Que un rey acceda al trono mediante la violencia o la deposición de su predecesor es algo común a lo largo de la historia. En la España goda, Sisenando destronó a Suintila, que a su vez sería destronado para dar ocasión al reinado de Chintila; el rey Wamba tuvo que retirarse a un monasterio en Pampliega (actual provincia de Burgos) ante las rebeliones que no pudo sofocar.
Otro tanto ocurrió en
los pequeños reinos taifas de al-Andalus, donde solo unas pocas dinastías
consiguieron tener continuidad a lo largo del siglo XI y posteriores. En la
Castilla del siglo XIV el pretendiente Enrique quitó de en medio a su hermano
Pedro I sin reparar para ello en una guerra civil. El conde de Barcelona,
Guillermo de Septimania, usurpó los condados de su padre en Gotia y Septimania
(s. IX).
En relación al Imperio
romano, Vitelio se hizo emperador usurpando el poder a Otón; Macrino usurpó el
trono a Caracalla, y a partir de Heliogábalo (s. III) se suceden los asesinatos
de emperadores romanos para ser sustituidos por otros que, a su vez, fueron
también asesinados, gobernando muchos de ellos pocos años o meses.
El emperador aqueménida
Darío fue también un usurpador del trono persa, y para ello se valió de la acusación
de que Gaumata era también usurpador del trono. Pero Darío I tuvo un largo y
fructífero reinado (522-485). Todo arranca de una pretendida legitimidad por
ser descendiente de un personaje de cuya historicidad no se asegura nada (Aquemenes).
Una vez asentado en el poder, Darío mandó inscribir en las rocas de Behistún,
al noroeste de Irán, un texto donde se tituló rey de reyes y Gran Rey, y a
continuación cita a todos aquellos de los que se considera descendiente. “Desde
hace mucho tiempo hemos sido nobles” –dice- y desde hacía mucho tiempo su
pretendida dinastía había ejercido la realeza. Él se considera el noveno rey de
la dinastía aqueménida, y habla inspirado por el dios Ahura Mazda, gobernando sobre
Persia, Elam, Babilonia, Asiria, Arabia, Egipto, Sardes, Jonia, Media, Urartu,
Armenia, Capadocia, Escitia, Sattagidia, Aracosia y Maka.
Por voluntad de Ahura
Mazda –dejó escrito en la roca- los habitantes de todos esos territorios “me
entregan un tributo”. Sigue la inscripción hablando de la usurpación de
Gaumata, a quien Darío quitó de en medio, pues le acusó de haberle arrebatado
el trono a Cambises[i].
Ralata cómo Gaumata hizo suyas Persia, Media, Babilonia y otras regiones, y no
habiendo nadie que le pudiese hacer frente, pues “el pueblo le temía
enormemente”, hasta que “llegué yo [que] rogué a Ahura Mazda”, que le
proporcionó ayuda. “Yo maté a ese Gaumata el Mago”, arrebatándole la realeza,
restauró la realeza –dice- que Gaumata había arrebatado a su familia; y luego
sigue diciendo: “Devolví al pueblo los bienes, los rebaños, los sirvientes y
las haciendas que Gaumata el Mago les había arrebatado”.
Por último relata las
gestas que se atribuye: “Tú que en el futuro leas esta inscripción, deja que lo
que afirmo te convenza. No lo consideres una mentira… por voluntad de Ahura
Mazda, muchos más hechos llevé a cabo que no han sido recogidos en esta
inscripción. No figuran por esta razón, no sea que a quienes en el futuro lean la
inscripción de mis hechos estos les parezcan excesivos, no les convenzan y los
juzguen falsos”.
Y en una inscripción de
Naqsh-i-Rustam, muchos siglos más tarde, Shapur I, rey persa sasánida, dejó
escrito: “Yo… rey de los reyes de Irán y de las tierras no iranias, cuyo linaje
procede de dioses… adorador de la divinidad de Ahura Mazda… soy gobernante de
Eranshar, y domino las tierras de Persia, Partia, Kuzistán, Mesene, Asiria,
Adiabene, Arabia, Azerbayán, Armenia, Georgia, Segán, Albania, Balasakán hasta
las montañas del Cáucaso…”, y sigue diciendo que a todos los habitantes de
estos territorios los ha convertido en tributarios. Luego alude al emperador
romano, con el que mantenía conflictos fronterizos, diciendo que el César
Gordiano levantó en todo el Imperio romano una fuerza desde los reinos godos y
gernamos (Hispania y el Rin) y marchó sobre Babilonia contra el Imperio de
Irán. Es sabido que en la batalla subsiguiente el César Gordiano fue muerto…
Habían pasado
ochocientos años entre Darío I y Shapor I, pero los pueblos iranios seguían con
la misma propaganda, con la misma pretendida legitimidad, igual que los
emperadores romanos en su lucha por mantener bajo su dominio Mesopotamia,
muchas veces límite del Imperio romano y los imperios iranios. Daba igual que
el acceso al trono del antiguo Darío I hubiese sido ilegítimo: ¿qué más daba si
se había impuesto y construido un Estado que duraría hasta el siglo IV antes de
Cristo? Los partos luego y los sasánindas después, herederos de aquella
legitimidad impostada, se sintieron herederos de ella, y gobernaron hasta que
el expansionsimo árabo-islámico, en el siglo VII, cambió el signo de los
tiempos.
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