A 27º Sur y a una
altura sobre el nivel del mar que no llega a 400 metros se encuentra la ciudad
chilena de Copiapó, fundada por los españoles a mediados del siglo XVIII, pero
siglos atrás el lugar fue centro de una población indígena que ofreció fuerte
resistencia a las pretensiones incaicas de incorporar el territorio a su
imperio. En el interior, y en plena cordillera andina, se encuentra el volcán[i]
del mismo nombre, cuya cumbre supera los 6.000 metros de altitud sobre el nivel
del mar.
Los habitantes de
Copiapó desarrollaron una cultura caracterizada por la fabricación de cerámica
de cuencos rojizos decorados con espirales, líneas paralelas y en ocasiones
máscaras; también recipientes panzudos con dos asas, cuello y boca estrechos con el fin de que el líquido contenido se mantuviese fresco, sobre todo agua. También
fabricaron ponchos y fajas en miniatura, quizá como adornos, así como figuras a
partir de conchas de espóridos, collares de malaquita y otros materiales.
También se han conocido cementerios indígenas donde se da la particularidad de
que se enterraba a los seres humanos y a los animales, sobre todo camélidos, de
tal utilidad y significado religioso que los ajuares aparecen en los de estos
últimos.
Conocieron la
metalurgia del cobre, oro y plata, que es lo que a los incas interesaba, más
allá de extender sus dominios hacia el sur. En un ajuar mortuorio se ha
encontrado la figura de una mujer de plata maciza, con la cabeza
desproporcionada y los cabellos peinados, los brazos pegados al cuerpo formando
un conjunto estilizado. Los minerales se fundían en el lugar conocido como Viña
del Cerro, del que hoy se ha hecho una recreación a partir de los datos
aportados por la arqueología, habiendo varias minas en el valle de Copiapó y
alrededores. También se han conservado hornos de planta circular (guairas) que
se situaban a cierta altura para que el flujo de aire favoreciese la fundición
(la del cobre necesita alcanzar 1.100 grados). Se han encontrado cuchillos
formados por una especie de pala, cuya arista exterior es cortante, y un mango;
cinceles, pinzas de cobre a base de dos planchas redondeadas unidas por un
mango, y placas de cobre que se han interpretado como protectoras de los
guerreros. A los cuchillos se les ha atribuido una función ceremonial, además
de práctica, y en relación con las fundiciones se ha estudiado una especie de
mastaba (sin finalidad funeraria) pero con muros verticales, desde donde se
dirigía la fundición. También se ha querido ver en ella un sitio ceremonial en
relación al calendario estacional[ii].
De época muy anterior
es la cultura de Pica, posible por la existencia de un oasis, con
construcciones en ladera, casas de planta circular y depósitos para almacenar
productos agrícolas cultivados en terrazas regadas por canales. Los espacios
públicos en cada aldea y mausoleos de adobe han sido interpretados como culto a
los antepasados. Tratándose de una cultura que se remonta a varios siglos antes
de Cristo, preexistía en los inmediatos al expansionismo incaico.
Los cacicazgos se
habían ido conformando siguiendo el curso de los valles, y cuando los ejércitos
incaicos llegaron al de Copiapó no pudieron someter a esos pueblos[iii],
por lo que lo intentaron con otros que sí quedaron sometidos. A partir de este
momento (siglo XV) los incas extendieron sus caminos desde el actual Perú y el
norte de Argentina hasta el norte de Chile, generalmente rectilíneos, siguiendo
las zonas bajas pero también las serranas, limitados por el amontonamiento de
piedras con el fin de asegurar su reconocimiento, pero en ocasiones formando
zig-zags para facilitar el tránsito por grandes pendientes[iv].
Por allí discurrieron las caravanas de llamas y alpacas con mercancías,
productos agrícolas y metales, así como los chasquis o correos para transmitir
las noticias[v].
Está muy estudiado por los especialistas[vi]
el recorrido del “camino del inca”: de norte a sur la Quebrada de Carrizo,
Pampa del Carrizo, Quebrada de Ochenta, Cachiyuyo, Quebrada de doña Inés Chica
(al oeste se deja El Salvador), Cerro Indio Muerto, Llano San Juan, Río de la
Sal, Pampa del Inca (dejando al oeste la Sierra Caballo Muerto), Quebrada
Chanaral Alto, Inca de Oro, Tres Puntas, Quebrada Salitrosa, Medanoso (dejando
al Este Llano de Campos), Llano de Chulo, Llano de Brea y Copiapó (más de 170
km.). La abundancia de topónimos con el término “quebrada” indica las
dificultades de seguir el camino por zonas angostas entre montañas, siendo la
principal fuente escrita la obra de Gerónimo de Bibar (1558)[vii].
