Paisaje de Ayacucho |
San Martín, el “gran
protector” de Perú durante la guerra contra los realistas españoles en los
primeros años de su independencia, se encontró con una dificultad añadida a las
campañas bélicas, la falta de dinero para financiarlas, además de para hacer
funcionar a un nuevo estado.
Dionisio de Haro Romero
ha publicado un trabajo muy interesante sobre este asunto[i].
La Casa de la Moneda de Lima, en manos de los patriotas insurgentes, era el
principal instrumento monetario con el que contaban, mientras que la Casa de la
Moneda de Cuzco estaba en manos de los realistas[ii]. Dándose
la circunstancia de que mientras el norte y la costa estaba en manos de los
patriotas, el centro y sur lo estaba en manos de los realistas, de forma que
los primeros tenían los medios técnicos para acuñar moneda pero no metales
preciosos, al contrario que los segundos.
La política monetaria
tradicional, que consistía en la exportación y el atesoramiento, estuvieron
presentes en el Virreinato, y la política de prohibiciones y rígidas normas de
circulación de numerario metálico no impidieron el tráfico ilegal que acabó por
“secar” –dice el autor al que sigo- los circuitos monetarios internos peruanos,
siendo habitual que en numerosas transacciones mercantiles se recurriese a los
ajíes (un tipo de pimiento peruano), cacao u otros medios. El Virreinato
oscilaba entre la inflación ocasionada por el dinero de ínfima calidad, y la
deflación por la escasez de numerario. Así ocurrió con la emisión de vales
reales en la época de Fernando de Abascal[iii]
(1815).
Con la expedición
libertadora de San Martín y su desembarco en Pisco (a unos 250 km. al sur de Lima, 1820), el Perú inició un
largo ciclo de guerras en el que el dinero y las necesidades de financiación por parte de los bandos
enfrentados adquirió máxima dimensión,
obligando a explorar iniciativas monetarias novedosas. La escasez de
numerario se agravó a partir de 1821, de forma que la acuñación de la Ceca de
Lima, valorada en unos cinco millones y medio de pesos anuales, casi en su
totalidad tomaba el camino de la exportación o se empleaba en la tesaurización.
Únicamente el numerario chileno desde 1817, como ya ocurría en España con la
moneda francesa desde la guerra de 1808, vino a paliar parcialmente el pobre
volumen de circulante interior, acabando por ser legal su curso a partir de
1821. La escasez de numerario era tal que acabó por afectar al comercio
minorista limeño, dándose el curioso caso de las fichas de pulpero, piezas de
plomo u otro material, emitidas por colmados, pulperías y bodegas con el objeto
de poder realizar compras que en el futuro se hiciesen en el mismo
establecimiento que las entregaba como cambio. Estas fichas acabaron siendo aceptadas
como pago por otros comerciantes y el público en general. Las pulperías
consolidaron, a falta de respuesta oficial, una curiosa red monetaria actuando
como entidades emisoras en el estrato inferior de la circulación monetaria.
El modelo aún resistirá
y competirá con los cuartillos emitidos por San Martín en la fase del
Protectorado. En la primera mitad de 1821, la acuñación de plata por parte de
la Casa de la Moneda de Lima se redujo a una cuarta parte en comparación a
1820. Previamente, esta Casa de la Moneda había sido descapitalizada por las
fuerzas realistas, lo que se unió a la ya larga crisis de la economía peruana,
teniendo en cuenta que las minas de metales preciosos permanecían en poder de
los seguidores de La Serna, virrey entre 1821 y 1824.
Haro Romero recoge una
cita en la que se dice que el Ministerio de Hacienda considera que “habría sido
mayor el producto si la casa [de la Moneda] no hubiera sufrido el detrimento de
perder todos sus fondos en Ancon [puerto en la costa central]… Con más
numerario habría sido mayor el número de compras de marcos de chafalonía[iv]
en el banco de rescate… el Excelentísimo Sr. Protector del Perú… ha resuelto
que se puedan tomar algunos capitales hasta que completen la suma de cien mil
pesos al seis por ciento de interés, pagaderos de seis meses en adelante…”. Es
decir, se recurrió a un empréstito a modo de deuda pública.
El objetivo era
disponer de los fondos necesarios para financiar el esfuerzo de guerra, al
tiempo de tener liquidez para sostener la precaria actividad económica
interior: así, se creó en 1821 el Banco Auxiliar de Papel Moneda (banco
emisor). Para esto se formó una comisión que tomó como modelo los sistemas de
crédito europeos, y en especial el caso británico, para tener papel moneda
peruana. La comisión también se inspiró en la obra de José Alonso Ortiz,
“Ensayo Económico sobre el sistema de la moneda-papel…”, publicada en Madrid en
1796. Pero la clave es que el mercado tuviese confianza en este sistema, por lo
que se siguió un escrupuloso cumplimiento de los compromisos de redención.
El plan arrancó con una
garantía de un millón de pesos obtenidos a partes iguales por el estado y de
aportaciones particulares procedentes de comerciantes y propietarios. El Perú
era pobre, pero el dinero estaba en manos de unos pocos, y el banco emisor,
durante su corto recorrido en esta función, realizó aportaciones mensuales a la
Hacienda de San Martín que oscilan entre un máximo de 90.000 pesos y 20.000,
alcanzando un volumen total de 360.000 antes de la extinción de este modelo en
septiembre de 1822. Pero la economía peruana no era solvente, y dicho sistema
resultó imposible por el extraordinario volumen de papel-moneda puesto en un
mercado muy frágil; en segundo lugar por la imposibilidad de lograr un mínimo
de reservas –condición necesaria- para sostener el impulso fiduciario, que se
intentó solucionar con el metálico “Perú Libre” aprobado mediante decreto.
Estas monedas –dice Haro
Romero- fueron anecdóticas en el mercado, a la espera de que los yacimientos de
plata y oro del interior cayesen en manos de los seguidores de San Martín. En definitiva,
sin base metálica, comenzó la discusión sobre la viabilidad del sistema, ya que
los gastos militares iban en aumento. Se pensó en extinguir el papel-moneda y
redefinir las funciones del banco emisor.
Se comisionó a unos
comerciantes para la extinción del papel-moneda, pues no estaba sustentado en
los metales preciosos que daban fe de aquel; dichos comerciantes serían
reintegrados de sus desembolsos con los derechos de aduana; se expendería en la
renta de Tabacos cuanto quisiera comprar el público sin necesidad de pagar
dinero; el banco no haría circular más papel hasta que se extinguiese en su
totalidad… Ganar la guerra no fue suficiente: el nuevo gobierno de Perú tuvo
que dar solución a este importante problema, pues la economía no tiene patria…
[i] “Guerra
y moneda durante la Independencia del Perú, 1820-1824”. En un capítulo de este
trabajo se basa el presente resumen.
[ii]
Incluyendo cerro Pasco, en el centro del país y al norte del lago
Chinchaycocha.
[iii]
Aristócrata español y Virrey del Perú entre 1806 y 1816.
[iv] Hechos
con objetos fundidos de plata y oro.
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