viernes, 31 de julio de 2015

La guerra de Arauco (5)

Visión española de los mártires de Elicura (Alonso de Ovalle) 

La esclavitud de los indígenas se había llevado a cabo como una manera rápida de obtener beneficios económicos con los que compensar los sufrimientos de las campañas, y de forma minoritaria –dice Lázaro Avila- como conmutación de la pena de muerte por rebeldía. Los abusos que se habían llevado a cabo con los indígenas recibieron la crítica y condena de numerosos religiosos, destacando entre ellos el dominico Fray Gil González de San Nicolás (1), “quien en las oraciones que hacía a los soldados les decía se iban al infierno si mataban indios… porque los indios defendían causa justa, que era su libertad, casas y hacienda”. Sin embargo la venta de los indígenas se apoyó en argumentos ideológicos provenientes de influyentes sectores de la Iglesia, razón de más para hacer una clara distinción entre la jerarquía y los misioneros, si bien los franciscanos apoyaron la esclavitud.

Fueron muy numerosos los escritos y pareceres que se enviaron a España solicitando la esclavitud de los araucanos y entre ellos cabe destacar el “Tratado de la importancia y utilidad que hay en dar por esclavos a los indios rebelados de Chile”, del licenciado Melchor Calderón; el “Papel sobre la esclavitud…” de Domingo de Erazo, Fray Reginaldo de Lizárraga (2) y Fray Juan de Vascones.

Todo ello se complicó con las incursiones corsarias que, durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, fueron muy abundantes, pues para justificar el apresamiento y esclavización de los indígenas se les acusaba de connivencia con aquellos. Es la época de Francis Drake, Thomas Cavendish, Andrew Merrick, Richard Hawkins y el holandés Oliver van Hoort, este último a principios del siglo XVII. A principios de esta centuria desarrollaron su labor el jesuita Luis de Valdivia y el clérigo Juan de Villela, el primero con su idea de “guerra defensiva” y el segundo con sus teorías sobre la necesidad de establecer una frontera que garantizase la paz entre indígenas y españoles.

El jesuita Valdivia contó con la frontal oposición de quienes se beneficiaban del negocio de la guerra: comercio de esclavos, botines, remesas de dinero para sostener la contienda, etc. Historiadores chilenos del siglo XIX consideraron a este jesuita poseido de una "obsesión neurótica" en la defensa de los indios. La obra de Valdivia coincidió con una política que en toda la Compañía de Jesús se estaba intentando llevar a cabo sobre el trato a los indígenas, la legitimidad de la conquista de América y su colonización. Quizá Valdivia tuvo noticia de las relaciones y guerra de los chichimecas (3) del centro de México entre estos y los españoles (1550-1600). Valdivia llevó a cabo –con la autorización del rey- una serie de discusiones y parlamentos con los dirigentes indígenas que, si bien aliviaron la situación, a la postre resultaría un fracaso porque nunca hubo confianza entre las partes. 
 
La encomienda, los trabajos personales, los tributos y la codicia de no pocos conquistadores se oponían a la labor de Valdivia. En cuanto a la labor de Juan de Villela, ya se habían ensayado ideas parecidas con los chiriguanos (4) en la gobernación de Santa Cruz de la Sierra, en el centro de la actual Bolivia, durante las guerras guaraníes del alto Paraná y el alto Uruguay, y los asaltos guaycurúes (5) del Gran Chaco. 
 
La ventaja de estos clérigos, sobre todo en el caso de Valdivia, es que conocían la lengua de los mapuche, el mapudungun, por lo que se ganaron la confianza relativa de los indígenas, máxime teniendo en cuenta que Valdivia, por ejemplo, se llegó a adentrar en territorio indígena con muy poca guarnición para su defensa, celebrando dos parlamentos que dieron temporalmente algunos frutos. Valdivia y Villela habían permanecido durante años entre los indígenas y habían demostrado sus buenas intenciones, pero estos distinguían bien entre los clérigos y los hombre de armas. En el año 1612 Valdivia participó en un parlamento con los indígenas en el lugar de Catiray (al sur del río Biobio) y algo más tarde junto al fuerte de Paicaví, pero todo ello se hizo sin la aprobación de los encomenderos y comerciantes de esclavos (aunque sí con la autorización del rey, para lo que Valdivia tuvo amplios poderes). En el internamiento de tres frailes autorizados por Valdivia en el lugar de Elicura (del que habla Ercilla en su “Araucania”) resultaron muertos por los indígenas, desacreditó la política llevada por el jesuita y el fracaso de los parlamentos. Se volvería a la guerra, aunque esta nunca había cesado del todo.
 
