Paisaje conquense |
El ilustrado León de Arroyal era
miembro de una familia de abogados e hidalgos, nacido en Gandía en 1755. Estuvo
muy en contacto con otros ilustrados de la época como Roda, Lerena, Forner,
Cadalso y Alcalá Galiano, por citar algunos. En Vara de Rey, al sur de la
actual provincia de Cuenca, poseyó un rico patrimonio agrario por parte de su
madre, y durante su vida residió en Tordesillas, Vara de Rey, Ávila, Salamanca y
Madrid.
Dice Enrique Moral Sandoval[i]
que a diferencia de sus compañeros de la Universidad de Salamanca, Meléndez
Valdés, Forner o Ramón Salas, que terminaron sus estudios de Leyes, Arroyal los
abandonó en 1776. Inclinado a la poesía por influencia de Cadalso, se asentó en
Madrid entre 1777 y 1785 y asistió a las tertulias literarias de Estala[ii],
frecuentó la Biblioteca Real y puede que contase con el apoyo del ministro
Manuel de Roda. Por medio de Forner, entre 1781 y 1785 asistió a las tertulias
de las hermanas Vicenta y Rita Piquer (con esta se casaría más tarde), donde tomó
contacto con la ciencia económica. Invitado a verse con López de Lerena, ya
ministro, pudo este escuchar a Arroyal sus ideas sobre el sistema de rentas
existentes en España y la reforma que consideraba necesario, lo que llevó a
publicar sus “Cartas económico-políticas” dirigidas a Lerena.
En 1785 se instaló con su familia
en Vara de Rey (al sur de la actual provincia de Cuenca) y allí repasó sus
“Cartas”, que constituyen un repaso a fondo –dice Moral Sandoval- del sistema
hacendístico y fiscal español, desde la antigüedad hasta el momento, aportando
datos sobre los países más destacados y demostrando una gran erudición. Ejerció
como contador entre 1789 y 1797 en San Clemente (Cuenca), cargo al que fue
designado por Lerena. Empezó entonces a perder visión hasta el punto de que, en
1807, estaba casi ciego, lo que se unió a la enajenación mental, falleciendo en
1813.
La influencia de Beccaria y de
Adam Simith en sus “Cartas”, escritas entre 1786 y 1790, tiene más mérito por
cuanto la obra del primero estuvo prohibida en España desde 1774, pero
ediciones en castellano o en otros idiomas caían en manos de ilustrados como
Arroyal, que estudió una variedad de temas, como las causas principales de la
pobreza del reino; luego analiza la evolución histórica de la monarquía
española, considerando que “la constitución de España ha declinado muchas veces
a la anarquía y el despotismo”; más adelante habla de los límites de la
autoridad del soberano y plantea un ambicioso programa de reformas.
En plena efervescencia revolucionaria
francesa, plantea las necesarias reformas eclesiástica, la de la nobleza y la
de la administración pública, mostrándose en esto último muy actual, pues habla
del “origen plural de la nación española… La España debemos considerarla –dice-
compuesta por varias repúblicas confederadas”, y luego se fija en la
complejísima división territorial del Estado, con las trabas que se oponían al
comercio, la diversidad institucional y la disparidad normativa: “El mapa
general de la Península –dice- nos presenta cosas ridículas de unas provincias
encajadas en otras, ángulos irregularísimos por todas partes, capitales
situadas en las extremidades de sus partidos, intendencias extensísimas e
intendencias muy pequeñas…”. En realidad viene a anticiparse a la división
provincial de 1834, de inspiración francesa. Es partidario, por otro lado, de
la centralización de la administración (a pesar de aquella constatación de
“varias repúblicas confederadas”), y a través de la educación, conseguir una
ciudadanía más homogénea.
En cuanto a la Administración de
Justicia considera que es “el primer paso de la felicidad”, sentando siempre el
principio de proximidad y acusando la lentitud de los procesos, en lo que
también se muestra muy actual. Acusa a los propios servidores de la justicia
por valerse de ella y el excesivo número de “curiales” que se movían en torno a
los estrados. Todo ello provocaba, según él, que “los pobres, a pesar de las
leyes, gimen sin el miserable consuelo de poder llevar sus clamores adonde sean
oídos”.
Se centra luego en la seguridad
jurídica por influencia de Beccaria, contra el despotismo y la tiranía propios
de “los siglos bárbaros”. Luego –con el escritor italiano- habla de la
proporcionalidad entre los delitos y las penas, así como de la necesidad de una
legalidad previa que impida toda arbitrariedad. A los jueces hace depositarios
exclusivos de la imposición de penas, pero restringiendo al máximo su capacidad
de interpretación de las leyes y exigiéndoles que se ciñan a la letra de las
mismas. Si hay “vacíos legales –dice- acúdase al legislador”, ya que “es menor
inconveniente que un delito quede sin castigo, que no el que se le imponga sin
estar señalado por la ley”, en lo que se muestra un garantista más propio de
hoy que de su época. Denunció los perjuicios de los procesos inacabables, y como Beccaria, rechazó la tortura y las penas lacerantes, siguiéndole en la
máxima de que “si es un mal la interpretación de las leyes, es otro
evidentemente la oscuridad”, en relación a la poca claridad con la que muchas
estaban redactadas, solapándose unas con otras por la sucesión del tiempo.
Las ideas que Arroyal presentó a
Lerena[iii]
fueron radicales, presentando como un mal que la justicia se administrase en
función de la clase social a la que se perteneciese, contrariamente a su
defensa de la igualdad ante la ley.
[i]
“Influencia de Beccaria y Adam Smith en León de Arroyal”, 2015. En esta obra se basa el presente resumen.
[ii] Pedro
Mariano Estala Ribera fue un religioso, traductor, escritor, helenista…
español.
[iii]
Ministro con Carlos III y con Carlos IV.
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