domingo, 24 de julio de 2016

Un papa contra su tiempo



Belluno, patria chica de Gregorio XVI

La obra de Roberto Marín Guzmán[1] pone de manifiesto hasta que punto un papa, que es al mismo tiempo autoridad máxima de una Iglesia y de un Estado, no entendió los tiempos que estaba viviendo y se empecinó en enfrentarse a casi todos sin resultado práctico alguno. Sus errores los heredó el sucesor Pío IX.

Gregorio XVI había nacido en una pequeña población del nordeste de Italia, cercana a Venecia, en 1765, por lo que tuvo ocasión de conocer la obra de los ilustrados europeos, los resultados de la Revolución Francesa y de otros movimientos liberales durante su vida (murió en 1846, antes de que se produjeran los grandes movimientos revolucionarios en casi toda Europa de dos años más tarde).

Accedió al papado en 1831, seguramente asustado por lo que había ocurrido en Francia un año antes, en Bélgica después y en otras regiones europeas. Muchos italianos fueron desterrados por los gobiernos locales italianos tras las revueltas de 1820 y 1821. La muerte del emperador austríaco, Francisco I, campeón del absolutismo, en 1835, debió hacer ver a Gregorio XVI que se enfrentaba a un tiempo contra el que había que encerrarse en la tradición. Mientras tanto, los italianos desterrados hicieron pública la proclama que lleva por título “De los Alpes al Etna”, en la que señalaban que “no puede existir libertad sin independencia [en alusión a Austria], ni independencia sin fuerza [en alusión a la necesidad de la lucha armada], ni fuerza sin unidad. Nos aferramos pues a fin de que Italia sea en breve Independiente, Una y Libre”.

Poco después de haber sido elegido pontífice, Gregorio XVI se enfrentó a una violenta revuelta que llegó a convertirse en una verdadera sublevación. Aprovechándose del levantamiento, la familia Bonaparte, desde Bologna, participó contra el papa proponiendo el destronamiento del mismo, escribiendo Luis Napoleón: “El papado no pertenece a nuestro siglo”. A esto se sumaron muchos en la Romagna.

Por su parte estaba el clérigo Lanmenais (1782-1854): este personaje, que evolucionó hacia un tipo de socialismo de raíz cristiana, “abandonó la Iglesia, se hizo librepensador y se convirtió en fautor de una filosofía panteísta y del socialismo que empezaba a organizarse…; escribió contra la Santa Sede, en 1848 fue elegido diputado en la asamblea nacional y murió fuera de la Iglesia”.

El papa publicó contra Lanmenais la encíclica “Mirari Vos Arbitramur” (1832) en la que exponía “los males presentes” (liberalismo y sus ramificaciones) la necesidad de ser fieles a la tradición de la Iglesia, hasta el punto de que uno de sus títulos dice “La doctrina de la Iglesia no permite críticas”, y otro “La Iglesia… no requiere nunca restauración ni regeneración”, contra la libertad de conciencia, etc. Como es sabido, pontificados posteriores han venido a desdecir lo que Gregorio XVI se empeñó en asegurar sin miramientos.

[1] “Estudios históricos sobre la Iglesia: las crisis políticas de los pontificados de Gregorio XVI… y de Pío IX...”.

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