Imagen antigua de Quito |
Debido al patronato, la jerarquía eclesiástica
americana tenía su centro en Madrid y no en Roma y España presionó al papa para
que dicha Iglesia no fuese reconocida como independiente de España durante el
proceso de emancipación de las futuras repúblicas hispanas. Pero los nuevos
estados americanos reivindicaron el patronato como inherente a la soberanía
(regalismo) participando el clero en las luchas de independencia y en la
políticas de los nuevos estados. Las leyes civiles dictadas contra el clero
regular en América desconectó a este de sus jerarquías en España, bajando los
efectivos de los dos cleros, en 25 años, entre un 35 y un 60%.
La primera revolución de Quito (1810-12), por
ejemplo, estuvo bajo la dirección del obispo y del clero, y se convirtió en una
guerra de religión en la que aquellos combatieron a los realistas españoles y a
los criollos por la fe católica. Por su parte, un tercio de los revolucionarios
eran miembros del clero y cerca de la mitad de los eclesiásticos de la Audiencia de Quito participaron
directamente en el movimiento. En la independencia de Ecuador se estima que
participaron 114 clérigos activamente (de un total de 224), entre ellos 18
capitanes y 13 encargados de la intendencia. A la cabeza de la Junta gubernativa, el obispo
José Cuero y Caicedo alentó a las tropas, excomulgó a los opositores y condenó
a los indecisos, firmando en 1812 como Presidente del Estado de Quito:
“nosotros los obispos somos quienes independientemente de todo otro poder,
debemos dirigir, gobernar y regular”[1].
Cuando en noviembre de 1812 el Presidente
Montes entra en la ciudad, los miembros del clero fueron los últimos en
entregar las armas y diez de ellos fueron estigmatizados como feroces
sanguinarios, habiendo liderado los batallones populares, mercedarios,
agustinos y franciscanos.
En la misma época está en Venezuela el
arzobispo de Caracas Coll y Prat: cuando triunfó la revolución se sometió a las
nuevas autoridades, pero en 1812 se acogió con entusiasmo a la reacción
realista del oficial Monteverde; en 1813, con Bolívar en Caracas, se adhiere a
él pero en 1814, al sucumbir la revolución, se vuelve legitimista y Morillo
decide enviarlo a España, en 1816, para que rinda cuentas. Esta actitud
cambiante fue seguida por muchos miembros del clero, tanto de arriba como de
abajo.
La legislación anticlerical del “trienio” en
España hizo que el arzobispo de México declarara muerto el patronato y la
acción del clero, entre 1810 y 1822, prueba su responsabilidad directa en la
independencia; incluso puede que haya inspirado el Plan de Iguala[2].
Toda la jerarquía, salvo el obispo criollo de Durango, y en menor grado el
arzobispo de México, se volcó en la independencia en la que ya estaba
comprometido parte del clero bajo desde 1810; incluso Iturbide fue consagrado
emperador en 1822 por el arzobispo de Guadalajara.
Parece que el clero peruano fue el más
antirrevolucionario, pues la ausencia casi total de mestizos e indios en el
clero, así como su exclusión de los cargos de autoridad dentro de la Iglesia oficial, tuvo como
consecuencia el desarrollo de una “religiosidad popular” manifiesta en una
iglesia paralela con su propia jerarquía indígena y sus propios símbolos. El
único obispo peruano que apoyó la lucha por la independencia fue el de Cuzco,
Pérez Armendáriz (criollo). La riqueza de la Iglesia peruana al estallar las guerras de
independencia se resume en los siguientes datos: de los 3.941 edificios
existentes en Lima, 1135 pertenecían al clero, mayormente al diocesano (las
órdenes religiosas solo disponían de 157)[3].
