Ordax Avecilla |
Al estudiar el fraccionamiento político de los liberales en el siglo XIX, Miguel Beltrán Villalba (1) señala que con Narváez da comienzo el papel político de los generales, si bien ya existían los precedentes de Riego, San Miguel y Espartero, y también que, dentro del moderantismo liberal, Narváez representó el centro, acompañado de los autoritarios por un lado y los "puritanos" por el otro, partidarios estos últimos de mantener la Constitución de 1837, conscientes de que había sido el resultado de una verdadera transacción entre las diversas familias liberales. De hecho Miguel Artola considera que esta Constitución es la base de todo el constitucionalismo español del siglo XIX posterior. Los autoritarios, por su parte, pretendían volver al Estatuto Real de 1834, representados por Manuel de la Pezuela, marqués de Viluma (2), que tuvo veleidades con los carlistas.
Los menos avanzados, como Balmes, querían robustecer el poder de la Corona (que es lo mismo que decir el Gobierno) a expensas de las Cortes e incluso, cuando el siglo mediaba, Bravo Murillo quiso que se aprobase una nueva Constitución (como si la de 1845 fuese vieja) por la que las sesiones de Cortes se celebrarían a puerta cerrada, habría senadores no elegidos ni designados ("por derecho propio"), se reducía el censo electoral... Otros como Alcalá Galiano, después de la radicalidad demostrada en el trienio de 1820, vinieron a defender que "en aquellos en quienes está el verdadero y saludable poder social se dé el político", máxima que Cánovas del Castillo no había superado medio siglo más tarde. Por su parte Donoso Cortés, que pasa por ser el gran ideólogo del liberalismo español de la primera mitad del siglo XIX, "rechazaba los progresos materiales [para los demás, pues él ya los disfrutaba] la modernidad y el desarrollo que pudiesen cuestionar la primacía de los intereses morales [una moralidad entendida a su manera] y religiosos".
Díez del Corral se refiere al liberalismo de los moderados (y de los progresistas) como "algo enteramente contrario a un régimen democrático". Miguel Beltrán, por su parte, indica que el endurecimiento político durante la década moderada es claro; la represión ejercida desde el poder sobre los progresistas se lleva a extremos de violencia personal, incluso al fusilamiento del enemigo político, y es que se veía a los progresistas, por los moderados, como los representantes del desorden, de la revolución permanente e insaciable, los animadores de las juntas populares, de la milicia nacional, de la extensión del sufragio...
La vuelta a España de la ex-regente, María Cristina de Borbón, en 1844, más que nada es un símbolo de que se renunciaba a todo lo hecho por Mendizábal, Istúriz, Calatrava y Espartero. Una nueva ley electoral, en 1846, limitaba la participación al uno por ciento de los que potencialmente podrían tener derecho al voto. Los "puritanos", ala izquierda del moderantismo y puente hacia los progresistas, estaban dirigidos por Joaquin Francisco Pacheco, jurista, romántico, periodista como tantos otros políticos del siglo XIX, y estos quizá fueron los primeros en proponer un turno de partidos para garantizar el orden burgués y el asentamiento del liberalismo, mucho antes de que Cánovas lo plantease, si es que lo planteó alguna vez, durante el régimen de la Restauración mucho más tarde.
Entre los progresistas también había matices: Manuel Cortina, que había participado en la llegada del "trienio" y colaborado con Espartero, se separó de él desde el bombardeo de Barcelona, para luego representar al sector más moderado del progresismo. Salustiano Olózaga, factótum de la Constitución de 1837, se fue moderando a medida que pasaba el tiempo y ya nunca tuvo nada que ver con el inquieto Espartero. Contra este también estuvieron los primeros republicanos españoles (si es que no tenemos en cuenta a los grupúsculos de las primeras décadas del siglo) pero de sus filas saldrían luego algunos que se comprometieron con las reivindicaciones de las clases trabajadoras y tenderían puentes con los socialistas aún no organizados en un partido.
El nacimiento del Partido Demócrata en 1849 tuvo un gran interés porque hizo ver que otro liberalismo era posible, incluso aceptando la monarquía borbónica. ¿Hasta que punto el nacimiento de este partido está relacionado con la publicación en 1835 de la obra de Tocqueville, "La democracia en América"? Los demócratas de esta época rechazaban el individualismo económico, se abrieron a los problemas de los campesinos, insistieron en los derechos del hombre, fueron partidarios del sufragio universal (en la Constitución de 1869 dejarán su huella) y de una cierta intervención del Estado en las relaciones sociales. Pero entre los demócratas también hubo diferencias: José María Orense, marqués de Albaida, sufrió destierro por intentar derribar a O'Donnell en 1856, habiendo participado cuando joven en el "trienio" como miembro de la milicia nacional, pero no aceptó la elaboración del "Manifiesto Progresista Democrático" que daría origen al partido, mientras que Ordax Avecilla sí participó en él y muchas de sus ideas se reflejaron más tarde en la Constitución de 1869, sobre todo las relacionadas con los derechos individuales. En contacto con Sixto Cámara, ya en línea con el primer socialismo español, se aparta de aquel liberalismo rancio y de cortas miras para adentrarse en presupuestos claramente democráticos.
