lunes, 20 de febrero de 2023

Un judío al servicio de Granada

 

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La debilidad de un califa, Hisham II[i], hizo que otros gobernasen por él en al-Andalus, el más conocido titulado al-Mansur, y este fue el principio del fin del califato cordobés. Los sucesores nominales, hasta 1031, no fueron capaces de mantener la unidad política de aquel régimen y al-Andalus se dividió en territorios gobernados por régulos –en otros casos quizá reyes- que se sucedieron en el tiempo. Mientras que a mediados del siglo XI las taifas de Toledo y Badajoz eran las más extensas, la actual Andalucía había quedado compartimentada en reinos sin posibilidad de sobrevivir.

No obstante la taifa de Sevilla se recuperó desde el Algarve hasta Cádiz, y la de Granada desde Málaga hasta La Mancha. En 1086, al año siguiente de caer Toledo en manos del cristiano Alfonso VI, Sevilla se había extendido hasta Murcia y tenía una pequeña frontera con la taifa de Zaragoza, quizá nominal, mientras que la taifa de Badajoz se extendia desde Beja hasta Coimbra, y por el Este hasta La Mancha. Al comenzar la década de 1090 se mantenía Badajoz[ii] y el Levante hasta Zaragoza, pues el resto de al-Andalus ya estaba en manos de los amorávides norteafricanos.

En la taifa zirí de Granada, una de las más “estables”, se incrustó un judío de nombre Samuel b. Nagrela, con la confianza del rey Badis, quizá por ser hombre culto y útil a los objetivos del musulmán, que temeroso de la belicosidad de la taifa sevillana, se valió del consejo de Nagrela, aumentando de esta manera su influencia en la corte granadina hasta su muerte, en que fue sustituido por su hijo Yusuf. Cuando el régulo de Almería atacó Granada en 1038, Sanuel b. Nagrela cantó la victoria de esta última con unos versos, lo que sin duda le congració aún más con los ziríes granadinos.

En 1063 un hijo del rey Badis, Buluggin, fue envenenado y en la corte se creyó que tras el crimen se encontraba Yusuf, que no tenía las cualidades de su padre, lo que sabemos por unas “Memorias” del futuro rey granadino Abd Allah, en las que maldice a Yusuf, a quien hace responsable no solo del envenenamiento sino de que “los restantes soberanos se lanzaron contra nuestros dominios, no dejándonos más que Granada, Almuñécar, Priego y Cabra…”. Yusuf, además, había intrigado para entregar Granada a la taifa de Almería, lo que provocó que los habitantes de aquella ciudad atacasen con furia a la comunidad judía (1066), muriendo muchos y entre ellos el mismo Yusuf.

Unos versos que recoge María Jesús Viguera, de los que es autor un contemporáneo de los acontecimientos, Abu Ishaq, muestran la inquina que había desatado Yusuf: “Con él los judíos se han engrandecido, se han vuelto altaneros, siendo antes los más despreciados./ Su ambición cumplieron y fueron muy lejos; esto es un oprobio…/ ¡Cuántos musulmanes se han visto humillados por el mono más vil de los politeístas!... /¡Corre a degollarle, sacrifícale pronto, que es cordero cebón! / Con ninguno de su ralea seas menos duro, que todos amasan inmensos tesoros…”. La autora citada señala que se trata de una de las pocas reacciones antijudías ocurridas en al-Andalus, por lo que Yusuf debió despertar mucho odio entre la mayoría musulmana.

Por su parte Prieto Vives describió a Samuel b. Nagrela como “uno de los hombres más ilustres de su tiempo y el único judío que llegó a tal puesto en un Estado musulmán; sus condiciones de carácter debieron ser extraordinarias para alcanzar, por una parte, la absoluta privanza de un hombre como Badis, mientras a la vez se captaba las simpatías de los musulmanes, que admiraban su vasta cultura literaria, y José [Yusuf], su hijo, que no debió heredar su tacto especial por cuanto se enajenó con su vanidad la simpatía de los musulmanes”.

Fue una época convulsa donde las haya: no se reconocían legitimidades, proliferaban las traiciones, las usurpaciones y asesinatos, envenenamientos y guerras, rapiñas y conflictos sin fín; la inestabilidad política fue extrema, las integridades territoriales continuamente rectificadas; uno de los primeros asesinados fue al-Mahdi en Córdoba (1010), a lo que siguió una carnicería, pero también Ali b. Hammud en 1018; grupos armados campaban por todas las tierras de al-Andalus y los reinados eran cortos (Abd Allah b. Hakan estuvo en el poder zaragozano veintiocho días) por deposiciones, encumbramientos, que a las pocas semanas se habían convertido en derrocamientos, muertes en combate, sin importar se tratase de miembros de la misma familia los enfrentados entre sí.

La diversidad social era enorme: árabes, beréberes, judíos, mozárabes, eslavos, a lo que se unían las tribus y ramificaciones étnicas procedentes del norte de África, lo que se relfejó en las taifas, gobernadas unas por beréberes, otras por árabes y otras por eslavos. Que en un espacio tan fragmentado y en condiciones políticas tan adversas a la estabilidad, una familia judía haya sido capaz de hacerse un hueco en una de las cortes musulmanas, la granadina del siglo XI, habla mucho y bien de la sagacidad e inteligencia de Samuel b. Nagrela, aunque su hijo Yusuf no hubiera sabido aprovechar el trabajo hecho por el padre… o quizá fue aquel también víctima de una situación volátil, violenta, rapaz hasta el extremo.

La familia de los Banu Nagrela procedía de Mérida, aunque Samuel nació en Córdoba[iii], destacando su biógrafo la sólida formación que tenía y su profundo conocimiento de la lengua y la cultura árabes. Cuando en 1013 una invasión de beréberes atacó Córdoba, Samuel se instaló en Málaga, donde se dedicó al comercio, y al parecer en 1020 ya estaba al servicio de la corte granadina[iv].

No fueron los casos de Samuel y su hijo los únicos de judíos al servicio de una corte musulmana, sirviendo como ejemplo de ello Yequtiel ibn Ishaq en la corte de Zaragoza, que murió a causa de una agitación popular en torno a 1037.


[i] 976-1009.

[ii] En 1096 la taifa de Badajoz ya estaba incluida en territorio almorávide.

[iii] Real Academia de la Historia.

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