Cuando los españoles, como fue su costumbre durante algún tiempo, se estaban enfrentando entre sí en la que se ha llamado tercera guerra carlista (1872-1876) parece que existió la posibilidad cierta de que un ejército francés ayudase a los liberales de Cánovas a derrotar a los carlistas una vez que se había restaurado en el trono español a un nuevo rey de la dinastía borbónica, Alfonso XII.
Javier Rubio ha demostrado que la propuesta partió de Portugal, a cuyo gobierno no interesaba que fracasase el nuevo régimen monárquico establecido en España en 1875: si volvía la república a España era un factor de ayuda para los republicanos portugueses. Así se lo propuso el portugués Corvo al representante del zar en Portugal, Glinka, pero para eso había que contar con la anuencia de Alemania, que desde su victoria sobre la Francia de Napoleón III, se había convertido en el árbitro de Europa. El zar Alejandro II se lo propuso al káiser Guillermo I, que ante la ascendencia que Francia podría adquirir sobre España si tal ayuda se producía, dijo rotundamente que no. De esa forma se evitó que soldados franceses pasasen los Pirineos, una vez más, en este caso para combatir a los carlistas en el norte de España.
Cánovas del Castillo, que por mucho que se le quiera ensalzar bastante tenía con dicha guerra, la de Cuba empezada en 1868, soportar la competencia de Martínez Campos, en realidad verdadero padre de la restauración borbónica, contener los problemas sociales (ya que no solucionarlos) del país y salvar los múltiples intentos y malestares del ejército, habituado a intervenir en las decisiones políticas, bastante tenía, decimos, como para ver las cosas claras en relación al asunto aquí tratado. Primero parece ser que lo descartó; luego lo aceptó pero solo tras el intento de ofrecer una amnistía a los jefes militares carlistas si decidían terminar el conflicto; más tarde -aunque por poco tiempo- aceptó la intervención francesa si esta, en un primer momento, se limitaba a combatir el contrabando de armas por los Pirineos y luego ya se vería... Pero como el gobierno alemán dijo no, nada de nada.
En estas estaba el prócer conservador cuando vino la victoria liberal sobre los carlistas en Cantavieja, pueblo elevado sobre una roca escarpada al este de la provincia de Teruel, en el alto Maestrazgo y a más de mil metros sobre el nivel del mar. Su paisaje delata el clima mediterráneo continentalizado: en sus inmediaciones tuvieron lugar hechos de armas ya en la guerra carlista de 1833. Desde 1872 fue el centro desde el que actuó el ejército del general Marco de Bello; contra él se estrelló el liberal Despujols, pero en el verano de 1876 vino la victoria de los liberales y esto fue interpretado, en el campo militar, como un avance importantísimo para el asentamiento del régimen de Alfonso XII. Ya no sería necesario -consideró Cánovas- que Francia interviniese, una vez más, en España.
La política exterior de Cánovas fue muy parca, aunque el historiador Javier Rubio ha explicado los intentos de cambiarla con la propuesta de alianza militar hispano-alemana de 1877, a lo que Bismarck dijo que no y Segismundo Moret, más tarde, consideró que España no tenía política internacional. Moret intentó una alianza de España con las monarquías continentales europeas (Alemania, Austria-Hungría e Italia) porque consideraba "inmoral" todo acuerdo con la republicana Francia. También Cánovas había considerado inmoral todo acuerdo con Bismarck y ya vimos...
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