      (1) Elicura es un lugar junto al lago de Lanalhue, en Chile.
(2)   Nació en Ávila en 1527 y murió a finales del siglo XVI. Empezó su vida religiosa en el virreinato del Perú y allí defendió a los indios. En 1557 estaba en Chile con el gobernador García Hurtado de Mendoza en calidad de consejero. Sus ideas, según http://www.adorarenespiritu.org/index.php?articulo=94, eran oponerse a justificar la guerra contra los indios, pues la causa de la misma era la conquista de los españoles, considerar que los indios, como los españoles, eran súbditos de un mismo rey, que ni el rey ni el papa tenían derecho a autorizar la guerra contra los indígenas… Así se fue ganando enemigos como el encomendero Alonso Escobar, con quien litigó en el Santo Oficio.
(3)   Nació en Medellín en 1545 y murió en Asunción en 1615. Cronista y obispo de Concepción y de Asunción. Marchó a América con solo quince años acompañado de sus padres. Recorrió un amplio territorio desde Quito a Potosí, Tucumán y Chile. Estuvo en Chuquisaca y se opuso a la decisión del virrey Francisco de Toledo de marchar contra los chiriguanas (guaraníes del sur de la actual Bolivia).
(4)   Conjunto de pueblos que habitaron los territorios centrales del actual México, desde el norte de Zacatecas hasta Guadalajara y Guanajuato.
(5)   En realidad guaraníes emigrados hasta el Gran Chaco.
(6)   Pueblos de las Pampas y la Patagonia asentados en el Gran Chaco.

jueves, 30 de julio de 2015

La guerra de Arauco (4)

Isla de Chiloé, en torno a los 42º sur

A partir de 1598 la guerra más o menos manifiesta se prolongó en la Araucanía hasta 1780 aproximadamente. La captura de indios se correspondía con la captura de españoles por parte de aquellos, pero la política seguida por los jesuitas –con apoyo de la Corona- en las primeras décadas del siglo XVII, permitió el desarrollo del comercio, el mestizaje y la acción misionera. Parece estar demostrado que, a partir de 1656, los enfrentamientos bélicos declinaron, pero dos nuevas y cortas rebeliones tuvieron lugar en 1723 y 1766. La incorporación de la Araucanía a la república de Chile no se produciría hasta la segunda mitad del siglo XIX.

Las relaciones fronterizas entre indígenas e hispano-criollos se consolidaron por algunos cambios que hubo entre los militares españoles, además de las prácticas de los jesuitas. El principal impulsor de esta estrategia fronteriza fue Alonso de Ribera, gobernador de Chile en dos ocasiones (1601-1605 y 1612-1615). Luego fue seguida por Laso de la Vega (1629-1639) que dio órdenes para que un ejército reorganizado avanzase hacia el sur con el fin de socorrer a las ciudades que habían quedado aisladas. En esa época se dieron las batallas de Pilcohué en la que los españoles se enfrentaron a varios miles de indígenas al mando de Butapichón, un toqui mapuche, que fueron derrotados. La batalla de Los Robles contó con la ayuda de indios auxiliares al servicio de los españoles, pero fue favorable a los indígenas, lo que provocó la organización de un poderoso ejército para enfrentarse de nuevo a los araucanos. La nueva batalla tuvo lugar en La Albarrada (1631), venciendo a los toqui Butapichón y Quepuantu. Aún hubo otras batallas que hacen de la Araucanía una tierra imposible para los españoles.

A finales del siglo XVI (1594) un informe de Miguel de Olaverría propuso que se estableciese la frontera en el Biobio y se dejase vivir a los indígenas en libertad, pero Alonso González de Najera (1) propuso, pocos años más tarde, la “guerra toral”, el exterminio y la sustitución de los indígenas por esclavos negros.

Lázaro Avila describe la situación de los españoles en estos años: “desnudos, mal alimentados, casi desarmados y sin perspectivas de recibir de manera inmediata las pagas que se les adeudaban desde hacía varios años, los soldados españoles que prestaban servicio en la Araucanía estaban a la merced de los irregulares envíos de pertrechos, armas y dinero que se comisionaban desde México, Panamá, Lima o España”. Por otro lado –añade- los soldados muertos en las primeras campañas habían sido sustituidos por “maleantes, desertores y presos”. Este personal provocó un sin fin de problemas: motines y alborotos. Los encomenderos los despreciaban porque estaban obligados a facilitar a estos soldados pertrechos y yanaconas. Algunos se fugaban en dirección a Mendoza (hoy en Argentina) para lo que tenían que atravesar los Andes, mientras que otros soldados descontentos terminaban ingresando en las diferentes órdenes religiosas (era la forma de no tener que prestar servicios en la guerra).

“El desánimo y las deserciones –dice Lázaro Avila- comenzaron a cundir de nuevo en el ejército de Arauco; los soldados que eran oriundos de la tierra soportaban con estoicismo las duras condiciones de vida en la frontera, pero los refuerzos que se traían del Perú y Nueva España no debieron de cumplir con las expectativas que se esperaban de ellos. El gobernador Luis Fernández de Córdoba [1625-1629] tildaba a los soldados enganchados en el Perú de gente ociosa y haragana; la mayoría de las críticas que se vertían sobre las compañías de soldados procedentes del Perú se concentraban sobre los numerosos mestizos y mulatos que las formaban”. Incluso se produjeron fugas al campo indígena, llegando a los indios, por este medio, armas blancas y de fuego de los españoles. Los fugados enseñaban a los indígenas el funcionamiento de las segundas.

