lunes, 16 de septiembre de 2019

La Iglesia Española Reformada

Capilla de Laguarres, Huesca (*)
La Iglesia Reformada española surgió cuando un sector del protestantismo se apartó de lo que hasta un determinado momento del siglo XIX había sido el grupo de Manuel Matamoros[i], uno de los principales divulgadores del protestantismo en España. Un Consistorio Central de la Iglesia Española Reformada se celebró en Gibraltar en 1868, continuando con los intentos reformadores del siglo XVI, en los que se incluyeron a Cisneros y Carranza[ii].

El momento fue propicio, pues se había producido la revolución de 1868, uno de cuyos objetivos fue la libertad religiosa, regresando entonces los reformados españoles exiliados en Gibraltar[iii], entre otros Juan Bautista Cabrera[iv], que se instaló en Sevilla y colaboró con Francisco Palomares, sacerdote protestante y médico, a quien se considera otros de los fundadores de la Iglesia Española Reformada. Parece ser que en una entrevista entre Cabrera y José Alhama con el general Prim en Algeciras, este les dio garantías de que se respetaría la libertad religiosa.

Ya durante el régimen de la Restauración, la consagración de la catedral de la Iglesia Española Reformada, en Madrid, y la de su obispo, coincidió con una ofensiva política contra el gobierno liberal presidido por Sagasta. El episcopado y algunos senadores y diputados católicos denunciaron estos hechos como una violación de la Constitución, mientras que el Partido Liberal defendió su interpretación de la ley.

En 1894 la Iglesia Española Reformada celebró su IV Sínodo, y lord Plunket, arzobispo anglicano de Dublín, consagró la iglesia del Santísimo Redentor, en la calle de la Beneficencia de Madrid, confirmando como obispo a Juan Bautista Cabrera. El marqués de Pidal[v] negó que fuera “española” esta Iglesia, “una mezcla del protestantismo y del rito mozárabe". Por su parte, el agustino obispo de Salamanca, Tomás Cámara y Castro, expuso que “la intransigencia [es] patrimonio y distintivo de la verdad”, revelando con ello la distancia existente (dice Robles Muñoz) entre el mundo católico y la orientación política de la Restauración. Dicho obispo de Salamanca había dicho que "la religión que posea la verdad no puede consentir rivales…". La libertad de cultos era considerada más que un error y una herejía, pues daba su aprobación a todos los errores, canoniza “todos los sacrilegios, pasados, presentes y por venir”.

Cuando se debatió la consagración del obispo Cabrera, Tomás Cámara replicó a Maura que “nosotros partimos de la verdad sólida, que abraza todos los tiempos y todos los lugares. Manuel Silvela, siendo Ministro de Estado en 1877, había dicho que “para levantar obras sólidas y fructuosas hay que establecerlas sobre la base de la conciliación y de la prudencia”. José Luis Albareda, siendo Ministro de Fomento en 1881, señaló que “concebir una especie de defensa armada de la idea religiosa levanta un muro entre los católicos y los liberales”. Y en un debate habido en 1883 Cánovas dijo a Sagasta: “Nosotros hemos creído, por el contrario, que la Monarquía constitucional abrazaba todas las ideas, todos los criterios posibles; nosotros hemos pensado que dentro de la Monarquía constitucional no solamente cabíamos nosotros, sino que cabían también otros partidos y otras fracciones políticas distintas de las nuestras”, en lo que el político mostraba su doctrinarismo, pues todos conocemos las trampas que se hacían en las elecciones para anular la voluntad de muchos electores. Mientras, Canalejas señaló que todos cabían dentro “de los moldes de la legalidad y al amparo de la institución monárquica”.

Cristino Martos[vi], ya en 1869, había confiado en que el Concilio Vaticano I, “promovido tal vez con el propósito de declarar incompatible el catolicismo con la moderna civilización, acabe por hacer declaraciones que hagan por mucho tiempo compatible… a la Iglesia católica con la civilización y el progreso”. Desde 1876, intereses públicos y oposición política –dice Robles Muñoz- entraban en juego apostando o no por la libertad. El obispo de Zamora[vii], por ejemplo, apoyó a Claudio Moyano como un medio para que sus paisanos de Fuentesaúco hicieran callar a los protestantes que hacían propaganda en aquella parte de la diócesis (1878). La tolerancia suponía dejar a la Iglesia sin el código penal, a merced de una “desenfrenada libertad”, tal y como denunciaba León XIII, que ha pasado a la historia como un papa conciliador con las diversas formas de gobierno, pero ya vemos… El liberalismo es “la secta que el infierno ha levantado”, se decía en “La Fe” ya en 1903. Una política que consintiera la libertad religiosa humillaba a la Iglesia y violaba el concordato, a juicio de aquella, o esto era lo que expresó el obispo de Barcelona, Urquinaona[viii], en una carta al nuncio, en 1879. Estar al lado de la libertad era ser aliado de “los incrédulos y la masonería”; los católicos liberales dividían a la Iglesia, de forma que se consideraba que liberalismo y masonería eran, en el fondo, una misma cosa.

