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El río Cuerpo de Hombre, que pasa por Béjar, es
afluente del Alagón y este, a su vez del Tajo. El primero recorre varios
paisajes desde su curso alto, con nieves durante varios meses al año,
vegetación herbácea y arbórea, parameras y praderías. Sus aguas parecen reunir
propiedades extraordinarias para el lavado y tratamiento de las lanas que luego
se transformarían en paños bastos y refinados en la villa de Béjar.
La industria lanera de Béjar asistió –dice Rosa
Ros Massana[1]- a lo largo del siglo
XVIII, a un proceso de crecimiento de la producción, la especialización en
paños de calidad y a la concentración de la producción. Papel importante en
esto, aunque no todos los autores están de acuerdo, tuvo la casa ducal de Béjar[2].
La autora se ha basado, para su estudio, en las
transcripciones de documentos que han hecho otros historiadores, en los datos
aportados por Larruga[3],
en el catastro del marqués de la
Ensenada y otras. Hoy se dispone de datos sobre el número de
telares, aunque la autora duda de la fiabilidad de algunos de ellos: entre 1728
(70) y 1761 fueron en aumento solo desde 1730, para disminuir en 1753 y volver
a aumentar en 1761 (172). En cuanto al número de fabricantes, entre los mismos
años, eran 30 en el primero y 77 en el segundo. Hay otros estudios por los que
conocemos la industria de paños en Segovia y Guadalajara, Alcoy y Cuenca.
Larruga informa de que en 1782 la fábrica de
Diego López obtuvo el título de Real y la Junta de Comercio permitió a este fabricante
reunir dicho “oficio” con el de tintorero y poseer tinte propio, eximiéndolo
del monopolio que disfrutaba la casa ducal (la fabricación de tinte se remonta
en Béjar al siglo XVI). López llegó a tener 34 telares y dar trabajo, incluidas
hilanderas, a unas mil personas.
Ya a fines del siglo XVII llegaron a Béjar
maestros flamencos, en 1718 se redactó el primer reglamento para la fabricación
de paños y en 1724 se publicaron las primeras Ordenanzas, y a mediados del
XVIII la fabricación de paños bastos casi había desaparecido para dedicarse los
industriales a los finos, pero se conoce poco sobre los mercados a los que iban
destinados, aunque sobre todo al madrileño. En 1720 se abrió una lonja en
Madrid, pero su vida fue corta debido a las presiones del gremio de
comerciantes de la Corte. También
se sabe que el ejército fue cliente de los productores bejaranos.
Las causas de la expansión de la industria
pañera de Béjar –según la autora citada- son los factores de localización, la
disponibilidad de lana por la importancia ganadera de la zona, la pureza del
agua de los cursos fluviales y la abundante oferta de trabajo. El crecimiento
de la pañería fue financiado por la casa ducal de Béjar, ya por la fabricación
directa por su parte, como por los privilegios fiscales (exención de
alcabalas), el control del tinte y la aportación de conocimientos técnicos que
aportaron los maestros flamencos que fueron llegando.
Es curioso que pervivan –como en otros casos-
el régimen señorial y la industria precapitalista, lo que llevó a una serie de
conflictos entre las exigencias de la casa ducal para mantener sus privilegios
y los fabricantes que habían de pagar alcabalas en el momento de la producción.
La distribución de la población ocupada por sectores, en Béjar, pone de
manifiesto la particularidad de esta villa, aunque en los datos que aporta la
autora no estén, como ella misma advierte, las mujeres, que se empleaban sobre
todo en la hilatura. El sector primario agrupaba al 17,4 por ciento de la
población ocupada, mientras que el sector secundario al 62,6% (670 individuos, de
los que 545 en el textil); el sector terciario agrupaba al 20% (215 individuos
de los que 132 eran clérigos). Esta situación es excepcional en la Castilla del siglo XVIII,
pues si se compara con el caso de Segovia, que superaba ampliamente a Béjar en
cuanto al número de individuos dedicados al textil, el porcentaje era 37%.
En cuanto a oficios dentro del textil, la
pañería fina agrupaba al 92,9% (509 individuos, de los que 227 eran tundidores
y 102 bataneros), mientras que a la pañería basta solo estaban dedicados 12
individuos (el 2’2%) y a la confección el 3,3%. La casa ducal de Béjar sí
representó un papel importante como impulsora de la industria textil a finales
del siglo XVII y primer cuarto del XVIII, pero a partir de entonces su papel
fue más bien de intercesora en la
Corte para favorecer a los paños bejaranos. Las motivaciones
de los duques para actuar de aquella y esta manera no fue tanto el tener una
mentalidad capitalista, sino el paternalismo propio de señores feudales. De todas
formas la composición de los ingresos de la casa ducal en la época estudiada
(mediados del XVIII) era como sigue: el 59,3% por medio de las alcabalas, que
como se ha dicho se cobraban al producir los paños[4],
y el 19% las instalaciones textiles, teniendo mucha más importancia el tinte
que el batán. El tinte era en este tiempo administrado directamente por los
duques en régimen de monopolio.
Los fabricantes solían falsear el número de
varas de cada pieza fabricada para pagar menos alcabala, por lo que la casa
ducal impuso –con no pocos conflictos- que se pagase por pieza,
independientemente de las varas que midiese. Los conflictos a los que se hace
mención se dieron sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII, prueba quizá
del cambio de mentalidades que se estaba operando entre la gente común. Aquella
imposición de los duques constituyó un agravio comparativo respecto a los
productores de las villas de realengo, pues los fabricantes de Béjar, además de
pagar a los duques debían también satisfacer la alcabala real. Cuando durante
el reinado de Fernando VI se liberalizaron las alcabalas, los de Béjar se
negaron a pagar a los duques, por lo que la Junta de Comercio acordó que dicha liberalización
no afectaba a las alcabalas que estaban enajenadas en personas privilegiadas
por ello (1753). Esto motivó un nuevo conflicto entre los fabricantes y el
duque en 1755, pero también es posible –dice la autora- que parte de la
producción escapase del registro llevado en el Libro de la Real Fábrica.
Si se compara la producción de diversos centros
pañeros a mediados del XVIII, se ve que Béjar está muy por debajo de Segovia,
Alcoy o la zona de Terrasa (5.231, 4.500 y 3.391 piezas respectivamente), pero
superaba a la zona de Igualada (1.295 piezas) mientras que Béjar producía 2.409
piezas. La distancia con respecto a las tres localidades citadas antes se
agranda si se tiene en cuenta el número de varas de las piezas: Béjar, 86.724,
mientras que Segovia 188.336 y Alcoy 162.000.
[1] “La industria lanera de
Béjar a mediados del siglo XVIII…”.
[2] Los titulares en la época estudiada fueron Juan
Manuel López de Zúñiga y Castro, Joaquín (mismos apellidos) y María Josefa
Pimentel y Téllez-Girón.
[3] “Memorias políticas y
económicas sobre los frutos…”, obra publicada a finales del siglo XVIII.
Larruga, nacido en Zaragoza en 1747, estudió leyes y teología, pero dejó la
carrera eclesiástica en 1778.
[4] En
los pueblos de la tierra de Béjar la alcabala estaba encabezada, es decir, los
obligados a satisfacerla pagaban una cantidad fija. En Béjar, salvo la alcabala
que gravaba la producción de paños, era un impuesto indirecto, es decir, se
pagaba al consumir el producto de que se tratase.
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