Se reclutó a la fuerza a convictos, de los que se quejaba al rey un oidor (Hernando Machado): “mil y quinientos hombres españoles, mestizos y mulatos, muchos condenados por delitos, que es como amontonar el estiércol y basura que se barre en todo el Perú y Nueva España, desnudos, descalzos, hambrientos y con mil penalidades…”. Las pésimas condiciones de vida del ejército de Arauco provocaron una nueva modalidad guerrera (que se puso en práctica por ambos bandos): la maloca, término de origen mapuche consistente en asaltos sorpresivos a los ranchos (por parte de los indígenas) para robar y saquear y que fueron adoptados por el ejército español. Ante la dificultad de vencer a los araucanos se llegó a este tipo de enfrentamientos que tiene poco que ver con la guerra y sí mucho con la delincuencia.

(1)   “Desengaño y reparo de la Guerra de Chile”, 1601.
(2)   Fuente: "La transformación sociopolítica de los araucanos", Lázaro Avila.


La guerra de Arauco (3)

Bosque en la ascensión al volcán Chillán (fotografía de Juan José Ibáñez)


En 1557 llegó el nuevo gobernador, García Hurtado de Mendoza, hijo del virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza. El apoyo de este permitió a aquel cambiar el curso de la guerra, asegurando la presencia española hasta la isla de Chiloé, refundó ciudades y fuertes y fundó la villa de Osorno (Lázaro Avila). Se inicia así un período relativamente pacífico, pero casi no hubo año en que no se produjese algún enfrentamiento. Ya no se trataba de una conquista propiamente dicha, sino de una guerra de excesos y devastación por parte de ambos bandos hasta 1580. Los españoles, durante este tiempo, habían consolidado encomiendas y obtenían abundante oro en minas y lavaderos. Además, las demandas agropecuarias del Perú eran satisfechas por la fertilidad de los valles centrales de Chile.

Por esta época también adquirió mucha importancia el centro minero de Potosí (en la actual Bolivia) lo que desvió la atención de varios estancieros desde la Araucanía hasta las alturas bolivianas. Es la época en que se produjo un trasiego de población para abastecer de esta a las zonas que la demandaban, pues las epidemias de viruela asolaron Chile entre 1561 y 1584. La guerra, por su parte, no es considerada por varios historiadores como causa principal de los descensos demográficos, y ello teniendo en cuenta la gran mortandad causada por las armas de los españoles, las matanzas indiscriminadas de mujeres y niños, la destrucción de depósitos de víveres, la esclavitud y los trabajos forzados de los indios. Los esclavos se obtenían mediante incursiones guerreras en territorio indígena para surtir un mercado que cada vez fue a más y que fue permitido por las autoridades españolas para compensar la enorme deuda que tenía con los soldados, a quienes no se pagaba en años.

Aunque en un primer momento Felipe III había legislado contra la esclavitud en Chile (las leyes de Indias del siglo XVI estaban olvidadas para una zona tan belicosa como la Araucanía) los que se beneficiaban de la compraventa de esclavos consiguieron que el rey oficializase la esclavitud en 1608 mediante una Real Cédula, lo que fue apoyado por amplios sectores de la Iglesia. Los esclavos empezaron a ser enviados al mercado de Lima y la demanda se disparó, por lo que aumentaron las incursiones en territorio indígena rebelde incluso con la participación de indígenas aliados de los españoles.

Los gobernadores, alarmados ante el cariz que tomaba el comercio de esclavos, intentaron frenarlo, pues no contribuía a la pacificación de la zona. Uno de los que actuó así fue Martín García Oñez de Loyola desde 1592, que incluso contrajo matrimonio con una coya (en el mundo inca la esposa preferida del emperador -1-). La política de Oñez de Loyola permitió la extracción de oro de las minas de Millapoa, al sur del Biobio, y Angol, pero el trabajo era tan duro en las minas que provocó la gran rebelión indígena de 1598, muriendo durante ella Oñez de Loyola. La batalla de Curalaba es un hito en la historia de la Araucanía y del Chile colonial; la derrota española dio paso a lo que luego se llamó la “guerra defensiva” (2).

Los indígenas de Chiloé (en realidad una isla grande y otras muchas pequeñas) eran los huilliches, cuncos y chonos, estos últimos nómadas mientras que los cuncos eran mapuches sedentarios, e igualmente los huilliches. Alonso de Camargo quizá fue el primero en descubrirla por parte española, cuando venía en 1540 de explorar la Tierra del Fuego y el estrecho de Magallanes, pero no fue sino hasta la gobernación de García Hurtado de Mendoza cuando los españoles llegaron a la posesión de esta isla y otras del archipiélago entre 1558 hasta 1567 por lo menos, encargándose a los jesuitas la evangelización de sus habitantes.


(1)    Es curiosa la vida de esta mujer, Beatriz Clara Coya, que fue internada en un convento de Cuzco hasta que su madre la recogió, muy niña, para intentar casarla con un rico español. De nuevo al convento hasta que fue preguntada si deseaba seguir en él o contraer matrimonio, siendo esto último lo elegido por la joven de quince años, y así llegó a manos de Oñez de Loyola, al que acompañó a Chile.
(2)    Fuente: "La transformación sociopolítica de los araucanos", Lázaro Avila.


