martes, 23 de julio de 2013

El banquero y el pintor

Barón Francis Delbeke (1917)

Que el banquero Francis Delbeke y el pintor Jules Schmalzigaug se conociesen no es extraño porque los dos eran ricos, pero aunque no hubiese sido así la afición al arte del primero seguramente les hubiese acercado. El banquero tuvo una larga vida llena de actividades, mientras que el pintor vivió solo treinta y cinco años, pues decidió quitarse la vida quizá influido por su propio arte y el de los movimientos en los que participó, por su extrema sensibilidad y por los horrores de la gran guerra.

La obra de arriba es un gouache y pastel sobre cartón realizada en 1917, el mismo año de la muerte del pintor durante su exilio en los Países Bajos. Delbeke dejó escritas las siguientes palabras sobre el arte de su amigo: "... la luz es el movimiento, la vida". Formado en las Academias de Karlsruhe y Bruselas, Schmalzigaug visitó en París el Salón de los Independientes en 1911, donde descubrió las múltiples perspectivas utilizadas por los cubistas. En el retrato de Delbeke todo ha sido interpretado mediante geometrías, si bien la figura del banquero, escritor y coleccionista de arte está más próxima al realismo. 

Al año siguiente -escribe Francisca Vantepitte- la exposición de los pintores futuristas italianos en París fue una revelación para Schmalzigaug. En 1912 fijó su residencia en Venecia atraído por su luz vibrante. Dos años más tarde participó en la "Esposizione futurista internazionale" en la Galleria Sprovieri de Roma. Boccioni, Balla, Russolo y Marinetti elogiaron al único futurista belga, pero tras el estallido de la primera guerra mundial Schmalzigaug se vio obligado a salir de Italia. Su aislamiento en los Países Bajos dio lugar a un cambio en el estilo que también se puede ver en el retrato de Francis Delbeke. La composición se simplifica y es más estructurada, los colores son más apagados y las técnicas de aguada y pastel más sensoriales. Schmalzigaug pintó a su amigo como un intellecutal perspicaz, hojeando los documentos en su escritorio.

Ese banquero intelectual se había interesado por la Revolución Francesa y la por masonería, por el arte y por coleccionar pinturas de artistas belgas. Amberes fue la ciudad que se benefició de su mecenazgo artístico, pero también algunos pintores. Formado en el más acendrado catolicismo esto no fue óbice para comprender los múltiples caminos expresivos del arte.

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