El río Napo nace cerca del volcán Cotopaxi, en plena cordillera andina (Ecuador) para dirigir su curso hacia el sudeste, luego el nordeste y definitivamente hacia el sudeste antes de alcanzar el Amazonas en su curso alto, ya en territorio peruano: son algo más de 1.100 kilómetros de recorrido y el paisaje es de selva y planicie, con el cielo casi siempre nublado y el río avanzando majestuosamente.
Gabriel García Moreno fue Presidente de Ecuador en dos ocasiones, muy católico y favorecedor de la entrada de los jesuítas en el oriente ecuatoriano entre 1860 y 1875, año este último de su muerte violenta. Favoreció a la Iglesia a la vez que se valió de ella para contribuir a la construcción del Estado ecuatoriano. Fueron sobre todo jesuitas españoles y alemanes los que se asentaron en el alto curso del río Napo para llevar a cabo una de las misiones que había sido tan importante en épocas anteriores en otras regiones de América. Ahora ya se trataba de un tiempo nuevo, avanzado el siglo XIX y sin los problemas causados por las autoridades españolas y portuguesas, sin la presencia de "bandeirantes" portugueses, que tanto daño hicieron al sur de Brasil y en Paraguay.
El trabajo realizado por Jaime Moreno Tejada (1) muestra aspectos muy poco conocidos de esa tardía obra de los jesuítas en América, así como del pueblo Napo Runa. Se estudian las relaciones socioeconómicas entre religiosos, indígenas, mercaderes y autoridades en una época de grandes trasnformaciones en Ecuador y en la Amazonía. La población era escasa y las condiciones materiales paupérrimas -dice al autor citado- mientras el caos político y social de finales de la década de 1850 fue favorable a los intereses de los jesuítas. Desde Quito hasta Tena, pasando por Archidona, hay una ruta, primero ascendente, luego descendente, que pasa por Tumbaco, Baeza y otras mínimas problaciones hasta los valles de los ríos Coca y Napo.
La región había sido colonizada lentamente desde el siglo XVI, pero cuando llegó la hora de la independencia, a principios del siglo XIX, las fronteras no se definieron facilmente. En la segunda mitad de dicho siglo era la única región del Amazonas ecuatoriano que contaba con una red de asentamientos que fueron aprovechados por los jesuitas para adaptarse a ellos; es decir, no se trató de las "reducciones" que habían llevado a cabo en siglos anteriores, donde los asentamientos eran de nueva planta. Junto con Archidona y muy cerca Tena, la tercera, más al este, fue Loreto. Los demás "pueblos" eran visitados periodicamente por los jesuitas, siendo esta otra particularidad con respecto a las "reducciones" de siglos anteriores.
A finales de la década de 1880 -dice Moreno Tejada- el número de indios de misión (todos ellos Napo Runa) se calcuó en unos 6.000, pero era una población flotante, y de hecho solo los niños asistían regularmente a la escuela. Las epidemias fueron un factor a tener en cuenta, particularmente la disentería, que apareció en Loreto en 1874, siguiéndole otras durante varios años hasta 1896, la peor de todas.
Los indígenas Napo Runa estaban organizados "de manera horizontal", siendo el "curaca" la máxima autoridad, y el "yachaj" era un chamán, pero el liderazgo estaba muy difuminado. La autoridad de estos funcionó muy debilmente, lo que favoreció la integración de los indígenas en las misiones de los jesuitas. Aquellos creían que estos tenían poderes mágicos como si de chamanes se tratara, con capacidad para infundir males o desgracias a los que no asistiesen a la iglesia. Los jesuitas, por su parte, hacían una diferencia entre viejos y niños, considerando a los primeros como "casos perdidos" si de indoctrinarlos se trataba. Era a los niños a los que se dedicaron fundamentalmente, recibiendo estos clases en quechua y castellano, gramática española, aritmética, historia religiosa y caligrafía. Los niños aprendían carpintería y las niñas corte y confección.
Los niños, además, trabajaban para sus familias en huertos o "chacras", pero como no siempre vivían en los lugares donde se encontraban los jesuitas, en algunos casos fueron internados en las misiones de estos. En el momento en que más estudiantes estuvieron a cargo de los jesuitas se llegó a 1.462, según Moreno Tejada. Pero uno de los aspectos más negativos, y que traería problemas a los jesuitas, fue la práctica del castigo físico, aunque parece ser que solo "in extremis". Los niños internos se levantaban a las cinco de la mañana y lo primero que hacían era asistir a misa. La misión se nutría de algunas ayudas del Gobierno -que pronto dejaron de llegar- donaciones de benefactores y la ayuda de la red internacional de colegios y procuras jesuíticas. Estos resucitaron una vieja tradición: el cobro en especie de bodas y fiestas ("camaricos"), recibiendo gallinas, huevos y oro en polvo; este se extraía de los ríos en las proximidades de Loreto. La moneda oficiosa era, desde tiempos coloniales, el lienzo, material muy querido por los indígenas para fabricar ponchos.