La guerra de Arauco (2)



Río Biobio en Chile

Aunque Valdivia y los suyos consiguieron derrotar a los indígenas en los cerros de Chillox, cerca de Valparaíso, capturando incluso a su jefe, los levantamientos no cesaron entre 1541 y 1544: en el valle del Aconcagua, en los alrededores de Santiago, que fue sometida a cerco, y al sur del río Maipo (todo en el centro del actual Chile). Los indígenas basaron su lucha en los pucarás o fortificaciones, así como en quemar los campos cultivados y, cuando procedía, la huída a las montañas no controladas por los españoles. Los picunches, sin embargo, propusieron el abandono de los asentamientos indígenas al norte del río Maipo demostrando con ello el establecimiento de una frontera con los españoles. Esto fue aprovechado por Valdivia para tomar un fuerte en Angostura.
 
Los españoles recibieron en 1543 refuerzos llegados desde Perú; al mando estaba Alonso de Monroy que, a cambio de su colaboración, recibiría tierras y encomiendas, aunque murió dos años más tarde. De todas formas los lonkos, jefes mapuches con funciones religiosas, se dieron cuenta de que los españoles no eran invencibles. 
 
Lázaro Avila considera que los españoles no dispusieron de muchas armas de fuego, por lo que no fue esto el factor decisivo en sus victorias, sino disponer de caballos, que los indígenas llegarían a tener también. A partir de la segunda mitad del siglo XVI fueron adquiriendo armas españolas (fundamentalmente blancas), mientras Valdivia fundaba en la bahía de Talcahuano la ciudad que luego sería Concepción, verdadero centro neurálgico para los ataques españoles desde este momento. Siguió un febril proceso de fundación de ciudades: La Imperial en 1551, Valdivia y Villarrica en 1552 y Angol en 1553. También se constituyeron plazas fuertes como Arauco, Tucapel y Purén, las dos primeras en las proximidades del Bíobio y la última más al sur. 
 
Al norte del Bíobio, en lo que ahora es Concepción, se descubrieron las minas de oro de Quilacoya, lo que llevó a la ambición sin tener en cuenta, al parecer, el peligro que corrían los españoles en la zona. De todas formas la colonización de estas regiones fue apresurada y débil, además de que la temprana distribución de encomiendas llevaría a la primera gran sublevación indígena, la de 1553. Las condiciones de trabajo a las que eran sometidos los indios la explican, y la muerte de Pedro de Valdivia en la lucha hizo que a los mapuches se unieran los huillinches del sur. Cuatro años de rebelión obligó a los españoles a despoblar las ciudades de Concepción, Angol y Villarica. Un ejército español al mando de Francisco de Villagra no fue eficaz, pues hubo disensiones entre este, Rodrigo de Quiroga y Francisco de Aguirre.
 
Al frente de los indígenas estaban los jefes Lautaro y Caupolicán, que morirían en esta contienda, pero en la batalla de Marigueñu, Villagra sufrió una derrota con muchos soldados muertos y teniendo que despoblar Concepción. Francisco de Aguirre luchó también en la conquista del noroeste de Argentina, habiendo participado en el saqueo de Roma en 1527. Rodrigo de Quiroga participó en la exploración del Gran Chaco con Diego de Rojas, teniendo la confianza de Valdivia. 
 
El indígena Lautaro fue un mapuche que participó en 1550 en la batalla de Andalién, cerca de Concepción, viendo los abusos que Valdivia cometió contra los mapuches (mutilaciones). No obstante, al año siguiente, Lautaro colaboró con Valdivia en la construcción de los fuertes de Cautín y Villarrica, pero se fugó de la vigilancia del español. Los cronistas le retratan con una gran habilidad como guerrero y como líder militar.

Caupolicán fue un toqui mapuche (líder militar) al que se refiere Alonso de Ercilla en su obra. Tras la muerte de Lautaro los mapuches fueron derrotados en la batalla de las Lagunillas, cerca de la desembocadura del Bíobio; entonces fue elegido Caupolicán como toqui, participando en las batallas de Millaraupe y de Cañete, en la región del Bíobio. Las dos batallas fueron favorables a los españoles, huyendo Caupolicán en la segunda pero, perseguido, fue apresado y muerto tras la batalla de Antihuala (1558). Una muestra de la crueldad de la época es que el toqui mapuche fue empalado, orden que dio Alonso de Reinoso cuando era corregidor de Cañete.
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Fuente: "La transformación sociopolítica de los araucanos...".

miércoles, 29 de julio de 2015

La guerra de Arauco (1)

Yanaconas (imagen tomada de (tarifawilsoninternacional.blogspot.com.es/2013/05/yanaconas-y-mitayos-colonia-e-imperio.html)

De los pueblos indígenas de América que más resistieron a la dominación española están los de la mitad sur de Chile, los araucanos, que en realidad eran un conjunto de pueblos con denominaciones y establecimientos distintos en aquellas regiones. Los más conocidos son los mapuches, pero también colaboraron con ellos los pehuenches, picunches, huillinches, promaucaes y otros.

