Monasterio de l'Aiguille, en el sudeste de Francia (http://www.monestirs.cat/monst/annex/fran/lleng/croman.htm) |
La Galia meridional puede ser un ejemplo del decaimiento económico, las relaciones de producción y el estado de guerra al final de la Antigüedad y en la alta Edad Media. Cuando a principios del siglo V una serie de tribus se dieron al saqueo en territorio romano, la región citada no fue una excepción, convirtiéndose incluso en un hábito. La principal misión del rey o del jefe militar –dice Pablo Sarachu[1]- era la obtención del botín, el cual debía compartirse entre los “fideles”. Las relaciones de don y contra don dominaban el sistema político, obligando a los soberanos a reanudar constantemente la maquinaria bélica.
El botín no se empleaba para invertirlo
productivamente, sino para poder obsequiar buscando establecer obligaciones por
parte de los agraciados, y ese botín no solo se practicó fuera del territorio,
sino dentro del propio. Las guerras eran de corta duración, como la empresa,
por ejemplo, de Clodoveo, que se formó a partir de muchas pequeñas batallas. Por
otra parte había bandas armadas que se integraban en los ejércitos “regulares”
para dedicarse al pillaje. Los ejércitos seguramente eran pequeños y las
poblaciones que no lograban huir a un lugar seguro tenían que enfrentarse a la
pérdida de su ganado y a la devastación de sus cultivos. El “Liber Constitutionem”[2]
está plagado de referencias a delitos menores, y Cesáreo de Arlés (ss. V y VI)
pronunció sermones donde hacía referencia a robos y conflictos cotidianos.
En el año 500, por ejemplo, la ciudad de Vienne
(a orillas del Ródano y al sur de Lyon) sufrió un sitio que finalizó con una
matanza masiva de su población y se da la paradoja –según Halsall- de que
estando los ataques a las ciudades a la orden del día, sus murallas estuviesen
casi siempre destruidas. Esto se debe a la imposibilidad de las autoridades
para contratar mano de obra con el fin de restaurar las defensas. Cuando la
guerra coincidía con una catástrofe natural, incluso el mero paso de un
ejército por una comarca podía producir males mayores, como ocurrió durante el
viaje de Rigunta[3] desde París a Toledo. En
otro orden de cosas el mantenimiento de la disciplina en el ejército, al estar
formado heterogéneamente, era cosa difícil.
Los ejércitos estaban formados por guerreros de
los “reguli” francos, séquitos privados de la aristocracia, descendientes de
los “milites” romanos y aliados bárbaros. Dada la progresiva militarización de
las aristocracias, sus fuerzas se acrecentaron durante el siglo VI,
contribuyendo a ello la crisis del sistema fiscal, pues a las autoridades cada
vez les fue más difícil cobrar impuestos, y los séquitos privados crecieron en
beneficio de los campesinos capaces de armarse. Uno de los objetivos
específicos de las campañas militares fue la toma de prisioneros para ser
vendidos como esclavos o negociados como rehenes, de lo que nos habla, entre
otras fuentes, Gregorio de Tours (s. VI). Por su parte, el concilio de Orleáns,
en el año 549, denunció que libertos de la Iglesia estaban siendo reducidos a la
servidumbre.
Las huidas estaban a la orden del día, particularmente
de esclavos burgundios hacia territorios controlados por los francos, y la
rebeldía de la mano de obra esclava también se expresaba mediante la violencia.
Se produjo en los siglos estudiados una radical
transformación del hábitat rural, consistente en la desaparición de las
“villae” y el surgimiento de núcleos campesinos independientes sometidos a
lazos de subordinación débiles. La desaparición de las “villae” en el área
estudiada, se acelera a partir del 500, aunque algunos autores sostienen que permanecen
grandes propiedades rurales, lo que se ha podido comprobar en Provenza. Cesáreo
de Arlés, obispo en las primeras décadas del s. VI, condenó ciertas maniobras
mediante los cuales los ricos se apoderaban de las tierras de sus vecinos más
pobres. Da comienzo la ocupación de grutas y sitios en altura, a veces sobre antiguos
“oppida” prerromanos en los que se construyen murallas. A veces esto fue debido
a calamidades bélicas, pero hay ocupaciones que se remontan al siglo V y tienen
continuidad hasta el VII; otros lugares presentan construcciones eclesiásticas,
que han sido vinculadas a la organización de la Iglesia cristiana, lo que
llevó al traslado de la prefectura de las Galias a Arlés. Todos estos casos,
sin embargo, eran lugares fortificados ocupados por campesinos.
En cuanto a las grutas se las ha supuesto
refugios, santuarios y talleres artesanales, abrigo para poblaciones pastoriles
y habitación de eremitas. La población se redujo en número al empobrecerse de
forma generalizada, se simplificaron las estructuras económicas (aunque hay
divergencias microrregionales) y continuaron, en algunas zonas, la extracción
de metales y la artesanía. La depresión agrícola degradó la salubridad y
surgieron epidemias con frecuencia.
En la
Galia las superficies cultivables se contraen y los suelos
marginales se transforman en bosques o baldíos, pero aún se notan diferencias
sociales en la riqueza del ornamento, que es un signo de distinción. La
retracción de la economía influyó negativamente en los circuitos comerciales,
que dependían de la capacidad de las aristocracias para extraer el excedente de
los campesinos, pero la circulación comercial siguió siendo intensa avanzado el
siglo VI. Se contrajo el comercio de bienes de lujo y el de productos básicos,
quedando Marsella como único puerto marítimo de la región.
Existe no obstante una controversia sobre si
los intercambios mediterráneos no se vieron afectados hasta las conquistas
árabes (Pirenne) y quienes, como McCormick dicen que esto ya se dio entre los
siglos V y VII. En todo caso la economía doméstica no se supeditaba ya a
vínculos estables de producción, se redujeron los impuestos pero las exigencias
en especie por los grandes propietarios del “midi” continuaron, aunque aquellas
fueron menores que las que los campesinos debían satisfacer al Estado con
anterioridad. La imposibilidad de mantener una mano de obra estable llevó al
trabajo a muchos eclesiásticos, como por ejemplo Lupicio y Romano, que tuvieron
que dedicarse a las labores agrícolas en los inicios del monasterio de Condat
(sur de Fancia). En el concilio de Epaone (517, sureste de Francia) se prohibió
a los abades liberar esclavos donados a los monjes porque se estimó injusto que unos trabajaran en el campo mientras otros gozaban del ocio: es uno de
los ejemplos más claros en los que las condiciones materiales determinan la
conciencia…
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