Lansquenetes |
Los soldados del Imperio Germánico y de España
estuvieron en un continuo trasiego durante la Edad Moderna. El emperador
Fernando, que había nacido en Alcalá de Henares, llevó a Viena a muchos
españoles, entre ellos soldados que lucharon contra los turcos en Hungría. Uno
de ellos fue Gabriel de Salamanca, rico burgalés que seguiría siéndolo al
hacerse dueño de tierras en Austria.
En 1686 llegó a Viena Juan Díaz Pimienta, que
no sé si será el nacido en Urduña en 1660 y que llegó a ser gobernador de
Cartagena de Indias. Tras la guerra de sucesión a la corona de España muchos de
los militares que se habían mostrado partidarios del pretendiente Carlos se
refugiaron en Viena, como es el caso de Juan Amor de Soria, que ha permitido a
Ernest Lluch estudiar su pensamiento austracista e ilustrado. Para Lluch, Amor
de Soria fue un reformista que, desde el exilio, planteó una alternativa al
absolutismo borbónico español.
Muchos de los exiliados participaron en los
ejércitos imperiales, donde sobresalió Manuel Desvalls, que llegó a ser tutor
del que luego sería emperador José II. Otros dieron esplendor, según Enrique
García Hernán (1), al Hospital para soldados de los Españoles de Viena. Fue
erigido en 1718 y se llegó a crear también en Viena un Consejo Supremo de
España que perduró hasta 1736 (2). Más tarde, los militares austracistas que
regresaron a España fueron reconocidos con sus títulos nobiliarios,
integrándose en el ejército borbónico.
En los siglos XVI y XVII esos militares
defendieron que España necesitaba del Imperio para neutralizar a Francia en la
defensa de los Países Bajos y del norte de Italia. Hubo tratadistas militares
que elogiaron la participación de los tudescos con los famosos lansquenetes. En
concreto, los militares españoles e imperiales se ayudaron para acabar con la
rebelión protestante en 1547 (Mülhberg) y en 1620 en la Montaña Blanca.
Esta alianza se confirmó en 1658 con la colaboración hispano imperial (Leopoldo
I en este caso) acudiendo a la defensa de Barcelona Jorge de Hesse Darmstadt, y
puede que participara en la batalla de Camprodón, al norte de la actual
provincia de Girona.
No solo: hubo una intensa relación cultural y
económica. Los Tassis se hicieron con el monopolio del correo y la economía española
internacional mantuvo estrechas relaciones con la liga Hanseática. Los jesuitas
contribuyeron al estudio del “arte” militar en el Colegio Imperial, y para
demostrarlo puede citarse el caso, que no es único, de Jacobo Kresa, que fue
además gramático, matemático y estudioso del hebreo en Praga.
Con las continuas guerras –dice García Hernán-
había que levantar reclutas suponiendo esto un negocio, y el mercado estaba en
todas partes, sobre todo en el Imperio Germánico, aunque los soldados fuesen
protestantes, mientras que Francia tampoco tuvo inconveniente en contar con
soldados alemanes protestantes. Pero en general no hubo integración (seguimos a
García Hernán en la obra citada): “cuando los imperiales querían decir (…)
‘esto me suena a chino’, ellos simplemente decían ‘esto me suena a español’.
Pero las relaciones familiares entre nobles sí se produjeron, casándose unas
con otros y viceversa.
Uno de los desencuentros fue la Inquisición, hasta el
punto de que imperiales protestantes en España tuvieron que simular ser
católicos. Los españoles de a pie, por su parte, no tuvieron noticia de que los
reyes concedieron pensiones de viudedad a aquellas ociosas señoras que habían
perdido a sus maridos: quizá no sabían hacer otra cosa.
(1) “Relaciones militares entre España y
el Imperio”.
(2) García Hernán cita a A. Alcoberro y
su obra, “Al servei de Carles VI…”, 1998.
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