Cuando los españoles llegaron a la zona en la primera mitad del siglo XVI, con Almagro a la cabeza y luego con Valdivia, sufrieron no pocas derrotas, si bien los historiadores notan una diferencia entre el trato dado a los indígenas por el primero (más cruel) y el segundo. La primera incursión fue en el año 1535, provocándose una serie de choques armados que, al prolongarse en el tiempo dio ocasión a que el jesuita Diego de Rosales y el también clérigo Juan Ignacio Molina más tarde, hablasen del “Flandes Indiano”, en referencia a la prolongada lucha que la monarquía española tuvo que librar en Europa.

Rosales vivió durante el siglo XVII y nos ha dejado una “Historia general del reino de Chile”. Estuvo en Chile, concretamente en la Araucanía, desde 1629 y fue capellán de un ejército español, lo que le permitió ver los acontecimientos en primera línea. Como otros clérigos españoles aprendió la lengua mapuche, el mapudungun, lo que le permitió participar en la política inspirada por los jesuitas de no hacer la guerra total contra los indígenas, sino parlamentar sobre lo que se deseaba por parte de los españoles. Tal política, después de una década más o menos, resultó un fracaso, pues se volvió a la guerra.

Juan Ignacio Molina fue un criollo, pues nació en Chile, en la región central del río Maule, dejándonos importantes informaciones sobre historia, geografía y naturaleza, viviendo entre los siglos XVIII y XIX. Puede decirse que fue un ilustrado que donó sus bienes para la fundación de una biblioteca en la ciudad de Talca, región del río Maule.

Pedro de Valdivia, que hoy se tiene como el fundador del Chile criollo, consiguió establecer una frontera (en realidad una amplia región) cuyo límite estaba en el río Biobío, hasta que se produjeron las grandes sublevaciones indígenas de 1553, cuando Valdivia perdió la vida, y 1598, cuando la perdió el gobernador Oñez de Lozoya, abandonando los españoles la mayor parte de los asentamientos en dicha frontera (según Lázaro Avila). Las derrotas fueron de tal calibre que los españoles mostraron un cierto desinterés por ocupar aquel territorio tan bien defendido por los indígenas, comenzando entonces la captura de esclavos que llevó a los jesuitas a proponer aquella política de “parlamentos” de la que hemos hablado.

Valdivia contó con la colaboración de Manco Inca (Manco Cápac II) y los españoles le nombraron “emperador inca”, en realidad una ficción porque los españoles no renunciaron a dominar las regiones de su mando. De nada le sirvió aquella colaboración porque terminó siendo víctima de los españoles en 1544. Los territorios recorridos por Valdivia y sus huestes habían pertenecido a los incas, pero cuando avanzaron más al sur tuvieron que enfrentarse a los promaucaes (cuyo nombre ya significa en lengua quechua salvaje). Estos indígenas formaban parte del grupo de los picunche, habitantes entre los ríos Maipo y Maule.

Valdivia, por su parte, había cometido abusos contra los indígenas del valle de Coquimbo, bajo dominación inca (región costera en el centro-norte de Chile) y así hizo cuando avanzó más al sur. La intención militar era llegar a controlar el estrecho de Magallanes, hostigado por corsarios holandeses e ingleses. La otra intención era el oro, del que se tenía información por los “cateadores” incas: lavaderos de Marga-Marga, cerca de Santiago, y minas al sur del río Maipo, Quilacoya (en Concepción), La Imperial, Valdivia y Villarrica (denominaciones posteriores). Antes de todo esto Valdivia había tenido que recorrer el desierto de Atacama y, más al sur, fundó la que sería capital, Santiago del Nuevo Extremo. Para ello contó con la colaboración de algunos mitimaes cuzqueños (avanzada inca para defender fronteras, entre otras funciones). Es el momento en que empezamos a tener noticia del cacique Michimalonko, jefe de los mitimaes y al servicio de Francisco Pizarro.

Viéndose jefe pero sometido a los españoles, que cometían no pocos abusos, Michimalonko se levantó al frente de los picunches contra aquellos (1541). Con los españoles colaboraron yanaconas, siervos incas, que consiguieron derrotar al cacique picunche, el cual se retiraría para volver a Chile años más tarde y firmar la paz, quizá comprendiendo que no quedaba otro remedio que “convivir” con los españoles. 
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Fuente: "La transformación sociopolítica de los araucanos", Lázaro Avila.

viernes, 24 de julio de 2015

Apoderados indígenas en Bolivia

Lago Titicaca en Bolivia

Los apoderados son una figura legal cuya misión consistía en la defensa de las tierras arrebatadas a los indígenas por gobiernos republicanos y terratenientes durante el siglo XIX. Pilar Mendieta (1) ha estudiado esta figura y las funciones que desarrollaron apoyándose en uno u otro partido según sus conveniencias. En este marco se produjo la rebelión de Pablo Zárate Willka en 1899, llegándose a un conflicto armado de grandes proporciones.

