La debilidad de un
califa, Hisham II[i],
hizo que otros gobernasen por él en al-Andalus, el más conocido titulado
al-Mansur, y este fue el principio del fin del califato cordobés. Los sucesores
nominales, hasta 1031, no fueron capaces de mantener la unidad política de
aquel régimen y al-Andalus se dividió en territorios gobernados por régulos –en
otros casos quizá reyes- que se sucedieron en el tiempo. Mientras que a
mediados del siglo XI las taifas de Toledo y Badajoz eran las más extensas, la
actual Andalucía había quedado compartimentada en reinos sin posibilidad de
sobrevivir.
No obstante la taifa de
Sevilla se recuperó desde el Algarve hasta Cádiz, y la de Granada desde Málaga
hasta La Mancha. En 1086, al año siguiente de caer Toledo en manos del
cristiano Alfonso VI, Sevilla se había extendido hasta Murcia y tenía una
pequeña frontera con la taifa de Zaragoza, quizá nominal, mientras que la taifa
de Badajoz se extendia desde Beja hasta Coimbra, y por el Este hasta La Mancha.
Al comenzar la década de 1090 se mantenía Badajoz[ii] y
el Levante hasta Zaragoza, pues el resto de al-Andalus ya estaba en manos de
los amorávides norteafricanos.
En la taifa zirí de
Granada, una de las más “estables”, se incrustó un judío de nombre Samuel b. Nagrela,
con la confianza del rey Badis, quizá por ser hombre culto y útil a los
objetivos del musulmán, que temeroso de la belicosidad de la taifa sevillana,
se valió del consejo de Nagrela, aumentando de esta manera su influencia en la
corte granadina hasta su muerte, en que fue sustituido por su hijo Yusuf. Cuando el régulo de Almería atacó Granada en 1038, Sanuel b. Nagrela cantó la victoria de esta última con unos versos, lo que sin duda le congració aún más con los ziríes granadinos.
En 1063 un hijo del rey
Badis, Buluggin, fue envenenado y en la corte se creyó que tras el crimen se
encontraba Yusuf, que no tenía las cualidades de su padre, lo que sabemos por
unas “Memorias” del futuro rey granadino Abd Allah, en las que maldice a Yusuf,
a quien hace responsable no solo del envenenamiento sino de que “los restantes
soberanos se lanzaron contra nuestros dominios, no dejándonos más que Granada,
Almuñécar, Priego y Cabra…”. Yusuf, además, había intrigado para entregar
Granada a la taifa de Almería, lo que provocó que los habitantes de aquella
ciudad atacasen con furia a la comunidad judía (1066), muriendo muchos y entre
ellos el mismo Yusuf.
Unos versos que recoge
María Jesús Viguera, de los que es autor un contemporáneo de los
acontecimientos, Abu Ishaq, muestran la inquina que había desatado Yusuf: “Con
él los judíos se han engrandecido, se han vuelto altaneros, siendo antes los
más despreciados./ Su ambición cumplieron y fueron muy lejos; esto es un
oprobio…/ ¡Cuántos musulmanes se han visto humillados por el mono más vil de
los politeístas!... /¡Corre a degollarle, sacrifícale pronto, que es cordero
cebón! / Con ninguno de su ralea seas menos duro, que todos amasan inmensos
tesoros…”. La autora citada señala que se trata de una de las pocas reacciones
antijudías ocurridas en al-Andalus, por lo que Yusuf debió despertar mucho odio
entre la mayoría musulmana.
Por su parte Prieto
Vives describió a Samuel b. Nagrela como “uno de los hombres más ilustres de su
tiempo y el único judío que llegó a tal puesto en un Estado musulmán; sus
condiciones de carácter debieron ser extraordinarias para alcanzar, por una
parte, la absoluta privanza de un hombre como Badis, mientras a la vez se
captaba las simpatías de los musulmanes, que admiraban su vasta cultura
literaria, y José [Yusuf], su hijo, que no debió heredar su tacto especial por
cuanto se enajenó con su vanidad la simpatía de los musulmanes”.
Fue una época convulsa
donde las haya: no se reconocían legitimidades, proliferaban las traiciones,
las usurpaciones y asesinatos, envenenamientos y guerras, rapiñas y conflictos
sin fín; la inestabilidad política fue extrema, las integridades territoriales
continuamente rectificadas; uno de los primeros asesinados fue al-Mahdi en
Córdoba (1010), a lo que siguió una carnicería, pero también Ali b. Hammud en
1018; grupos armados campaban por todas las tierras de al-Andalus y los
reinados eran cortos (Abd Allah b. Hakan estuvo en el poder zaragozano veintiocho días) por deposiciones, encumbramientos, que a las pocas semanas
se habían convertido en derrocamientos, muertes en combate, sin importar se
tratase de miembros de la misma familia los enfrentados entre sí.
La diversidad social
era enorme: árabes, beréberes, judíos, mozárabes, eslavos, a lo que se unían
las tribus y ramificaciones étnicas procedentes del norte de África, lo que se
relfejó en las taifas, gobernadas unas por beréberes, otras por árabes y otras
por eslavos. Que en un espacio tan fragmentado y en condiciones políticas tan
adversas a la estabilidad, una familia judía haya sido capaz de hacerse un
hueco en una de las cortes musulmanas, la granadina del siglo XI, habla mucho
y bien de la sagacidad e inteligencia de Samuel b. Nagrela, aunque su hijo
Yusuf no hubiera sabido aprovechar el trabajo hecho por el padre… o quizá fue
aquel también víctima de una situación volátil, violenta, rapaz hasta el extremo.
La familia de los Banu Nagrela procedía de Mérida, aunque Samuel nació en Córdoba[iii], destacando su biógrafo la sólida formación que tenía y su profundo conocimiento de la lengua y la cultura árabes. Cuando en 1013 una invasión de beréberes atacó Córdoba, Samuel se instaló en Málaga, donde se dedicó al comercio, y al parecer en 1020 ya estaba al servicio de la corte granadina[iv].
No fueron los casos de Samuel y su hijo los únicos de judíos al servicio de una corte musulmana, sirviendo como ejemplo de ello Yequtiel ibn Ishaq en la corte de Zaragoza, que murió a causa de una agitación popular en torno a 1037.
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