martes, 17 de octubre de 2017

El clero y la independencia de la América española


Imagen antigua de Quito

Debido al patronato, la jerarquía eclesiástica americana tenía su centro en Madrid y no en Roma y España presionó al papa para que dicha Iglesia no fuese reconocida como independiente de España durante el proceso de emancipación de las futuras repúblicas hispanas. Pero los nuevos estados americanos reivindicaron el patronato como inherente a la soberanía (regalismo) participando el clero en las luchas de independencia y en la políticas de los nuevos estados. Las leyes civiles dictadas contra el clero regular en América desconectó a este de sus jerarquías en España, bajando los efectivos de los dos cleros, en 25 años, entre un 35 y un 60%.

La primera revolución de Quito (1810-12), por ejemplo, estuvo bajo la dirección del obispo y del clero, y se convirtió en una guerra de religión en la que aquellos combatieron a los realistas españoles y a los criollos por la fe católica. Por su parte, un tercio de los revolucionarios eran miembros del clero y cerca de la mitad de los eclesiásticos de la Audiencia de Quito participaron directamente en el movimiento. En la independencia de Ecuador se estima que participaron 114 clérigos activamente (de un total de 224), entre ellos 18 capitanes y 13 encargados de la intendencia. A la cabeza de la Junta gubernativa, el obispo José Cuero y Caicedo alentó a las tropas, excomulgó a los opositores y condenó a los indecisos, firmando en 1812 como Presidente del Estado de Quito: “nosotros los obispos somos quienes independientemente de todo otro poder, debemos dirigir, gobernar y regular”[1].

Cuando en noviembre de 1812 el Presidente Montes entra en la ciudad, los miembros del clero fueron los últimos en entregar las armas y diez de ellos fueron estigmatizados como feroces sanguinarios, habiendo liderado los batallones populares, mercedarios, agustinos y franciscanos.

En la misma época está en Venezuela el arzobispo de Caracas Coll y Prat: cuando triunfó la revolución se sometió a las nuevas autoridades, pero en 1812 se acogió con entusiasmo a la reacción realista del oficial Monteverde; en 1813, con Bolívar en Caracas, se adhiere a él pero en 1814, al sucumbir la revolución, se vuelve legitimista y Morillo decide enviarlo a España, en 1816, para que rinda cuentas. Esta actitud cambiante fue seguida por muchos miembros del clero, tanto de arriba como de abajo.

La legislación anticlerical del “trienio” en España hizo que el arzobispo de México declarara muerto el patronato y la acción del clero, entre 1810 y 1822, prueba su responsabilidad directa en la independencia; incluso puede que haya inspirado el Plan de Iguala[2]. Toda la jerarquía, salvo el obispo criollo de Durango, y en menor grado el arzobispo de México, se volcó en la independencia en la que ya estaba comprometido parte del clero bajo desde 1810; incluso Iturbide fue consagrado emperador en 1822 por el arzobispo de Guadalajara.

Parece que el clero peruano fue el más antirrevolucionario, pues la ausencia casi total de mestizos e indios en el clero, así como su exclusión de los cargos de autoridad dentro de la Iglesia oficial, tuvo como consecuencia el desarrollo de una “religiosidad popular” manifiesta en una iglesia paralela con su propia jerarquía indígena y sus propios símbolos. El único obispo peruano que apoyó la lucha por la independencia fue el de Cuzco, Pérez Armendáriz (criollo). La riqueza de la Iglesia peruana al estallar las guerras de independencia se resume en los siguientes datos: de los 3.941 edificios existentes en Lima, 1135 pertenecían al clero, mayormente al diocesano (las órdenes religiosas solo disponían de 157)[3]. El episcopado de la Gran Colombia, sin embargo, modificó su actitud a favor de la independencia en torno a 1821, pero la oposición de los obispos acompañó a los avatares políticos en España, según existiese aquí un régimen liberal o absolutista (en este caso partidarios de la lealtad al rey). En el bajo clero los partidarios de la independencia fueron más, entre otras razones por su mayor contacto con la sociedad americana e independencia con respecto al rey. En las zonas de alta densidad de población (Cundinamarca, Boyacá, Nariño, Tolima y Huila) el influjo de la Iglesia fue mayor, pues el cristianismo sirvió al indio de elemento de reconciliación con su posición inferior en la nueva sociedad que se estaba gestando, pero menor en la zona antiguamente esclavista (Gran Cauca, Costas y Chocó), lo que fue debido a un régimen de evangelización deficiente, tratándose de zonas alejadas de ciudades, en minas y haciendas. Donde la población hispana se hizo dueña de tierras, constituyendo la clase media (Santander) el influjo eclesiástico fue pequeño

