Moneda sevillana del siglo XI
En medio del gran caos
en que se encontró al-Andalus durante el siglo XI, una de las taifas de más
poder quiso garantizarlo inventando un califa como si este no hubiese muerto en
1013. La resurrección la procuraron las autoridades sevillanas, en su favor, en
1034 ó 1035. El historiador Ibn Hayyan[i],
que fue contemporáneo de los acontecimientos, ha dejado su testimonio sobre la
invención del califa Hishan II (cuando había muerto hacía años): el mandamás
sevillano Muhammad –dice el historiador- “buscaba descendientes de los omeyas en aquel tiempo,
y le llegó noticia de uno que pretendía ser Hisham b. al-Hakan[ii],
pues se le parecía”, y se contaba que había escapado a oriente y vuelto a al-Andalus (al parecer su asesino nunca había mostrado el cadáver
públicamene). “Ello impresionó a las gentes –sigue diciendo Ibn Hayyan- [y] un
grupo de partidarios siguió negando su muerte”.
Sea como fuere, la “resurrección”
del califa Hisham II “se propagó por los corazones como el fuego por el carbón”.
El mandamás sevillano “anunció que Hisham había reaparecido allí, y reunió a
las mujeres que aún quedaban en Sevilla del alcázar y el harén, la mayoría de
las cuales le reconoció”. ¿Quienes podrían reconocerlo mejor que las que habían compartido con él la intimidad? Hasta aquí el relato de Ibn Hayyan.
María Jesús Viguera
señala que, en torno a 1027 (se suele considerar el final del califato en 1031
aunque las guerras civiles comenzaron en 1009), Muhammad b. Isma’il b. Abbad,
asediado por otros régulos taifas (el de Badajoz y el de Carmona) pactó con
ellos entregándole como rehén a un hijo suyo. Una vez que el líder pacense
murió (1035) se formó “un bloque andalusí [en Sevilla] con su propio califa –el pretendido Hissam
II- frente al bloque beréber”, de forma que en torno a 1036 Muhammad de Sevilla
tomo la decisión de encumbrar en su taifa a un califa, “resucitando” a Hisham
II, el cual tendría toda la legitimidad dinástica, pues descendería de Al-Hakam
II y este de Abd al-Raman III, fundador del califató cordobés en 929.
Hay que tener en cuenta
que tras Hisham II ya habían reinado, al menos nominalmente, varios califas
omeyas, aunque efímeramente, entre 1009 y 1024, y aún sería reconocido por
algunos el último omeya, Hisham III, entre 1027 y 1031. Era difícil asumir que
en 1036 apareciese de nuevo el ya muerto Hisham II…
Todo ello solo es
entendible en el caos que se desencadenó en el siglo XI en Al-Andalus, donde
los diversos reinos taifas se multiplicaron, se dividieron, se rebelaron,
unieron, sometieron, traicionaron, desaparecieron y medraron, según los casos,
siendo el de Sevilla el más claro candidato a reunificar de nuevo al-Andalus,
si no fuese porque el fenómeno de la división y la asunción del poder por
dinastías locales (árabes, muladíes, andalusíes y eslavas) no lo permitieron.
Además, en ocasiones, los líderes de algunas taifas no se dotaban de títulos
honoríficos ni pretendían habitar en los alcázares reales, sino que se
consideraban como dirigentes de transición hasta que apareciese alguien con la
legitimidad necesaria para sustituirles; también, incluso, goberenaron
taifas “triunviratos” o grupos familiares entre los cuales destacaba
someramente uno.
Probablemente pensó
Muhammad de Sevilla que si fructificaba el reconocimeinto del falso Hisahm II,
al-Andalus volvería a la unidad con capital en su ciudad, pero hoy sabemos que
las cosas eran mucho más complicadas. El reinado de Hisham II (el real) no había
sido tal, sino que fue suplantado por el líder militar amirí que se autotituló
al-Mansur (el Almanzor de las crónicas cristianas); que sus dos hijos no
supieron mantener la disciplina de las autoridades en las importantes ciudades
y coras de al-Andalus (Zaragoza, Badajoz, Sevilla, Almería, Murcia, Valencia,
Toledo, Granada, Denia… y otras menores como Albarracín, Alpuente, Silves,
Carmona, Mértola, Huelva, Niebla, Murviedro, etc.). Además, los hijos de
al-Mansur –como su padre- carecían de la legimidad dinástica, que como se ve,
el lider sevillano de 1036 buscó en la resurrección de un califa ya fallecido.
No era poca la importancia que ello tenía.
La historia de
al-Andalus –como la de los reinos y condados cristianos de Hispania- está llena
de conflictos centrífugos, revueltas sociales, quejas por la alta fiscalidad,
enfrentamientos étnicos, dificultades internas y externas, además de por la
torpeza de unos y otros gobernantes, mientras que algunos demostraron no solo
gran destreza sino también el cultivo de la alta cultura de su época. Una vez
desaparecidos los omeyas, o incapaces estos de hacerse obedecer por todos los
reyezuelos que fueron surgiendo, el caos se generalizó.
Sevilla pudo incorporar
a su autoridad a las taifas del suroeste, así como Córdoba, Murcia y el
territorio toledano que no cayó en poder del rey castellano Alfonso VI en 1085,
pero no pudo evitar, al fin, caer bajo el poder almorávide (magrebí) en 1091,
antes incluso que su gran enemiga, la taifa de Badajoz, que lo haría en 1094.
Lo curioso (el ser humano acepta ficciones, a veces, por conveniencia) es que algunas taifas –como la de Córdoba-
aún sabiendo que el falso Hisham II era una invención de las autoridades
sevillanas, simularon aceptarlo… hasta un momento en que, viéndose amenazada
por el expansionismo sevillano, hizo frente al mismo.
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