Antiguamente se
identificaba ancianidad con enfermedad, y Alfonso López-Pulido[i]
señala que Aristóteles consideraba la enfermedad como una vejez accidental y la
vejez una enfermedad natural. También se ha supuesto que la enfermedad “es una
especie de adherencia material que se sobrepone al cuerpo”.
Entre los antiguos
griegos hay que esperar a la época helenística para que se represente a
ancianos en esculturas, siendo las estatuas anteriores de jóvenes atletas,
hermosas mujeres, etc. Hipócrates[ii],
a quienes los médicos tienen como el fundador de su profesión, desarrolló una
teoría sobre el envejecimiento, defendiendo que era consecuencia de la
evolución natural, de índole física e irreversible. Lo contrario defendían los
que veían que los ancianos tenían ciertas enfermedades que raramente se daban
en quienes no lo eran: luxaciones de la vértebras, asma, ascárides, satiriasis,
pleuresías, diarreas crónicas, etc.
Galeno fue uno de los
que identificó ancianidad y enfermedad en el siglo II d. C., explicando que “el
propio proceso de envejecimiento provoca un deteriro funcional a nivel
fisiológico”. En época cristiana no se tendrá especial atención a los viejos,
viéndose a estos como una consecuencia del pecado; la misma Iglesia prestó poca
atención a los monjes ancianos en un primer momento, pero durante la Edad Media
europea los viejos pasaron a depender de la voluntad de su familia o engrosaron
el grupo de los indigentes[iii];
también se ve a partir del siglo VI que una minoría de ancianos ricos
ingresaron en los monasterios para vivir tranquilamente y garantizar su
salvación eterna. En siglos posteriores los monasterios contaron con
alojamientos para ancianos, y la vejez se identificó con el cese de la
actividad y la ruptura con el mundo.
Los pobres no tenían
posibilidad de retiro voluntario y trabajaban hasta que sus fuerzas se lo
permitían, si bien han existido enfermerías en los monasterios medievales,
hospitales (generalmente asociados a San Juan de Dios), y los señores solían
mantener a sus viejos trabajadores agrícolas, lo cual se comprende porque no se
alcanzaban edades muy avanzadas.
Según Mari Paz Ortega y
sus colaboradoras, a partir del siglo XI la situación empieza a cambiar, en
parte debido a las mejoras económicas, y el desarrollo urbano ofreció nuevas
posibilidades por medio de sus actividades específicas. Téngase en cuenta que
cuando se extendía una enfermedad infecciosa, las puertas de las ciudades se
cerraban y sus vecinos quedaban más protegidos que los del campo. Aquellos que
se dedicaron al comercio y que pudieron acumular alguna riqueza, ven su vejez
con más comodidad que los campesinos dependientes o los que tenían una economía
de subsistencia.
La proporción de
personas ancianas aumentó bruscamente a partir de mediados del siglo XIV, lo
que trajo un cambio en la mentalidad y en la estructura de la sociedad. La
desintegración parcial de la familia producida por los estragos de la peste,
provocó un reagrupamiento de los supervivientes en familias amplias, incluso en
comunidades, que permitían la supervivencia de otra forma imposible o más difícil[iv].
Entonces hay un cambio en la visión de la vejez: los ancianos pasan a ser
vínculo entre generaciones, escriben crónicas si saben hacerlo o transmitiendo
el saber oralmente.
La Iglesia otorgó
entonces autoridad moral a los viejos en materia religiosa, y aumentan los
matrimonios en segundas nupcias, generalmente de hombres ancianos con mujeres
jóvenes. La mortalidad femenina era altísima, sobre todo a causa de la
maternidad, y los viejos con posibilidades económicas encontraron una salida a
su situación que también beneficiaba las mujeres candidatas al casamiento (eran
tiempos de pocas contemplaciones; lo que interesaba era garantizar el alimento
y la seguridad).
En otras ocasiones
fueron instituciones religiosas las que atendieron a los ancianos, sobre todo
mujeres que, viejas, solas y pobres, representaban el estrato más bajo de la
sociedad. Las cosas siguieron cambiando en la Edad Moderna (hablamos de Europa),
pues el Renacimiento exaltó los valores de la juventud, que se intenta
prolongar a través de la medicina, la magia, la alquimia, la religión y la
filosofía.
Se vuelve a tener una opinión negativa de la vejez, por lo menos en las obras escritas: Erasmo, inspirado en autores griegos y romanos, hizo una despiadada cita de la vejez en su obra “Elogio de la locura”, por más que se trata de un libro extraordinario en calidad, enalteciendo la ignorancia portadora de felicidad frente a los que saben, burlándose de filósofos, teólogos, gramáticos, alto clero, etc. Poco a poco se va haciendo más común la atención a la propia familia (sobre todo entre las clases pudientes), mientras que otros siguieron el camino del retiro monástico.
[i] “La vejez como enfermedad: un tópico acuñado en la Antigüedad clásica”.
[ii] Siglos V-IV a. C.
[iii] Mari Paz Martínez Ortega, María Luz Polo Luque y Beatriz Carrasco Fernández, “Visión histórica del concepto de vejez desde la Edad Media”.
[iv] Ver nota iii.
Ilustración en La Vanguardia: "Anciano" de Ulpiano Checa.
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