jueves, 2 de noviembre de 2017

Alemania en época de Lutero

Catedral de Erfurt


La industria alemana había adquirido notable desarrollo, dice Engels en una de sus obras[1], pero debemos entender que no se trata de industria en un sentido moderno, ni concentración obrera, ni concentración de capital, ni producción masiva, ni utilización de máquinas sofisticadas. Pero los gremios de las ciudades habían sustituido la industria feudal que producía solo para mercados reducidos. El arte de tejer paños se había generalizado en Augsburgo y el arte tenía su principal clientela en el lujo eclesiástico, por lo que abundaban los plateros, joyeros, escultores, tallistas, grabadores, armeros, medallistas y torneros.

Una serie de inventos vinieron a revolucionar esta industria, como la pólvora y la imprenta, lo cual hizo que se desarrollase el comercio, que estaba monopolizado por la liga hanseática en la Alemania del norte, aunque a fines del siglo XV sufrió la competencia del comercio inglés y el holandés, mientras que la gran vía comercial de la India pasaba por Alemania, llegando así especias y otros productos de oriente, teniendo uno de sus centros en Nuremberg.

También era importante la producción de materias primas: los mineros alemanes tuvieron fama, y las ciudades florecieron mientras que el campo había sido roturado para cultivar plantas tintóreas. Pero el aumento de la producción alemana (si consideramos los diversos estados agrupados) no había podido alcanzar al de otros países, como Inglaterra y Países Bajos. La población era todavía muy escasa y ninguna de las ciudades se pudo convertir en lo que Londres fue para Inglaterra.

La navegación costera y fluvial sí fue importante y al lado de los ríos y carreteras había un gran número de pequeñas ciudades que no tenían más influencia que en su comarca. La centralización política no se dio en Alemania, pues los príncipes aumentaron su poder a expensas del emperador, que lo fue en muchos casos nominalmente, de forma que Alemania fue excluido del comercio mundial.

Así las cosas las clases sociales se habían ido transformando; la alta nobleza mandaba sobre la pequeña, decretaba impuestos y negociaba empréstitos, resultando cada vez más pesada la carga tributaria sobre la población. Una gran parte de las ciudades estaban protegidas por sus privilegios y los que verdaderamente soportaban a los principados eran los campesinos. Incluso se dio un tráfico con los privilegios, que se anulaban después de vendidos para ser vendidos de nuevo, mientras que toda oposición era pretexto para incendios y saqueos. La justicia era también un negocio en la medida en que no estaba separada del poder político y se comportaba, frecuentemente, de forma venal.

La nobleza media, en el siglo XVI, había desaparecido y los caballeros decaían con rapidez, pues el desarrollo de la técnica militar con el uso de armas de fuego hizo que se impusiese la caballería pesada. Andando el tiempo las guerrillas seguidas del indispensable saqueo e incendio, los asaltos y los abusos de la aristocracia se hicieron peligrosos. Los nobles sujetos a vasallaje estaban en una situación peor que los independientes, mientras que el clero, cargado de riquezas, peleaba continuamente en las ciudades, era acreedor de mercaderes y exigía rescate a los prisioneros. La imprenta había acabado con el monopolio del clero para leer, y así surgieron los juristas, pero el número de clérigos creció por la atracción que ejercía la riqueza, no obstante lo cual el alto era el que verdaderamente la usufructuaba, mientras que el bajo clero vivía modestamente o incluso en la indigencia.

El clero superior empleó las torturas y la excomunión, la falsificación de documentos y la comercialización de las peregrinaciones. Contra esto se alzaría la ira popular, así como contra la nobleza ventripotente, dice Elgels. El clero inferior estaba en contacto con las masas y la influencia de los frailes era evidente, que comerciaron con reliquias y absoluciones y todos los años grandes sumas de dinero salían de Alemania camino de Roma, lo que veía la alta nobleza, que empleó mayor violencia a medida que sus apuros financieros se hicieron más apremiantes.

Las familias patricias acaparaban el trigo y practicaban la usura, así como se fueron haciendo con el usufructo de los montes municipales, establecieron peajes y portazgos, llevando a cabo frecuentísimas malversaciones y defraudaciones que la revolución de 1848 reveló. Los burgueses polemizaron violentamente contra las costumbres disolutas del clero, mientras que los plebeyos, en buena medida, estuvieron excluidos de la ciudadanía, aumentando en aquel tiempo el número de personas sin empleo, que engrosabas los ejércitos cuando era necesario.

Tanto los campesinos como los que no lo habían sido, el lumpemproletariado, los patricios, el alto clero y la nobleza participaron en la guerra campesina que se desató por razones sociales, aunque también religiosas y lógicamente en bandos distintos. Únicamente en Turingia, bajo la influencia de Münzer y en otros sitios por la acción de sus discípulos, la fracción plebeya fue arrastrada por la tempestad general, en cuyo origen estaba la opresión de los abajo por los de arriba.

La pesca y la caza pertenecían a los señores y estos se habían ido apropiando de casi todos los montes comunales, disponían de los campesinos y, en caso de rebeldía, les esperaba la tortura en forma de desorejamiento, la abscisión de narices, el vaciamiento de los ojos, la cortadura de dedos y manos. Este fue el caldo de cultivo para una gran revolución, social y religiosa, que prendió cuando un fraile agustino denunció los vicios del papado y de la Iglesia en general.


[1] “La guerra de los campesinos en Alemania” (la primera edición es de 1850).

No hay comentarios:

Publicar un comentario