Mientras que los gobiernos criollos quisieron llevar a cabo una política de privatización de las tierras comunales –antes en manos de los indígenas- los indios lucharon por conservarlas y aquí el papel de los apoderados. “El objetivo del trabajo –dice Pilar Mendieta- tiene como finalidad explicar la dinámica de las alianzas entre los apoderados y los sectores contarios a Mariano Melgarejo en 1871. Este militar fue presidente de Bolivia entre 1864 y 1871, habiendo llegado a la más alta magistratura mediante un golpe de estado que derrocó al general José María de Achá. “Su gobierno se caracterizó por sus actitudes arbitrarias como, por ejemplo, su enemistad con el ex presidente Manuel Isidoro Belzu al cual asesinó”.

Los apoderados de indígenas apoyaron a José Manuel Pando, militar que llegaría a ser Presidente de Bolivia entre 1899 y 1904. La apelación a la justicia fue una de las armas de los indios y sus apoderados, al mismo tiempo que la fuga, la resistencia pasiva y la conjura armada (seguimos a la autora citada). La lucha indígena contra el poder establecido venía de época colonial, pues al fin y al cabo son criollos descendientes de europeos los que heredan el poder –en todo el sentido de la palabra- de las autoridades españolas. El régimen republicano abolió las figuras del cacique y el kuraka, estableciendo que la representación ante el Estado debía ser individual, no colectiva, tal y como estaban organizados los indios. La lucha por la tierra está en el núcleo de estos conflictos ya que esa tierra fue pasando, más o menos rápidamente, a manos de ricos hacendados.

Ya Simón Bolívar, en 1824, intentó romper con la integridad de la comunidad indígena estableciendo la propiedad individual de la tierra (decreto de Trujillo) y aboliendo la propiedad comunal. Dicho decretó quedó en suspenso pero el gobierno de Antonio José de Sucre (1826-1827) se inspiró en él para su política fiscal (2), que también quedó en suspenso debido a la oposición de gran parte de la población.

Simón López, indígena letrado de Poopó (3), fue acusado de inclinar a los indígenas para que se opusiesen a la realización de un catastro (1826) y los apoderados del grupo étnico Sacaca solicitaron que se les librase de los impuestos por las ventas de sus productos. Se trata de una lucha entre los que querían construir un estado basado en los principios del liberalismo económico y quienes querían defender sus formas de vida tradicionales, al menos en dicho plano económico. Más tarde –dice Pilar Mendieta- los apoderados de los ayllus (comunidades) de Omasuyus (4) pidieron al gobierno que se les devolvieran las tierras ilegalmente usurpadas en 1807 por el cacique Mariano Titoatahuichi.

En 1874 el gobierno promulgó la ley de Exvinculación por la que se decidía acabar con las comunidades indígenas, la cual entró en vigor después de la guerra del Pacífico (1879-1880) con el gobierno de Narciso Campero. Entonces las comunidades indígenas iniciaron en un período de gran beligerancia y malestar, con muchos conatos de rebeldía. En un memorial –dice Pilar Mendieta- que los apoderados dirigen al presidente de la República, señalan que se nos mira “como seres de distinto género y muy semejantes a las bestias”, lo cual quiere decir que el prejuicio sobre los indígenas por la clase dirigente criolla no había desaparecido. Según la autora, en las ciudades de La Paz y Oruro, donde el partido liberal tenía más adeptos, las elites convivían de manera más cercana con los aymara… pero no por ello menos racista. Sobre los aymara opinaban los liberales que eran indefensos e ignorantes. El periódico “El Imparcial”, en 1889, publicó lo siguiente: “Hay un ser infeliz, que ocupa el último escalón de nuestra sociedad en la que desempeña el triste papel de esclavo: el pongo (5). No hay ser más desgraciado que él, criado de los criados y esclavo de todos; tiene que sufrir con estoica resignación los golpes de los amos y los insultos de sus compañeros indio (sic) como él, pero superiores desde que mascullan el castellano y visten de bayeta” (el subrayado es mío).  

Una ley de 1883 eximió a las comunidades de las “revisitas” para que los funcionarios del Estado hiciesen mediciones de tierras que los indios consideraban suyas, pero solo en el caso de aquellas que hubiesen sido adquiridas en época colonial, lo que planteaba el problema de poder o no exhibir los títulos, labor en la que se esmeraron los procuradores acudiendo incluso a los archivos.

Pero las comunidades indígenas, según señala la autora a la que sigo, no estaban tan cohesionadas como cabría pensar: hubo diferencias entre sus miembros porque también había diferencias entre unos individuos y otros. Existían quienes cultivaban una menor cantidad de tierra que los llamados indios originarios. “He sido atacado por una turba de indígenas encabezadas (sic) por Bruno Collque allanando a mano armada mi domicilio en esta dicha mi excomunidad (Cota-Cota)”, dice uno. 

