Capilla de Laguarres, Huesca (*) |
La Iglesia Reformada
española surgió cuando un sector del protestantismo se apartó de lo que hasta un
determinado momento del siglo XIX había sido el grupo de Manuel Matamoros[i],
uno de los principales divulgadores del protestantismo en España. Un Consistorio
Central de la Iglesia Española Reformada se celebró en Gibraltar en 1868, continuando con los intentos reformadores del siglo XVI, en los que
se incluyeron a Cisneros y Carranza[ii].
El momento fue
propicio, pues se había producido la revolución de 1868, uno de cuyos objetivos
fue la libertad religiosa, regresando entonces los reformados españoles
exiliados en Gibraltar[iii],
entre otros Juan Bautista Cabrera[iv],
que se instaló en Sevilla y colaboró con Francisco Palomares, sacerdote
protestante y médico, a quien se considera otros de los fundadores de la
Iglesia Española Reformada. Parece ser que en una entrevista entre Cabrera y
José Alhama con el general Prim en Algeciras, este les dio garantías de que se
respetaría la libertad religiosa.
Ya durante el régimen
de la Restauración, la consagración de la catedral de la Iglesia Española
Reformada, en Madrid, y la de su obispo, coincidió con una ofensiva política
contra el gobierno liberal presidido por Sagasta. El episcopado y algunos
senadores y diputados católicos denunciaron estos hechos como una violación de
la Constitución, mientras que el Partido Liberal defendió su interpretación de
la ley.
En 1894 la Iglesia
Española Reformada celebró su IV Sínodo, y lord Plunket, arzobispo anglicano de
Dublín, consagró la iglesia del Santísimo Redentor, en la calle de la
Beneficencia de Madrid, confirmando como obispo a Juan Bautista Cabrera. El
marqués de Pidal[v]
negó que fuera “española” esta Iglesia, “una mezcla del protestantismo y del
rito mozárabe". Por su parte, el agustino obispo de Salamanca, Tomás
Cámara y Castro, expuso que “la intransigencia [es] patrimonio y distintivo de
la verdad”, revelando con ello la distancia existente (dice Robles Muñoz) entre
el mundo católico y la orientación política de la Restauración. Dicho obispo de
Salamanca había dicho que "la religión que posea la verdad no puede consentir
rivales…". La libertad de cultos era considerada más que un error y una herejía,
pues daba su aprobación a todos los errores, canoniza “todos los sacrilegios,
pasados, presentes y por venir”.
Cuando se debatió la
consagración del obispo Cabrera, Tomás Cámara replicó a Maura que “nosotros
partimos de la verdad sólida, que abraza todos los tiempos y todos los lugares.
Manuel Silvela, siendo Ministro de Estado en 1877, había dicho que “para
levantar obras sólidas y fructuosas hay que establecerlas sobre la base de la
conciliación y de la prudencia”. José Luis Albareda, siendo Ministro de Fomento
en 1881, señaló que “concebir una especie de defensa armada de la idea
religiosa levanta un muro entre los católicos y los liberales”. Y en un debate
habido en 1883 Cánovas dijo a Sagasta: “Nosotros hemos creído, por el
contrario, que la Monarquía constitucional abrazaba todas las ideas, todos los
criterios posibles; nosotros hemos pensado que dentro de la Monarquía
constitucional no solamente cabíamos nosotros, sino que cabían también otros
partidos y otras fracciones políticas distintas de las nuestras”, en lo que el
político mostraba su doctrinarismo, pues todos conocemos las trampas que se
hacían en las elecciones para anular la voluntad de muchos electores. Mientras,
Canalejas señaló que todos cabían dentro “de los moldes de la legalidad y al
amparo de la institución monárquica”.
Cristino Martos[vi], ya
en 1869, había confiado en que el Concilio Vaticano I, “promovido tal vez con
el propósito de declarar incompatible el catolicismo con la moderna
civilización, acabe por hacer declaraciones que hagan por mucho tiempo
compatible… a la Iglesia católica con la civilización y el progreso”. Desde
1876, intereses públicos y oposición política –dice Robles Muñoz- entraban en
juego apostando o no por la libertad. El obispo de Zamora[vii],
por ejemplo, apoyó a Claudio Moyano como un medio para que sus paisanos de
Fuentesaúco hicieran callar a los protestantes que hacían propaganda en aquella
parte de la diócesis (1878). La tolerancia suponía dejar a la Iglesia sin el
código penal, a merced de una “desenfrenada libertad”, tal y como denunciaba
León XIII, que ha pasado a la historia como un papa conciliador con las
diversas formas de gobierno, pero ya vemos… El liberalismo es “la secta que el
infierno ha levantado”, se decía en “La Fe” ya en 1903. Una política que
consintiera la libertad religiosa humillaba a la Iglesia y violaba el
concordato, a juicio de aquella, o esto era lo que expresó el obispo de
Barcelona, Urquinaona[viii],
en una carta al nuncio, en 1879. Estar al lado de la libertad era ser aliado
de “los incrédulos y la masonería”; los católicos liberales dividían a la Iglesia,
de forma que se consideraba que liberalismo y masonería eran, en el fondo, una
misma cosa.