No es extraño encontrar
figuras de felinos, pues se trata de animales totémicos en los Andes, y los
estudios arqueológicos han descubierto el “Palacete incaico de la Puerta”, una
estructura cuadrada con un patio en el centro y habitáculos regulares
alrededor. Las piedras utilizadas no están trabajadas en muchos casos, sino
acomodadas en sus formas para dar consistencia al conjunto. También se han
documentado “albergues” o tambos (palabra derivada del quechua) para descanso
de los viajeros, que seguramente utilizaron Almagro y su hueste en la expedición
que hicieron a estas tierras. De hecho, cuentas de vidrio españolas aparecen en
los yacimientos próximos al camino inca.
El camino inca se
empedraba en ocasiones, sobre todo en las proximidades de las aldeas, y para
hacer las tierras del norte de Chile más fértiles, los incas construyeron
canales por donde discurría el agua para dar ocasión a una floreciente
agricultura de papas, yuca, maíz, coca, zapayos, porotos y algarrobas, entre
otros productos[viii].
Particularmente la coca era muy demandada, seguramente para combatir el mal de
altura, donde se daba la crianza de llamas y alpacas. La fuerte insolación del
clima semitropical permitió muy buenos vinos a partir de la conquista y
colonización española. El quipucamayoc
era el responsable del quipu, artilugio a base de cuerdas y nudos que permitía
llevar la contabilidad de las ventas, producciones, etc. cuya interpretación es
motivo de controversia.
Los incas influyeron en
las creencias religiosas de los pueblos indígenas del norte de Chile, y una reminiscencia
actual es la fiesta de la Cruz del Calvario[ix],
que muestra un evidente sincretismo entre religión indígena y cristianismo. Se
adorna con flores una suerte de altar, se hacen abluciones y se quema un
producto como ocurre con el incienso en otros lugares. Esta fiesta se celebra
en diferentes cumbres, no muy elevadas, pero sí lo suficiente para que la
ceremonia adquiera el significado deseado, y ello es coincidente con el culto
al cerro de los incas. El paisaje es pelado y ceniciento delatando la
existencia del cercano desierto, pero a lo largo del camino del inca hay oasis,
generalmente pequeños, siendo el de Copiapó el que explica fuese el centro de
la primitiva cultura de la que hemos hablado.
El río Tarapacá y la
quebrada del mismo nombre (hoy San Lorenzo de Tarapacá[x])
son el centro de una serie de geoglifos con representaciones diversas: figuras
humanas muy geometrizadas, círculos con estrellas inscritas, curvilíneas que
recuerdan las de Nazca, camélidos asiluetados, etc. Cerca del poblado de
Pachica hay algunos de estos geoflifos, y también de esta zona es una cerámica
muy antigua y reconocible: cuencos y tinajas, algunos recipientes con asa y
decoraciones muy variadas, geométricas en algunos casos.
Por estas tierras altas, valles y quebradas, atravesó el español Diego de Almagro acompañado de más de diez mil soldados (entre españoles, indios, negros…) desde el noroeste de la actual Argentina (Shincal) hasta el norte de Chile (Copiapó); en algunos momentos por alturas superiores a 4.000 m. sobre el nivel del mar, con viento frío, nieve y carencia de casi todo; los indios no llevaban ropa de abrigo, sus pies descalzos (el contacto con pueblos indígenas aliviaba a estos expedicionarios). Era el año 1535 y tras dificultades inmensas, dudas y pérdidas en la hueste, Almagro optó por regresar sin haber conseguido su objetivo de un “nuero Perú”. A la vuelta, según algunas fuentes, encontraron a soldados de pie, apoyados en las rocas, helados y ya muertos, junto a sus caballos también inmóviles y rodeados por el hielo…
[i] Para los incas los volcanes eran lugares sagrados donde viven los dioses, y quizá tuviese un significado parecido para los indígenas del norte de Chile.
[ii][ii] Son de gran interés las aportaciones de Lautaro Núñez, Agustín Llagostera, Luis Biones, María Antonieta Costa y Eduardo Muñoz, entre otros.
[iii] En Punta Brava se produjo un enfrentamiento entre incas y copiapós que fue favorable a estos. Hoy es un yacimiento arqueológico en la región de Atacama, a 60 km. al Este de la ciudad de Copiapó.
[iv] Los autores citados advierten de que no es seguro que todos sean de época incaica.
[v] Ver aquí mismo “Chasquis o correos del Imperio”.
[vi] Octavio Meneses, Rodrigo Zalaquett, Paola González y Carlos González, entre otros.
[vii] “Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile hecha por…”. El autor era natural de Burgos según él mismo dice en su obra.
[viii] Se han documentado cerca de Arica, en el extremo norte del actual Chile y en la costa. El zapayo es una fruta carnosa y el poroto es una legumbre. En su valle se cultiva el maíz y se fabricaban tejidos de lana muy vistosos e hilados.
[ix] En la localidad de Socoroma (extremo norte de Chile) se sigue practicando esta fiesta religiosa.
[x] Con este nombre fue fundada esta población por los españoles en el s. XVIII después de haber sufrido una epidemia.
Fotografía de PortalFrutícola.com
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