Mi madre fue una gran sacerdotisa, a mi padre no lo conocí. Los hermanos de mi padre amaban las colinas. Mi ciudad es Azupiranu, que está situada a orillas del Éufrates. Mí madre me concibió, en secreto, ella me llevaba. Ella me dejó en una cesta de junco, sellada con el betún que mi tapa. Ella me llevó al río que pasó sobre mí. El río me llevaba y me llevó a Akki, el cajón de agua. Akki, el cajón de agua, me tomó como su hijo y se ha criado conmigo. Akki, el cajón de agua, me designó como su jardinero. Aunque yo era un jardinero, Ishtar me concedió su amor, y para cuatro y [...] años he ejercido monarquía.
Muchos textos de la historia antigua se parecen
entre sí porque eran compuestos por personas que estaban al servicio de los
reyes y de lo que se trataba era de cantar sus méritos, fuesen estos reales o
no. La cita del Éufrates nos sitúa en Mesopotamia, región o país histórico
porque a lo largo de los siglos se sucedieron varias civilizaciones:
normalmente se habla de sumerios al sur y semitas al norte. Allí se
desarrollaron tempranamente –quizá antes de 3000 antes de Cristo-
ciudades-estado que lucharon por su hegemonía en determinados períodos. Una de
éstas ciudades es Kish, de donde era jefe militar Sargón, que rebelándose
contra su rey o señor, huyó con su ejército hacia el norte y fundó Agadé
(Akkad) en el siglo XXIV antes de Cristo, fundando el primer imperio en la zona
(Egipto sería el otro en el valle del Nilo). La importancia de éste imperio,
desde el punto de vista histórico, es que se habría pasado –aunque
efímeramente- de los particularismos de cada ciudad a una integración más o
menos clara de las mismas en un estado centralizado. El imperio acadio durará
algo más de un siglo, pero no podrá soportar las tendencias centrífugas de las
diversas ciudades, cada una con sus dinastía: en el siglo XXII a. de C. la
hegemonía de Akkad es sustituida en la zona por la III dinastía de la ciudad de
Ur.
El texto tiene un carácter laudatorio para con
Sargón (que no se debe confundir con el Sargón asirio muy posterior). Para
engrandecer más sus méritos se dice “mi madre era una expósita” (en otro fragmento distinto del de arriba), es decir, una
desconocida, una “don nadie”, y lo mismo su padre, a quien no conoció. Alguien
que se encumbra desde la nada ha de ser tenido por persona de mérito y
valentía. La leyenda del canastillo donde habría sido puesto a la orilla del
río se repite once siglos más tarde (la leyenda bíblica de Moisés, del XIII a.
de C.) lo que quiere decir que debía ser una leyenda recurrente para poner de
manifiesto el carácter milagroso y predestinado de su existencia. El río no se
levantó contra él, sino que le respetó, como si las fuerzas de la naturaleza
supiesen a quien tenían.
La diosa Ishtar es la Astarté fenicia, lo que
habla de la continuidad del panteón en el mundo antiguo: cambian los nombres
pero las divinidades son las mismas. Lo mismo que ocurrirá con el panteón
griego, que se traspasará casi sin cambios al mundo romano. Que Ishtar le
concedió su amor quiere decir que gozó de su favor, de su protección, luego
¿quien le podría discutir el mando? Toda una construcción a favor de
garantizarse el poder, lo que es una constante a lo largo de diversos períodos
históricos, incluso muy distantes entre sí.
El pueblo de oscuras cabezas del que se habla en otro fragmento, al que sometió, es
el conjunto de gentes que no se rapaban el pelo –como sí lo hacían los
sumerios, y de ello tenemos pruebas en el arte- y por lo tanto sus cabellos
negros les identificaban. Las pretensiones dinásticas están claras cuando dice
que el que venga tras él debe continuar su obra, una obra llena de heroísmos,
más o menos reales, subiendo montañas, extendiendo los dominios hasta el mar
(quizá entre el golfo Pérsico y el Mediterráneo). Pero si el imperio acadio es
una realidad, seguramente su dominio sobre tan amplios territorios fue más bien
nominal: no hay que imaginar un control efectivo del territorio durante mucho
tiempo, y muchos menos una integración de los diversos pueblos en un proyecto
“nacional” común.
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