Territorio de la población aymara


En otro orden de cosas las relaciones entre vecinos y comunidades indígenas se establecían mediante el “compadrazgo”; a él recurrían los vecinos para conseguir mano de obra gratuita y los indígenas se aprovechaban de dicha institución para conseguir ayuda en pleitos a cambio de su apoyo clientelar. Figuras claves en este “compadrazgo" eran unos mediadores directos entre los partidos y las comunidades: el mandón, el corregidor, el párroco y los tinterillos. El mandón era una especie de “comunicador” que explica las consignas del partido. El corregidor era el responsable del cobro de contribuciones. Los párrocos se valían de su influencia espiritual y los tinterillos eran abogados a quienes los indígenas recurrían para ayuda legal, pero aún con todo este entramado, la historia social de Bolivia estuvo repleta de conflictos, porque no se había (ha) superado la esencial discriminación entre el criollo y sus afines y el indio…

(1)   “Caminantes entre dos mundos…”, 2006.
(2)   Militar venezolano y presidente de Bolivia.
(3)   En del departamento de Oruro, al oeste del país.
(4)   En la parte boliviana del lago Titicaca.
(5) Vive en una hacienda con permiso para explotar la tierra.


miércoles, 22 de julio de 2015

Los indígenas se guardan la ropa

Vista parcial de Chuquisaca (actual Sucre), al sur de Bolivia


La historiadora María Luisa Soux (1) ha publicado un interesante artículo en el que hace un repaso –a la vez que aporta su interpretación- sobre el papel de los indígenas del alto Perú (actual Bolivia) durante el proceso de independencia de la corona de España. No está claro –creo- que la intención de los indígenas fuese política en el conjunto de acciones que les llevaron a ser más o menos protagonistas, aunque sí está claro, como en otros muchos casos, que las intenciones que tuvieron fueron sociales, es decir, mejorar sus condiciones fuese cual fuese el que mandase: la nueva oligarquía criolla o la nobleza española.

La sublevación que se dio en la región entre 1809 y 1812 les llevó –según la autora citada- a plantearse las cosas desde su perspectiva, es decir, mantener un equilibrio entre las dos partes en conflicto, sin tener intención alguna de crear un estado, con lo que ello implica, independiente de la monarquía hispana. Si esto es así, las intenciones políticas de los grupos indígenas no existieron. Lo que sí parece probado es que pretendían el acceso a la tierra y protestaron contra el nombramiento por la corona de los caciques, contrariamente a como había ocurrido anteriormente. La participación de los indígenas protobolivianos se incorporó al trabajo de las juntas independentistas que se formaron en Chuquisaca y La Paz. Las dos ciudades pertenecían al Virreinato del Río de la Plata en las fechas citadas, así como a la Audiencia de Charcas.

La autora señala que el fracaso de los objetivos indígenas marcaron el devenir de la independencia, quedando estos excluidos en la actual Bolivia. Es muy interesante la observación que se hace en el artículo que comento sobre la denominación que se fue dando a los indígenas en los diversos textos legales a partir de la independencia: mientras que comúnmente se hablada de indios, en la Asamblea constituyente de 1826 algunos fueron partidarios de que no se les denominase de forma alguna, ya que debían ser considerados como el resto de la población (criolla), mientras que otros quisieron llamarles indígenas para marcar diferencias respecto de la época colonial. Así se hizo durante la primera etapa de la república independiente, o bien “casta indigenal”. A partir de 1952 se les llamó campesinos, prueba de que no habían salido de esa condición, y en los últimos años se habla de “pueblos originarios”. Esto nos sirve para considerar que no ha habido una verdadera integración entre los diversos grupos que formaron la Bolivia antigua.

La autora cita la obra de Alipio Valencia (2) quien, desde una visión materialista, muestra al indio como la víctima de ambos ejércitos, el independentista y el realista. Para este autor la población indígena estuvo y estará explotada durante la república y la participación de los indios en las revueltas fue por motivos ajenos a los de las clases dirigentes. Por su parte, Charles Arnade (3) señala la ambigüedad de la población indígena, sobre todo condicionada por las facciones internas en ella, apuntando a que la participación en las revueltas constó de una clara motivación aventurera, es decir, aprovechar el momento para saltarse las opresoras leyes. René Arze (4) señala que los indígenas tenían objetivos propios, tenían un “programa popular” formado de razones económicas y sociales, no políticas. Marie Danielle Démèlas (5) aporta una visión interesantísima: el “awqa” (tiempo de la guerra) era algo así como un destino religioso… la guerra aimara sería “el enfrentamiento de dos principios absolutamente opuestos [siendo el desenlace] la victoria total o la derrota sancionada por la muerte”.

Paisaje próximo a Oruro

Los indígenas se incorporaron a la revuelta cuando “la percepción de la injusticia se hizo insoportable” y lo hicieron de dos formas diferentes: organizándose de forma autónoma o aliándose con los insurgentes criollos. Si veían que no tenían opciones de triunfo, se retiraban “buscando cumplir lo estrictamente necesario con los dos grupos en pugna”.

Eric Van Young, a quien cita María Luisa Soux, señala que, para el caso de México, los propósitos campesinos de participar en la contienda fueron únicamente incidentales … y no encauzados hacia la conformación de un Estado-nación, en una visión que el autor citado llama “localocéntrica”. Por su parte James Scout señala que “los campesinos, siervos, esclavos, negros, prisioneros y demás grupos que ocupan los escaños más bajos de la escala social no pueden tomar el riesgo que implica un desafío abierto y frontal al sistema… De hecho, están menos interesados en cambiar las grandes estructuras del estado que en lograr que en su vida cotidiana y concreta el sistema les agreda lo menos posible”.