Algunos indígenas se dedicaron al comercio practicando las ventas forzadas con otros, mientras que los comerciantes blancos les trataban con crueldad sin más miramientos. Esto llevó a una rebelión indígena en 1892, pero no solamente contra los que abusaban, sino contra los jesuitas que practicaban violencias. El caucho fue el principal producto objeto de comercio y la ciudad peruana de Iquitos, en el Marañón, ejerció una especie de liderazgo comercial en torno a la cual giraron otras poblaciones, entre ellas las del Alto Napo.
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(1) "Microhistoria de una sociedad microscópica: aproximación a la misión jesuita en el Alto Napo (Ecuador), 1870-1896", Revista Complutense de Historia de América, vol. 38, 2012.
La región había sido colonizada lentamente desde el siglo XVI, pero cuando llegó la hora de la independencia, a principios del siglo XIX, las fronteras no se definieron facilmente. En la segunda mitad de dicho siglo era la única región del Amazonas ecuatoriano que contaba con una red de asentamientos que fueron aprovechados por los jesuitas para adaptarse a ellos; es decir, no se trató de las "reducciones" que habían llevado a cabo en siglos anteriores, donde los asentamientos eran de nueva planta. Junto con Archidona y muy cerca Tena, la tercera, más al este, fue Loreto. Los demás "pueblos" eran visitados periodicamente por los jesuitas, siendo esta otra particularidad con respecto a las "reducciones" de siglos anteriores.
A finales de la década de 1880 -dice Moreno Tejada- el número de indios de misión (todos ellos Napo Runa) se calcuó en unos 6.000, pero era una población flotante, y de hecho solo los niños asistían regularmente a la escuela. Las epidemias fueron un factor a tener en cuenta, particularmente la disentería, que apareció en Loreto en 1874, siguiéndole otras durante varios años hasta 1896, la peor de todas.
Los indígenas Napo Runa estaban organizados "de manera horizontal", siendo el "curaca" la máxima autoridad, y el "yachaj" era un chamán, pero el liderazgo estaba muy difuminado. La autoridad de estos funcionó muy debilmente, lo que favoreció la integración de los indígenas en las misiones de los jesuitas. Aquellos creían que estos tenían poderes mágicos como si de chamanes se tratara, con capacidad para infundir males o desgracias a los que no asistiesen a la iglesia. Los jesuitas, por su parte, hacían una diferencia entre viejos y niños, considerando a los primeros como "casos perdidos" si de indoctrinarlos se trataba. Era a los niños a los que se dedicaron fundamentalmente, recibiendo estos clases en quechua y castellano, gramática española, aritmética, historia religiosa y caligrafía. Los niños aprendían carpintería y las niñas corte y confección.
Los niños, además, trabajaban para sus familias en huertos o "chacras", pero como no siempre vivían en los lugares donde se encontraban los jesuitas, en algunos casos fueron internados en las misiones de estos. En el momento en que más estudiantes estuvieron a cargo de los jesuitas se llegó a 1.462, según Moreno Tejada. Pero uno de los aspectos más negativos, y que traería problemas a los jesuitas, fue la práctica del castigo físico, aunque parece ser que solo "in extremis". Los niños internos se levantaban a las cinco de la mañana y lo primero que hacían era asistir a misa. La misión se nutría de algunas ayudas del Gobierno -que pronto dejaron de llegar- donaciones de benefactores y la ayuda de la red internacional de colegios y procuras jesuíticas. Estos resucitaron una vieja tradición: el cobro en especie de bodas y fiestas ("camaricos"), recibiendo gallinas, huevos y oro en polvo; este se extraía de los ríos en las proximidades de Loreto. La moneda oficiosa era, desde tiempos coloniales, el lienzo, material muy querido por los indígenas para fabricar ponchos.
Algunos indígenas se dedicaron al comercio practicando las ventas forzadas con otros, mientras que los comerciantes blancos les trataban con crueldad sin más miramientos. Esto llevó a una rebelión indígena en 1892, pero no solamente contra los que abusaban, sino contra los jesuitas que practicaban violencias. El caucho fue el principal producto objeto de comercio y la ciudad peruana de Iquitos, en el Marañón, ejerció una especie de liderazgo comercial en torno a la cual giraron otras poblaciones, entre ellas las del Alto Napo.
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(1) "Microhistoria de una sociedad microscópica: aproximación a la misión jesuita en el Alto Napo (Ecuador), 1870-1896", Revista Complutense de Historia de América, vol. 38, 2012.
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