Villarreal de San Carlos, hoy |
María Soledad Pita ha hecho un trabajo sobre
los intentos de repoblar Extremadura por parte de los ilustrados españoles en
el siglo XVIII[1]. La región era una de las
más despobladas de España cuando las costas empezaron a recibir población y el
interior empezó a perderla, tendencia que no ha cesado desde entonces. Se
trataba de poner en cultivo tierras baldías frenando el gran desarrollo de la Mesta; también de construir
caminos que uniesen la capital con la periferia; se proyectaron ciudades en
torno a dichos caminos, pero la mayoría de estas obras no se realizaron. No
bastaba con la voluntad y clarividencia de una minoría ilustrada, faltaba un
cambio de régimen que no se dio hasta la centuria siguiente.
Los ilustrados encargaron cartografías de los
terrenos que querían conocer y ya durante el reinado de Felipe V se habia promulgado una ordenanza (año 1718)[2]
en la que se encargó a los ingenieros militares hacer un reconocimiento
exhaustivo del país, levantar planos y mapas, y se hicieron memorias. También se
constató el problema del bandidaje, que asaltaba a los viajeros debido a los
despoblados. Se vio que la situación reinante hacía imposible el desarrollo,
aunque la región fuese rica potencialmente.
En 1767 se promulgó el Fuero de las Poblaciones,
obra que ya se había planteado en el siglo XVI y que recibió impulso en el
XVIII: ello supuso la creación de cuarenta y cuatro pueblos y once ciudades,
estableciéndose unos diez mil colonos extranjeros entre Madrid y Cádiz, ciudad
esta a donde llegaban las mercancías procedentes de América. Luego el Estado
siguió con otros proyectos, y también particulares; en el primer caso la Real Provisión de 1777 sobre
“Reglas para la repoblación de Extremadura”.
Fue Antonio Ponz[3]
el que calificó a Extremadura como “la región más olvidada”, dejándonos algunas
impresiones en su obra: la mayor parte de la tierra está destinada a dehesas,
cotos y rebaños. Hablando de la zona de Alcántara dice “sin descubrir alma
viviente por aquellos derrumbaderos”. En el Tajo pudo hablar con un barquero,
“figura más extraordinaria, y de peor catadura, que he visto”, comparando el
río con el “Acheronte”, río griego del inframundo, el río de los afligidos.
Habla también de los malos caminos y de las extensiones despobladas. “Solo en
las riberas de Almonte”[4]
vio algo de vida en esta “pingüe Provincia de Extremadura”. Añade
que en las Corchuelas[5]
hay un palacio arruinado, y visitó el puerto de la Serrana, hasta el que
llegaban las dehesas. Aquí vio los “vestigios de una venta”, lamentándose en
otro pasaje de las “calamidades [que] habré pasado” recorriendo estas tierras.
Otro de los ilustrados que estudia la autora a
la que sigo es Campomanes, que ya se había preocupado de imaginar sociedades
idealizadas en su “Sinapia”. El rey Carlos III le había regalado una finca en
las proximidades de Mérida, que él quiso dedicar al cultivo de moreras. En 1778
Campomanes viajó por Extremadura y dejó plasmada una memoria que presentó al
Consejo de Castilla. El documento se estructura en cuatro partes: desde Madrid
a la venta y puente del río Alberche, desde aquí hasta el Tajo y el puente de
Almaraz, hasta el Guadiana y el puente de Mérida y hasta el arroyo de la Caya, en la frontera
portuguesa. Para Campomanes lo principal era el acondicionamiento del camino
real, que ya estaba casi acabado pero no del todo, y llega a la conclusión de
que el despoblamiento es la cusa del abandono de estas tierras y no su
consecuencia, indicando que los más notables despoblados están entre Calzada de
Oropesa y Navalmoral de la Mata
y Almaraz, entre esta población y Jaraicejo, el puerto de Miravete y Torrejón
el Rubio, los montes de Trujillo, las zonas del arroyo de Toro y Pizarrosillo,
Don Pedro y Medellín, Mérida y Alburquerque (con la excepción de Nava), el
arroyo de Albarregas y el de Lácara, la Puebla de Montijo y el fuerte de San Cristóbal,
el santuario de Botova…
La memoria fue tomada con interés por el
marqués de Ustáriz (1735-1809), ascendido a intendente de Extremadura en 1770,
donde su gestión se vio entorpecida por los grandes propietarios de la Mesta. Las propuestas para la
repoblación de Extremadura fueron las siguientes: se pretendía crear una
enorme cantidad de nuevas poblaciones, así como dos asentamientos entre Calzada
de Oropesa y Navalmoral de la Mata. En
esta zona se proyectó Encinas del Príncipe. Se planteó otra población entre el
puerto de Miravete y Torrejón el Rubio (Villareal de San Carlos, el único que
se llevó a cabo y que hoy existe, entre Plasencia y Trujillo). También se habló de la posibilidad de crear
poblaciones en el camino entre Jaraicejo y Cáceres, entre Mérida y Badajoz,
entre el río Gévora y Alburquerque.
A la postre, lo hecho fue mucho menos de lo
proyectado, pero al interés ilustrado se sumaron algunas iniciativas privadas,
de las que son ejemplos los proyectos de Valbanera y Roza de la Pijotilla, que nunca
llegaron a ser realidad. María Soledad Pita señala que para Extremadura no
existió un plan que se pareciese al de Sierra Morena, sino
propuestas más o menos inconexas. La “memoria” de Campomanes sobre Encinas del
Príncipe es de 1778, que se proponía entre Calzada de Oropesa y Navalmoral de la Mata; aunque fracasaría, se tuvo la intención de que sus
habitantes fuesen labradores, y cada uno recibiría cuarenta fanegas de tierra,
sobre todo con la intención de producir trigo y otros granos. Cada agricultor
tendría hasta doscientas cabezas de ganado lanar, y se entregaría cincuenta
fanegas de tierra a cada uno para pastos, sin que un solo labrador pudiese
tener más tierra que la indicada, pagando al Estado el 3% de lo producido,
eligiendo los habitantes al alcalde y a los concejales.
[1] “Encinas del Príncipe, Villarreal de San
Carlos, Valbanera y la Roza
de la Pijotilla…”.
[2] Incluso sobre los ríos que
pudiesen hacerse navegables.
[3] Nacido en Torás,
Castellón, en 1725, murió en 1792. Clérigo, pintor, académico, fue un verdadero
ilustrado, dejándonos una importante obra, entre otras: “Viaje de España”.
[4] Afluente del Tajo en la
provincia de Cáceres.
[5] Al sur del Tajo y de
Villarreal de San Carlos (es una pequeña sierra).
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