Castro de las Merchanas, Lumbrales, Salamanca |
Parece que los especialistas están de acuerdo
en considerar que la conquista romana de Gallaecia estuvo motivada por la
explotación minera. Una vez que Roma pierde el control sobre el noroeste
peninsular, los diversos grupos sociales existentes en el siglo V de nuestra
era (hispano-romanos, indígenas, plebe rural, campesinos, etc.) adoptan
distintas actitudes ante la invasión sueva. La fuente principal pero no la
única es Hidacio, coetáneo de los hechos, obispo y autor de una crónica.
Según Pablo de la
Cruz Díaz Martínez[1]
durante el Bajo Imperio el campo desempeñó el papel determinante, mientras que
la contradicción fundamental se dio entre la aristocracia terrateniente y el
campesinado dependiente jurídicamente. Estos campesinos sufrieron la
explotación señorial y se vieron abrumados por impuestos que fueron creciendo
en momentos de dificultad, lo que provocó tensiones y descontentos. Salviano,
otra fuente del siglo V, habla de cómo la gente huía hacia los bárbaros (los
suevos, que serían considerados salvadores) o se integraba en las revueltas
bagaudas, aunque dicho autor debe de hablar más bien de otras áreas
geográficas.
Por su parte Orosio, que estuvo en Gallaecia en
los primeros años de la invasión sueva, dice que los campesinos preferían
llevar una vida sometida a a los suevos que seguir pagando los abusivos
impuestos romanos. Es probable que fuese la misma debilidad del resino suevo
–dice el autor al que sigo- la que le forzase a realizar continuas campañas de
saqueo en interior de Gallaecia. A partir de 430 y hasta 469 dichos saqueos,
enfrentamientos y acuerdos de paz son constantes. En el primer año citado los
suevos sufrieron no pocas muertes y prisioneros por la plebe, lo que les obligó
al primer acuerdo de paz. Lo que parece claro es que en las décadas centrales
del siglo V no se dio ningún acercamiento entre campesinado y aristocracia
hispano-romana para combatir a los suevos. A veces eran los obispos los que
propiciaban la paz.
Mientras que Casimiro Torres dice que los
castros se abandonaron en tiempos de los suevos, la arqueología,
posteriormente, ha venido a decir lo contrario: los castros siguieron ocupados
y en ellos se renovó la actividad. Este sería el caso de Fiâes[2],
Sanfins[3]
y Lanhoso[4];
el primero fortificado que estuvo ocupado desde la protohistoria y continuó
hasta el siglo V. Otros castros pueden haber sido construidos en esta época,
como el de Crestunha (Gaia, frente a Porto), Eja (Peñafiel) y Alto de Maia.
Ferreira de Almedia, a quien cita Díaz Martínez, dice que el castro de Crestunha
poco o nada tiene que que ver con las fórmulas castreñas, y Rodríguez Colmenero
ha estudiado las nuevas formas de defensa que se pusieron en práctica en los
castros a partir de los siglos III y IV. Los castros parece que no se
abandonaron en ningún momento, a no ser que fueran temporales, y desempeñaron
un papel importante en la oposición a la dominación sueva: un incendio datado
en el siglo V en Fiâes puede estar en relación con esto.
Lo mismo podría decirse de la destrucción de
algunos castros indígenas poco romanizados en la provincia de Salamanca,
florecientes en el siglo V, como el de las Merchanas de Lumbrales y el de Yecla
de Yeltes, muy cerca de la actual frontera portuguesa, destuidos en la segunda
mitad del siglo en medio de las luchas entre suevos y godos.
Los poderosos, contrariamente a lo ocurrido
entre el campesinado, estaban cohesionados, pero debieron de verse más
afectados por la ocupación sueva, no obstante haber subsistido la gran
propiedad, no obstante Sidonio Apolinar[5]
dice que la aristocracia sufrió poco y que sus distritos quedaron intactos.
Cuando el autor al que sigo habla de aristocracia terrateniente incluye a la
jerarquía eclesiástica, mientras que en los días que siguieron a la invasión
las referencias de oposición entre suevos y aristócratas autóctonos son
escasas. En 459 algunos nobles fueron masacrados y en 465 los suevos entraron
en Cantabria y se apoderaron de los bienes de un noble llamado Cántabro. En
otras ocasiones aparecen colaboraciones entre nobles y suevos, como es el caso
de un tal Lusidio, que ayudó a que aquellos entrasen en Lisboa.
Los nobles, según el segundo concilio de Braga
(572) construyeron iglesias en sus propiedades para aprovecharse de sus rentas,
son las llamadas iglesias propias, que estaban fuera de la administración
episcopal. El texto Biclarense[6]
nos habla de la invasión del rey godo Leovigildo de los montes Aregenses y el
apresamiento de Aspidius, el noble del lugar, pero no sabemos la localización
de dichos montes, quizá en la región León-Ourense. Los nobles tendrían
ejércitos privados y ello les permitió mantener la herencia institucional
romana.
Las ciudades en Gallaecia no fueron más que
núcleos urbanizados pero donde las actividades agropecuarias fueron dominantes
gracias al trabajo agrícola en su entorno. Los suevos no conocían la vida
urbana antes de entrar en contacto con Roma, según Ammniano Marcelino[7]
y esto mismo dice Orosio, pero eligieron Braga como capital, pues era una
importante ciudad romana, pero la etapa de mayor debilidad del reino suevo
permitió a los godos saquear algunas de sus ciudades: Braga en 455, Astorga y
Palencia en 456, Lugo en 460, Coimbra en 465 y 468 y Lisboa en 469, pero no era
la primera vez. Chaves también fue destruida en 460: es la etapa de mayor
concentración de saqueos, lo que para algunos autores constituye la explicación
de la actitud antibárbara de las ciudades.
Hidacio, para referirse a los indígenas de
Gallaecia, utiliza en término “gallegos” en lugar de romanos, quizá porque la
mayoría de la población era indígena. Como ya se ha dicho, la arqueología ha
demostrado la perdurabilidad del hábitat prerromano, y lo mismo podemos decir
de las prácticas religiosas precristianas, pues el clero rural, según Valerio
del Bierzo, en el siglo VII, dice que el clero rural seguía consultando a
astrólogos y adivinos. Hidacio nos habla de dos pueblos, los auregenses y los
aunonenses, pero no podemos asegurar los lugares de sus asentamientos. Quizá en
la zona de Ourense los dos, y quizá contribuyesen a que en algún momento los
suevos se tuviesen que replegar a las montañas de Galicia. Estos dos pueblos
fueron independientes del reino suevo y a finales del siglo VI vuelven a dar
muestras de vitalidad: los suevos se enfrentaron en 572 a los runcones, quizá en
la cornisa cantábrica y próximos a los ástures. Los sappos, sometidos por
Leovigildo, quizá vivieron en la zona de Sanabria, o quizá en torno al río
Sabor, afluente del Duero.
[1] “Los distintos ‘grupos sociales’ del noroeste
hispano y la invasión de los suevos”.
[2] En Melgaço, en el extremo norte de Portugal.
[3] En Cabana de Bergantiños, noroeste de la
provincia de A Coruña.
[4] Al nordeste de Braga.
[5] Siglo V.
[6] Juan de Bíclaro fue un clérigo católico del
siglo VI.
[7] Siglo IV.
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