Escalera del palacio Barberini, obra de Borromini |
Además del elevado número de cadáveres
arrojados al río Tíber desde la antigüedad, costumbre que quizá solo ha cesado
en los últimos siglos, Roma es, por su historia, la ciudad de la exageración
desde, por lo menos, el Renacimiento, desde que cada papa o familia de la
nobleza quiso dejar su impronta para disfrutar de la ciudad o para ser
recordados. Roma es la ciudad donde tuvo su origen el barroco, de la mano de
los papas y de los jesuitas más tarde, pero también de los artistas,
arquitectos y escultores sobre todo, que se han esforzado por mostrar la
grandeza, la desproporción, la escenografía y la riqueza.
Ya en el siglo I los emperadores hicieron
levantar el más ampuloso y monumental anfiteatro con tres niveles de arcadas de
medio punto, donde se superpusieron los órdenes clásicos, el grosor de los
muros, la imponencia de su arquitectura. También nos asombra el Panteón como
templo para todos los dioses, hoy iglesia, que contiene las tumbas, entre
otros, de dos reyes italianos y de Rafael Sanzio (ossa et cineres). Su gran óculo y el pórtico columnario, el frontón
del que han desaparecido las figuras iniciales, su interior podría estremecer
al visitante si pudiese hacerlo en soledad, no en medio del gentío que se
agolpa día a día en la actualidad.
Andando el tiempo se levantó, sin miramiento
alguno, pretendiendo solo la magnificencia, la basílica de Santa María Maiore,
construida sobre un antiguo templo pagano. Obra de la
Edad Media, la fábrica actual es del siglo
XVII, pero conservando elementos y materiales anteriores, mármoles, mosaicos,
artesonado en su nave central, columnas gigantescas que la separan de las
laterales, fachada barroca al exterior, grandes cúpulas sobre los brazos del
crucero, ábside monumental… Su interior nos recuerda a la basílica de San
Lorenzo, también en Roma, y a la florentina de Bruneleschi, aunque en este caso
las columnas de las naves sostienen arcos de medio punto, más clasicista que la
romana.
El palacio Barberini alberga hoy un museo de
pintura y escultura, desde la Edad Media
hasta el barroco en el primer caso. Obra del siglo XVII para la familia
Barberini, uno de cuyos miembros, Maffeo, llegó a ser el papa Urbano VIII. El
edificio, monumental, tiene planta cuadrada, pero con forma de U en una de sus
fachadas, de tres niveles, con arcadas en el inferior y elementos clásicos en
los dos superiores, vanos y frontones. Su interior es ampuloso, con el capricho
solemne de una monumental escalera de caracol obra de Borromini. En una de sus
estancias se representa, en un monumental fresco, el “Triunfo de la Divina Providencia”,
obra de Pietro da Cortona, pero también el cuadro“La conducción de los santos Pedro y
Pablo al martirio”, obra de Giovanni Serodine, donde la agitación de los
personajes contrasta con la serenidad de los santos… Otra de las pinturas es
“La expulsión de los mercaderes del templo”, obra de Valentín de Boulogne. Aquí
todo es agitación barroca, colorido y ropajes plegados. También están allí las
muy conocidas obras de Quentin de Metsys (“Erasmo”), obra de 1529, y de Hans Holbein
(“Enrique VIII”), de 1543.
Todo ello contrasta con una escultura marmórea,
copia de otra romana del siglo I: un joven desnudo y en movimiento levanta uno
de sus brazos mientras vuelve la cabeza hacia atrás. También es excepción un
retrato apenas terminado, con tenues colores, una pequeña obra de Rafael.
El urbanismo de la ciudad antigua romana está
completado por la iniciativa de papas y señores, que han querido dejar su
recuerdo gastando los recursos que no les pertenecían: es el caso de la Fontana di Trevi, mandada
esculpir con todo esplendor y exageración por el papa Urbano VIII: escorzos,
músculos, movimiento, monumentalidad; se trata de la más espectacular fuente
romana.
