques indígenas ordenaron ilustraciones en códices con su imagen respectiva y sus méritos, sobre todo militares, en una gran cartela.
Cuando Hidalgo[i] se alzó en el pueblo de Dolores (Guanajuato) en 1810 ¿qué razones habrían de tener los nobles indígenas para aventurarse en no se sabe a dónde? Lo primero eran sus privilegios; no parece que hubiese sentimiento patriótico alguno, cuestión que era privativa, quizá, de una minoría ilustrada y romántica, sino la defensa de intereses muy antiguos y que se consideraban sagrados.
[i] Le acompañaron en la acción revolucionaria Juan Aldama e Ignacio Allende.
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