Catedral de Erfurt |
La industria alemana había adquirido notable
desarrollo, dice Engels en una de sus obras[1],
pero debemos entender que no se trata de industria en un sentido moderno, ni
concentración obrera, ni concentración de capital, ni producción masiva, ni
utilización de máquinas sofisticadas. Pero los gremios de las ciudades habían
sustituido la industria feudal que producía solo para mercados reducidos. El
arte de tejer paños se había generalizado en Augsburgo y el arte tenía su
principal clientela en el lujo eclesiástico, por lo que abundaban los plateros,
joyeros, escultores, tallistas, grabadores, armeros, medallistas y torneros.
Una serie de inventos vinieron a revolucionar
esta industria, como la pólvora y la imprenta, lo cual hizo que se desarrollase
el comercio, que estaba monopolizado por la liga hanseática en la Alemania del norte,
aunque a fines del siglo XV sufrió la competencia del comercio inglés y el
holandés, mientras que la gran vía comercial de la India pasaba por Alemania,
llegando así especias y otros productos de oriente, teniendo uno de sus centros
en Nuremberg.
También era importante la producción de
materias primas: los mineros alemanes tuvieron fama, y las ciudades florecieron
mientras que el campo había sido roturado para cultivar plantas tintóreas. Pero
el aumento de la producción alemana (si consideramos los diversos estados
agrupados) no había podido alcanzar al de otros países, como Inglaterra y
Países Bajos. La población era todavía muy escasa y ninguna de las ciudades se
pudo convertir en lo que Londres fue para Inglaterra.
La navegación costera y fluvial sí fue
importante y al lado de los ríos y carreteras había un gran número de pequeñas
ciudades que no tenían más influencia que en su comarca. La centralización
política no se dio en Alemania, pues los príncipes aumentaron su poder a
expensas del emperador, que lo fue en muchos casos nominalmente, de forma que
Alemania fue excluido del comercio mundial.
Así las cosas las clases sociales se habían ido
transformando; la alta nobleza mandaba sobre la pequeña, decretaba impuestos y
negociaba empréstitos, resultando cada vez más pesada la carga tributaria sobre
la población. Una gran parte de las ciudades estaban protegidas por sus
privilegios y los que verdaderamente soportaban a los principados eran los
campesinos. Incluso se dio un tráfico con los privilegios, que se anulaban
después de vendidos para ser vendidos de nuevo, mientras que toda oposición era
pretexto para incendios y saqueos. La justicia era también un negocio en la
medida en que no estaba separada del poder político y se comportaba,
frecuentemente, de forma venal.
La nobleza media, en el siglo XVI, había
desaparecido y los caballeros decaían con rapidez, pues el desarrollo de la
técnica militar con el uso de armas de fuego hizo que se impusiese la
caballería pesada. Andando el tiempo las guerrillas seguidas del indispensable
saqueo e incendio, los asaltos y los abusos de la aristocracia se hicieron
peligrosos. Los nobles sujetos a vasallaje estaban en una situación peor que los
independientes, mientras que el clero, cargado de riquezas, peleaba
continuamente en las ciudades, era acreedor de mercaderes y exigía rescate a
los prisioneros. La imprenta había acabado con el monopolio del clero para
leer, y así surgieron los juristas, pero el número de clérigos creció por la
atracción que ejercía la riqueza, no obstante lo cual el alto era el que
verdaderamente la usufructuaba, mientras que el bajo clero vivía modestamente o
incluso en la indigencia.
El clero superior empleó las torturas y la
excomunión, la falsificación de documentos y la comercialización de las
peregrinaciones. Contra esto se alzaría la ira popular, así como contra la
nobleza ventripotente, dice Elgels. El clero inferior estaba en contacto con
las masas y la influencia de los frailes era evidente, que comerciaron con
reliquias y absoluciones y todos los años grandes sumas de dinero salían de
Alemania camino de Roma, lo que veía la alta nobleza, que empleó mayor
violencia a medida que sus apuros financieros se hicieron más apremiantes.
Las familias patricias acaparaban el trigo y
practicaban la usura, así como se fueron haciendo con el usufructo de los
montes municipales, establecieron peajes y portazgos, llevando a cabo
frecuentísimas malversaciones y defraudaciones que la revolución de 1848
reveló. Los burgueses polemizaron violentamente contra las costumbres disolutas
del clero, mientras que los plebeyos, en buena medida, estuvieron excluidos de
la ciudadanía, aumentando en aquel tiempo el número de personas sin empleo, que
engrosabas los ejércitos cuando era necesario.
Tanto los campesinos como los que no lo habían
sido, el lumpemproletariado, los patricios, el alto clero y la nobleza
participaron en la guerra campesina que se desató por razones sociales, aunque también
religiosas y lógicamente en bandos distintos. Únicamente en Turingia, bajo la
influencia de Münzer y en otros sitios por la acción de sus discípulos, la
fracción plebeya fue arrastrada por la tempestad general, en cuyo origen estaba
la opresión de los abajo por los de arriba.
La pesca y la caza pertenecían a los señores y
estos se habían ido apropiando de casi todos los montes comunales, disponían de
los campesinos y, en caso de rebeldía, les esperaba la tortura en forma de
desorejamiento, la abscisión de narices, el vaciamiento de los ojos, la
cortadura de dedos y manos. Este fue el caldo de cultivo para una gran
revolución, social y religiosa, que prendió cuando un fraile agustino denunció
los vicios del papado y de la
Iglesia en general.
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