Los menos avanzados, como Balmes, querían robustecer el poder de la Corona (que es lo mismo que decir el Gobierno) a expensas de las Cortes e incluso, cuando el siglo mediaba, Bravo Murillo quiso que se aprobase una nueva Constitución (como si la de 1845 fuese vieja) por la que las sesiones de Cortes se celebrarían a puerta cerrada, habría senadores no elegidos ni designados ("por derecho propio"), se reducía el censo electoral... Otros como Alcalá Galiano, después de la radicalidad demostrada en el trienio de 1820, vinieron a defender que "en aquellos en quienes está el verdadero y saludable poder social se dé el político", máxima que Cánovas del Castillo no había superado medio siglo más tarde. Por su parte Donoso Cortés, que pasa por ser el gran ideólogo del liberalismo español de la primera mitad del siglo XIX, "rechazaba los progresos materiales [para los demás, pues él ya los disfrutaba] la modernidad y el desarrollo que pudiesen cuestionar la primacía de los intereses morales [una moralidad entendida a su manera] y religiosos".
Díez del Corral se refiere al liberalismo de los moderados (y de los progresistas) como "algo enteramente contrario a un régimen democrático". Miguel Beltrán, por su parte, indica que el endurecimiento político durante la década moderada es claro; la represión ejercida desde el poder sobre los progresistas se lleva a extremos de violencia personal, incluso al fusilamiento del enemigo político, y es que se veía a los progresistas, por los moderados, como los representantes del desorden, de la revolución permanente e insaciable, los animadores de las juntas populares, de la milicia nacional, de la extensión del sufragio...
La vuelta a España de la ex-regente, María Cristina de Borbón, en 1844, más que nada es un símbolo de que se renunciaba a todo lo hecho por Mendizábal, Istúriz, Calatrava y Espartero. Una nueva ley electoral, en 1846, limitaba la participación al uno por ciento de los que potencialmente podrían tener derecho al voto. Los "puritanos", ala izquierda del moderantismo y puente hacia los progresistas, estaban dirigidos por Joaquin Francisco Pacheco, jurista, romántico, periodista como tantos otros políticos del siglo XIX, y estos quizá fueron los primeros en proponer un turno de partidos para garantizar el orden burgués y el asentamiento del liberalismo, mucho antes de que Cánovas lo plantease, si es que lo planteó alguna vez, durante el régimen de la Restauración mucho más tarde.
Entre los progresistas también había matices: Manuel Cortina, que había participado en la llegada del "trienio" y colaborado con Espartero, se separó de él desde el bombardeo de Barcelona, para luego representar al sector más moderado del progresismo. Salustiano Olózaga, factótum de la Constitución de 1837, se fue moderando a medida que pasaba el tiempo y ya nunca tuvo nada que ver con el inquieto Espartero. Contra este también estuvieron los primeros republicanos españoles (si es que no tenemos en cuenta a los grupúsculos de las primeras décadas del siglo) pero de sus filas saldrían luego algunos que se comprometieron con las reivindicaciones de las clases trabajadoras y tenderían puentes con los socialistas aún no organizados en un partido.
El nacimiento del Partido Demócrata en 1849 tuvo un gran interés porque hizo ver que otro liberalismo era posible, incluso aceptando la monarquía borbónica. ¿Hasta que punto el nacimiento de este partido está relacionado con la publicación en 1835 de la obra de Tocqueville, "La democracia en América"? Los demócratas de esta época rechazaban el individualismo económico, se abrieron a los problemas de los campesinos, insistieron en los derechos del hombre, fueron partidarios del sufragio universal (en la Constitución de 1869 dejarán su huella) y de una cierta intervención del Estado en las relaciones sociales. Pero entre los demócratas también hubo diferencias: José María Orense, marqués de Albaida, sufrió destierro por intentar derribar a O'Donnell en 1856, habiendo participado cuando joven en el "trienio" como miembro de la milicia nacional, pero no aceptó la elaboración del "Manifiesto Progresista Democrático" que daría origen al partido, mientras que Ordax Avecilla sí participó en él y muchas de sus ideas se reflejaron más tarde en la Constitución de 1869, sobre todo las relacionadas con los derechos individuales. En contacto con Sixto Cámara, ya en línea con el primer socialismo español, se aparta de aquel liberalismo rancio y de cortas miras para adentrarse en presupuestos claramente democráticos.
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(1) "Clases sociales y partidos políticos en la década moderada (1844-1854", Historia y Política, número 13.
(1) "Clases sociales y partidos políticos en la década moderada (1844-1854", Historia y Política, número 13.
(2) El título procede de la batalla en la que se enfrentaron argentinos y españoles (1815) en el centro de la actual Bolvia, lo que separó definitivamente el alto Perú del naciente Estado argentino.
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