El sacerdote Guillermo Juan Cárter, en la Universidad de Chile, en 1878, había dicho que la masonería es la que propala en alta voz que el liberalismo es su gran obra. Pero fue 1894 un año decisivo para la Iglesia Española Reformada: una peregrinación a Roma organizada por católicos sirvió para un discurso del papa animándoles a aceptar las instituciones; el acercamiento a ellas de Arturo Campión (fuerista, integrista y luego nacionalista vasco); el IV Congreso Católico celebrado en Tarragona y el ascenso en el episcopado del cardenal Sancha. Siendo en dicho año Sagasta presidente del Consejo de Ministros, alguien le recordó unas palabras suyas de 1876: “El partido constitucional no aceptará como suyas, sino que se reserva el derecho de modificar todas las leyes en que, debiendo consignarse la libertad religiosa, no se consigna”. Con su Ministro de Estado, Segismundo Moret, afrontaron un problema surgido del reconocimiento legal de los no católicos: habían enviado un memorándum al cardenal Rampolla, Secretario de Estado, solicitando el apoyo de la “Santa Sede” a la reforma, siendo la respuesta positiva.

La Iglesia Española Reformada adquirió en 1889 el solar en la calle Beneficencia donde se construyó una catedral entre los tres años siguientes, recordándose los usos a los que estaba destinado el edificio: una capilla y una escuela. Pero la inauguración tuvo que aplazarse porque las autoridades no permitieron que se hubiese colocado una cruz en la fachada y una inscripción alusiva a “Cristo Redentor” (¡!). Estaba prohibido, además, vocear en sitios públicos o en puntos fijos los títulos de libros, folletos y otros impresos. El alcalde de Madrid, conde de Peñalver, prohibió que se habitara el edificio y el conde de Canga-Argüelles, gobernador civil, recogió la denuncia de que “tenía el aspecto de un templo y que el que no se fije no sabe que no es católico” (1894). La idea de que durante el régimen de la Restauración la Iglesia se reconcilió con el liberalismo es una falsedad; lo que hizo fue aceptarlo a regañadientes para seguir recibiendo las ayudas económicas del Estado.

Tuvo que aplazarse el uso de la iglesia de los reformados y se les obligó a suprimir la cruz de la fachada (¿quién lo diría?) y la inscripción que hacia referencia a Cristo, además de que se cerró la puerta principal. Un grupo de damas de Madrid quiso comprarle el edificio a los reformados triplicando su precio, pero la respuesta de Cabrera fue que “todos los ultramontanos del mundo no tendrán bastante dinero para comprarlo”. El artículo 11º de la Constitución prohibía toda manifestación pública a otras confesiones distintas de la católica, que era la del Estado, y la polémica sobrepasó todos los límites: se hizo burla de Juan Bautista Cabrera y de sus seguidores y se parodió la doctrina protestante, diciendo Robles Muñoz que “su descortesía [la de los católicos] avergüenza”.

Como un asunto desgraciado y triste juzgaron el obispo de Madrid, Ciriaco María Sancha, y el nuncio la apertura de la “capilla protestante”. Algunos políticos conservadores y autoridades religiosas presentaron un recurso ante el ministerio de Sagasta (1892), pero ni el marqués de la Vega de Armijo, ministro de Estado, ni Eugenio Montero Ríos, acogieron la reclamación. Se denunció entonces la “transición violenta” desde la tolerancia a la libertad de cultos (esa libertad estaba ya en la Constitución de 1869), asumiendo estos postulados el episcopado español, el cual, por sugerencia de José María Cos y Macho[ix], a la sazón en la sede de Madrid, se dirigió a la reina regente, pues la apertura de la capilla “violaba la Constitución”, y así pensaba la “Santa Sede”. Cabrera, por su parte, aconsejado por el arzobispo Plunket, aceptó la sugerencia de Sagasta de que le visitaran cinco pastores reformados, a los que se pidió que hiciesen desaparecer las señales externas.

Entre tanto, varios testigos pudieron ver que las puertas estaban abiertas los domingos por la mañana y una hora y dos por la tarde, mientras que la reina regente anunció que intervendría para conseguir la clausura de la capilla: “con cruces o sin cruces, con letreros o sin letreros, con otros signos exteriores o sin tales…, ella misma, por sí sola, es una manifestación pública, externa y ostensible, de un culto disidente”, señaló en las Cortes el diputado carlista Barrio Mier.

Estas fueron las dificultades para una Iglesia reformada que existía en media Europa; pasadas las décadas los evangélicos españoles sufrieron persecución durante la dictadura del general Franco, y tuvo que ser el Concilio Vaticano II el que abriese la esperanza a la libertad religiosa en el mundo católico…



[i] Se le considera “padre de la II Reforma en España”. En 1868, dos años después de la muerte de Matamoros, se estableció un Consistorio Central de la Iglesia Española Reformada.
[ii] Ver aquí mismo “Carranza, un reformador condenado”.
[iii] En el trabajo “La otra Catedral y el otro Obispo de Madrid”, de Cristóbal Robles Muñoz, se basa el presente resumen.
[iv] Eclesiástico, fue el primer obispo de la Iglesia Española Reformada desde 1880, lo que se acordó en Sevilla bajo la presidencia de Henry Chancey Riley, obispo del Valle de México.
[v] Luis Pidal y Mon promovió en la década de 1880 la “Unión Católica”, un partido político de corta andadura.
[vi] Era Ministro de Estado entonces y ocuparía otros importantes cargos políticos más tarde.
[vii] Bernardo Conde y Corral.
[viii] Defendió en las Cortes de la Restauración los intereses de los industriales catalanes.
[ix] Académico, escritor, senador, cardenal y arzobispo de Valladolid.
(*) http://protestantedigital.com/blogs/37777/la_iglesia_evangelica_espanola_reformada_de_jaca

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