Anterior es la plaza del Campidoglio, en lo
alto, muy cerca del monumental edificio y escultura en honor del rey Víctor
Manuel II, obra de finales del siglo XIX pero terminada durante la dictadura de
Mussolini. La plaza es obra de Miguel Ángel, flanqueada por dos monumentales
esculturas con caballos, desproporcionadas entre sí y con respecto a la plaza,
quizá encargada por Alejandro Farnesio en la antigua colina Capitolina, de
grandes resonancias sagradas en la
Roma antigua. El que sería papa con el nombre de Paulo III
perteneció a una familia noble con posesiones en el norte del Lacio, en torno
al lago Bolsena, llevando a cabo un nepotismo que escandalizó a muchos,
colocando en puestos bien remunerados incluso a nietos suyos.
Miguel Ángel no vio terminada su obra: la plaza
oval, al fondo el palacio Senatorio (hoy sede del Ayuntamiento de Roma) y a
cada uno de los lados, el palacio Nuevo, así llamado porque sustituyó a otro
que estaba arruinado, y el palacio de los Conservadores, hoy ambos edificios
sede de los museos Capitolinos. Aquí no podemos
hablar de exageración, sino de clasicismo, de proporción y belleza.
Al otro lado el foro de Trajano con la columna que relata, en relieves singularísimos, las guerras contra los dacios. En el foro también columnas gigantescas, yacimiento arqueológico que seguramente dará nuevos datos a los más interesados.
Al otro lado el foro de Trajano con la columna que relata, en relieves singularísimos, las guerras contra los dacios. En el foro también columnas gigantescas, yacimiento arqueológico que seguramente dará nuevos datos a los más interesados.
¿Qué decir de la plaza y basílica de San Pedro?
Caminando por entre las columnas de orden gigante berninianas, se tiene la
impresión de insignificancia en comparación con esos fustes y basas que se
suceden regularmente, pero lo cierto es que la monumentalidad de la basílica
(particularmente de su fachada) obligó a Bernini a concebir aquellas columnas
gigantescas si no quería que quedasen ridículas y empequeñecidas por la
concepción de Maderno. En el interior de la basílica ¿cuántos relieves y
eculsturas? ¿cuántos ángeles suspendidos? ¿cuánta exageración y pompa? ¿cuánta
riqueza que escandalizó y escandaliza, que embelesa y admira a tantos?
La plaza de España, con su escalinata anexa y
la iglesia de la Trinitá
dei Monti, en lo alto, presidiendo desde la colina el conjunto. No lejos se
encuentra la villa Borghese, gran espacio con campos y arboledas diversas,
fuentes y estanques. El edifico de la Galería Borghese conserva obras
de los más afamados pintores del renacimiento italiano, pero también del
escultor Canova. Edificio pequeño, combina la sencillez con la decoración
barroca. La villa ajardinada fue idea del cardenal Scipione Borghese, que no
podía admitir quedarse atrás en el afán de inmortalizarse con una obra en la
ciudad. Allí la pajarera, edificio rematado por grandes jaulas de formas
artísticas, más propio aquel de una mansión señorial; los jardines “secretos”;
hay un hipódromo, plazas, caminos que serpean, un zoológico…
En la calle del mimo nombre se encuentran San
Andrés del Quirinal, sede jesuítica, y San Carlos de las Cuatro Fuentes, estas
en cada una de las esquinas de las calles que se cruzan. La primera, obra de
Bernini, la segunda de Borromini: en esta última, sobre todo, las curvas, las
formas quebradas, los elementos inverosímiles, la planta singularísima, las
estatuas y columnas…
¿Cuántas cúpulas, pilastras, linternas,
escalinatas, palacios, frontones, patios y fuentes, esculturas en las que se
retuercen en escorzos y contrapostos personajes fornidos, musculosos, en
actitudes inútiles, movidos hasta el infinito, hay en Roma? ¿Cuántas iglesias y
oratorios hay en Roma? Hubo épocas en la historia de la ciudad en las que los
más poderosos debieron de enloquecer y quisieron dejar su nombre plasmado en la
urbe, y contaron con los artistas que atesoraban el genio y la osadía.
Hasta el palacio de Justicia, obra de finales
del siglo XIX y principios del XX, quiere acompañar a las demás exageraciones
romanas: fachada movida con varias alturas, columnas, guirnaldas, vanos y la
gran plaza en frente… Parece como si los grandes edificios del Imperio, del
manierismo y del barroco, hubiesen condicionado todas las obras posteriores. El
monumento al soldado anónimo y al rey Víctor Manuel II, en realidad, obedece a
un plan ascendente hasta el gran edificio columnario, levantado sobre el barrio
medieval que ya no podremos ver, bajo sus cimientos.
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