El episcopado de la Gran Colombia,
sin embargo, modificó su actitud a favor de la independencia en torno a 1821,
pero la oposición de los obispos acompañó a los avatares políticos en España,
según existiese aquí un régimen liberal o absolutista (en este caso partidarios
de la lealtad al rey). En el bajo clero los partidarios de la independencia
fueron más, entre otras razones por su mayor contacto con la sociedad americana
e independencia con respecto al rey. En las zonas de alta densidad de población
(Cundinamarca, Boyacá, Nariño, Tolima y Huila) el influjo de la Iglesia fue mayor, pues el
cristianismo sirvió al indio de elemento de reconciliación con su posición
inferior en la nueva sociedad que se estaba gestando, pero menor en la zona
antiguamente esclavista (Gran Cauca, Costas y Chocó), lo que fue debido a un
régimen de evangelización deficiente, tratándose de zonas alejadas de ciudades,
en minas y haciendas. Donde la población hispana se hizo dueña de tierras,
constituyendo la clase media (Santander) el influjo eclesiástico fue pequeño
En este momento existían en Nueva España diez
obispados, incluidas Texas y la Alta
California, atendidas por franciscanos. Esta Iglesia era rica
y aumentaba su propiedad de tierras: el decreto de 1798, que solo se ejecutó a
partir de 1804, y que ordenaba el traslado a las arcas del Estado del valor de
todos los bienes raíces y los capitales de obras pías, capellanías, colegios,
hospitales, cofradías y demás lugares piadosos, reveló que casi las tres
cuartas partes de la producción total de Nueva España estaba bajo la
administración de la Iglesia. Los
clérigos que disfrutaban de capellanías y la población humilde, que se
beneficiaba de los hospitales, fueron quienes más padecieron estas medidas. Es
más, al denunciar el clero las desigualdades sociales, la población rural se
acercó a él y no es extraño que los principales líderes de la revolución de
1810 fuesen clérigos. Desde 1824 hubo en México una agrupación liberal
anticlerical cuyos principales dirigentes eran sacerdotes católicos: Servando
Teresa de Mier, Miguel Ramos Arizpe y José Luis Mora, además de Lorenzo de
Zavala y Gómez Farias.
En Guadalajara, Hidalgo abolió la esclavitud,
derogó las leyes de los tributos y suprimió los estancos reales. En 1810 dictó
el decreto de retribución de tierras a los indios y Morelos dio un bando
aboliendo las castas y la esclavitud, así como el pago de tributos. Su ejército
debía decomisar a los ricos el dinero y los bienes reales y repartir tales
fondos para la caja militar y para los pobres… mientras tanto los obispos
excomulgaba a los insurgentes.
Los acontecimientos en Guatemala y Nicaragua
estuvieron en contacto con Hidalgo y Morelos, y también los cleros tuvieron
mucho que ver con la independencia de Centroamérica. En la década de 1820 se
produjo en Guatemala la primera revolución liberal de toda Centroamérica y la
reforma anticlerical más drástica de las realizadas en toda Latinoamérica. Otro
caso de Iglesia rica fue Honduras: aquí el clero liberal era regalista, mientras
que el clero conservador defendía la independencia respecto al Estado, pero
conservando la Iglesia
fueros y privilegios. Una parte de Honduras (Comayagua) solo aceptó la
independencia uniéndose a México y siendo el nuevo estado regido por un miembro
de la familia real española o por el propio Fernando VII, mientras que la
región influida por Tegucigalpa fue declaradamente independentista. En Costa
Rica la pobreza y el aislamiento que se arrastraba desde la época colonial,
hizo a la población adoptar una actitud recelosa ante lo que sucedía en otras
naciones.
De todas las provincias americanas, las de la Plata fueron las que
lograron mayor éxito en mantener la independencia política respecto de la Corona española después de
1810, pues el clero se solidarizó con los independentistas rápidamente. Este
clero tenía una formación superior a la media y la región estaba marginada
(eclesiásticamente) con respecto a otros centros
Económicamente, la independencia significó una
gran pérdida para la Iglesia;
el clero regalista contribuyó a la causa de Fernando VII enviando joyas y plata
a España; en dirección inversa, el clero patriota también contribuyó, y además
perdió el servicio personal de los indios por disposiciones gubernamentales, y
por lo tanto una de sus fuentes de ingresos. Los gobiernos liberales
posteriores aplicaron medidas más o menos anticlericales (no antirreligiosas),
pero según Carbia[4] la incautación por el
Estado de los bienes de la
Iglesia sirvió para beneficio de la propia Iglesia. Las
guerras civiles hicieron el resto.
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