El sacerdote Guillermo
Juan Cárter, en la Universidad de Chile, en 1878, había dicho que la masonería
es la que propala en alta voz que el liberalismo es su gran obra. Pero fue 1894
un año decisivo para la Iglesia Española Reformada: una peregrinación a Roma
organizada por católicos sirvió para un discurso del papa animándoles a aceptar
las instituciones; el acercamiento a ellas de Arturo Campión (fuerista, integrista
y luego nacionalista vasco); el IV Congreso Católico celebrado en Tarragona y
el ascenso en el episcopado del cardenal Sancha. Siendo en dicho año Sagasta
presidente del Consejo de Ministros, alguien le recordó unas palabras suyas de
1876: “El partido constitucional no aceptará como suyas, sino que se reserva el
derecho de modificar todas las leyes en que, debiendo consignarse la libertad
religiosa, no se consigna”. Con su Ministro de Estado, Segismundo Moret,
afrontaron un problema surgido del reconocimiento legal de los no católicos: habían enviado un memorándum al cardenal Rampolla, Secretario de
Estado, solicitando el apoyo de la “Santa Sede” a la reforma, siendo la
respuesta positiva.
La Iglesia Española
Reformada adquirió en 1889 el solar en la calle Beneficencia donde se construyó
una catedral entre los tres años siguientes, recordándose los usos a los que
estaba destinado el edificio: una capilla y una escuela. Pero la inauguración
tuvo que aplazarse porque las autoridades no permitieron que se hubiese
colocado una cruz en la fachada y una inscripción alusiva a “Cristo Redentor”
(¡!). Estaba prohibido, además, vocear en sitios públicos o en puntos fijos los
títulos de libros, folletos y otros impresos. El alcalde de Madrid, conde de
Peñalver, prohibió que se habitara el edificio y el conde de Canga-Argüelles,
gobernador civil, recogió la denuncia de que “tenía el aspecto de un templo y
que el que no se fije no sabe que no es católico” (1894). La idea de que
durante el régimen de la Restauración la Iglesia se reconcilió con el
liberalismo es una falsedad; lo que hizo fue aceptarlo a regañadientes para
seguir recibiendo las ayudas económicas del Estado.
Tuvo que aplazarse el
uso de la iglesia de los reformados y se les obligó a suprimir la cruz de la
fachada (¿quién lo diría?) y la inscripción que hacia referencia a Cristo,
además de que se cerró la puerta principal. Un grupo de damas de Madrid quiso
comprarle el edificio a los reformados triplicando su precio, pero la respuesta
de Cabrera fue que “todos los ultramontanos del mundo no tendrán bastante
dinero para comprarlo”. El artículo 11º de la Constitución prohibía toda
manifestación pública a otras confesiones distintas de la católica, que era la
del Estado, y la polémica sobrepasó todos los límites: se hizo burla de Juan
Bautista Cabrera y de sus seguidores y se parodió la doctrina protestante,
diciendo Robles Muñoz que “su descortesía [la de los católicos]
avergüenza”.
Como un asunto
desgraciado y triste juzgaron el obispo de Madrid, Ciriaco María Sancha, y el
nuncio la apertura de la “capilla protestante”. Algunos políticos conservadores
y autoridades religiosas presentaron un recurso ante el ministerio de Sagasta
(1892), pero ni el marqués de la Vega de Armijo, ministro de Estado, ni Eugenio
Montero Ríos, acogieron la reclamación. Se denunció entonces la “transición
violenta” desde la tolerancia a la libertad de cultos (esa libertad estaba ya
en la Constitución de 1869), asumiendo estos postulados el episcopado español,
el cual, por sugerencia de José María Cos y Macho[ix],
a la sazón en la sede de Madrid, se dirigió a la reina regente, pues la
apertura de la capilla “violaba la Constitución”, y así pensaba la “Santa Sede”.
Cabrera, por su parte, aconsejado por el arzobispo Plunket, aceptó la
sugerencia de Sagasta de que le visitaran cinco pastores reformados, a los que
se pidió que hiciesen desaparecer las señales externas.
Entre tanto, varios
testigos pudieron ver que las puertas estaban abiertas los domingos por la
mañana y una hora y dos por la tarde, mientras que la reina regente anunció que
intervendría para conseguir la clausura de la capilla: “con cruces o sin
cruces, con letreros o sin letreros, con otros signos exteriores o sin tales…,
ella misma, por sí sola, es una manifestación pública, externa y ostensible, de
un culto disidente”, señaló en las Cortes el diputado carlista Barrio Mier.
Estas fueron las
dificultades para una Iglesia reformada que existía en media Europa; pasadas
las décadas los evangélicos españoles sufrieron persecución durante la
dictadura del general Franco, y tuvo que ser el Concilio Vaticano II el que
abriese la esperanza a la libertad religiosa en el mundo católico…
[i]
Se le considera “padre de la II Reforma en España”. En 1868, dos años después
de la muerte de Matamoros, se estableció un Consistorio Central de la Iglesia
Española Reformada.
[ii] Ver
aquí mismo “Carranza, un reformador condenado”.
[iii] En el
trabajo “La otra Catedral y el otro Obispo de Madrid”, de Cristóbal Robles
Muñoz, se basa el presente resumen.
[iv]
Eclesiástico, fue el primer obispo de la Iglesia Española Reformada desde 1880,
lo que se acordó en Sevilla bajo la presidencia de Henry Chancey Riley, obispo
del Valle de México.
[v] Luis
Pidal y Mon promovió en la década de 1880 la “Unión Católica”, un partido
político de corta andadura.
[vi] Era
Ministro de Estado entonces y ocuparía otros importantes cargos políticos más
tarde.
[vii]
Bernardo Conde y Corral.
[viii]
Defendió en las Cortes de la Restauración los intereses de los industriales
catalanes.
[ix]
Académico, escritor, senador, cardenal y arzobispo de Valladolid.
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