En este momento existían en Nueva España diez obispados, incluidas Texas y la Alta California, atendidas por franciscanos. Esta Iglesia era rica y aumentaba su propiedad de tierras: el decreto de 1798, que solo se ejecutó a partir de 1804, y que ordenaba el traslado a las arcas del Estado del valor de todos los bienes raíces y los capitales de obras pías, capellanías, colegios, hospitales, cofradías y demás lugares piadosos, reveló que casi las tres cuartas partes de la producción total de Nueva España estaba bajo la administración de la Iglesia. Los clérigos que disfrutaban de capellanías y la población humilde, que se beneficiaba de los hospitales, fueron quienes más padecieron estas medidas. Es más, al denunciar el clero las desigualdades sociales, la población rural se acercó a él y no es extraño que los principales líderes de la revolución de 1810 fuesen clérigos. Desde 1824 hubo en México una agrupación liberal anticlerical cuyos principales dirigentes eran sacerdotes católicos: Servando Teresa de Mier, Miguel Ramos Arizpe y José Luis Mora, además de Lorenzo de Zavala y Gómez Farias.

En Guadalajara, Hidalgo abolió la esclavitud, derogó las leyes de los tributos y suprimió los estancos reales. En 1810 dictó el decreto de retribución de tierras a los indios y Morelos dio un bando aboliendo las castas y la esclavitud, así como el pago de tributos. Su ejército debía decomisar a los ricos el dinero y los bienes reales y repartir tales fondos para la caja militar y para los pobres… mientras tanto los obispos excomulgaba a los insurgentes.

Los acontecimientos en Guatemala y Nicaragua estuvieron en contacto con Hidalgo y Morelos, y también los cleros tuvieron mucho que ver con la independencia de Centroamérica. En la década de 1820 se produjo en Guatemala la primera revolución liberal de toda Centroamérica y la reforma anticlerical más drástica de las realizadas en toda Latinoamérica. Otro caso de Iglesia rica fue Honduras: aquí el clero liberal era regalista, mientras que el clero conservador defendía la independencia respecto al Estado, pero conservando la Iglesia fueros y privilegios. Una parte de Honduras (Comayagua) solo aceptó la independencia uniéndose a México y siendo el nuevo estado regido por un miembro de la familia real española o por el propio Fernando VII, mientras que la región influida por Tegucigalpa fue declaradamente independentista. En Costa Rica la pobreza y el aislamiento que se arrastraba desde la época colonial, hizo a la población adoptar una actitud recelosa ante lo que sucedía en otras naciones.

De todas las provincias americanas, las de la Plata fueron las que lograron mayor éxito en mantener la independencia política respecto de la Corona española después de 1810, pues el clero se solidarizó con los independentistas rápidamente. Este clero tenía una formación superior a la media y la región estaba marginada (eclesiásticamente) con respecto a otros centros

Económicamente, la independencia significó una gran pérdida para la Iglesia; el clero regalista contribuyó a la causa de Fernando VII enviando joyas y plata a España; en dirección inversa, el clero patriota también contribuyó, y además perdió el servicio personal de los indios por disposiciones gubernamentales, y por lo tanto una de sus fuentes de ingresos. Los gobiernos liberales posteriores aplicaron medidas más o menos anticlericales (no antirreligiosas), pero según Carbia[4] la incautación por el Estado de los bienes de la Iglesia sirvió para beneficio de la propia Iglesia. Las guerras civiles hicieron el resto.


[1] “La Iglesia católica en la América independiente (s. XIX)”, Rosa María Martínez de Codes, Edit. Mapfre, 1992.
[2] De la Fuente, “Historia de España”, Madrid, 1873-75.
[3] C. Pereyra, “Historia de la América Española: Perú y Bolivia”, VII, Madrid, 1925.
[4] Rómulo D. Carbia (1885-1944), nacido en Buenos Aires.

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