Las posiciones indígenas variaban constantemente, de forma que existieron comunidades o ayllus que apoyaban a uno u otro bando, e incluso familias que apoyaban a los dos ejércitos (creo por mi parte que esta es la prueba más evidente de que –al menos entre parte de los indígenas- no había intención política, sino aspiración a la supervivencia).

La autora a quien seguimos aquí cita el caso del mulato Francisco Ríos, alias el “Quitacapas”, que promovió un levantamiento popular en Chuquisaca. Fue apresado en Oruro, al oeste de la actual Bolivia y a más de 3.700 metros de altitud. Cuando se le juzgó, la cholada (los indígenas) asaltaron la casa de una autoridad. Otros intentos no fructificaron y luego siguió la represión de los cabecillas. En Toledo (1809) se dio otro movimiento (cerca de Oruro) que tuvo como motivo aparente el nombramiento por la corona de caciques “cobradores advenedizos”. A fines de dicho año un conflicto interno enfrentó a dos familias, los Titichoca, a la cabeza de la cual se encontraba Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca, y los Cayoja, con Pedro y Domingo Cayoja al frente.


(1)    “Insurgencia y alianza: estrategias de la participación indígena en el proceso de independencia en Charcas. 1809-1812”, 2009.
(2)    “El indio en la independencia”.
(3)    “La dramática insurgencia de Bolivia”.
(4)    “Participación popular en la independencia de Bolivia”.
(5)    “La invención política. Bolivia, Perú y Ecuador en el siglo XIX”.

lunes, 20 de julio de 2015

Españoles cautivos de los mapuches

Como cabe suponer, en la conquista y colonización de América no todo fueron triunfos para los españoles y, más tarde, otros europeos. Una de las zonas donde la resistencia indígena fue más tenaz y duradera es la mitad sur del actual Chile, donde vivían mapuches, huilliches y pehuenches. Los mapuches fueron llamados auca por los incas y araucanos por los españoles. Los huillinches eran los mapuches del sur, donde la tierra chilena se abre para que penetre en ella el océano. Los pehuenches vivían en las alturas andinas, pero siempre en la zona central del actual Chile.

Carlos Lázaro Avila (1) que cita a otros autores, ha estudiado el trasiego entre españoles que fueron capturados por los mapuches y los indígenas que fueron capturados por los españoles en una frontera que no fue fácil traspasar a estos últimos durante varios siglos. La mitad norte de Chile sí estuvo en manos españolas desde finales del siglo XVI (Óñez de Loyola) pero Valdivia no consiguió avanzar más al sur desde su llegada a mediados de la citada centuria y muerto en la batalla de Tucapel.

Las guerras con los españoles causaron, según el autor citado, mermas en la tasa demográfica de los indígenas; los capturados de uno y otro lado fueron sometidos a esclavitud en la mayor parte de los casos, muchos fueron desnaturalizados forzosamente y en medio de estos fenómenos no faltaron incursiones de corsarios y piratas ingleses y holandeses. El conjunto llevó a los grandes levantamientos indígenas de 1598 y 1655, dándose el caso de españoles, indígenas y mestizos que huyeron a territorio araucano para intentar sobrevivir (hambre o evitar la justicia). Los españoles que pudieron ser liberados tuvieron una complicada reincorporación y aceptación en la sociedad de origen, considerados en algunos casos como desertores o mal vistos por estar indianizados, y pocos fueron los que han dejado testimonio de una experiencia favorable cuando fueron cautivos: el “Cautiverio feliz” de Francisco Núñez de Pineda y la “Declaración de Fray Juan Falcón”, fraile dominico que estuvo catorce años prisionero entre los mapuche. Otra minoría fueron los negros, que habían sido llevados a la zona por traficantes de todo tipo.

El cronista González de Nájera relata “el gran desastre que se había producido en los asentamientos indígenas al sur del río Bío-Bío tras la muerte de Óñez de Loyola" (sublevación de 1598). El Bío-Bío nace en las alturas andinas para ir en dirección norte, después de varios giros, y desembocar en el Pacífico, entre Concepción y San Pedro de la Paz. Uno de los primeros testimonios sobre capturas de españoles por indígenas es a partir de la batalla de Curalaba (al norte de Valdivia), victoriosa para los mapuches, que inició la llamada guerra defensiva de los españoles y una política de diplomacia con los mapuches.

También está atestiguada la temprana captura de mujeres por parte de los mapuches, que llevó a Fray Pedro de Sosa a escribir: “…teniendo en su poder más de quinientas mujeres españolas nobles en tan miserable cautiverio, abusando de ellas con tan grande infamia y afrenta nuestra”. No muy distinto a lo que ocurría con los indígenas que caían en manos de españoles.

Los mapuches ponían en práctica los “malones”, ataques rápidos de muchos guerreros y por sorpresa, pero no solo contra los españoles, sino contra otros pueblos indígenas. En estos ataques capturaban también niños y ponían en práctica, como los españoles en su caso, la dispersión de los prisioneros; pero no siempre se actuó con crueldad. Según Lázaro Avila, hay ejemplos de trato humanitario: todavía en época de Valdivia alguien escribió para el virrey del Perú: “un indio se mostró agradecido que no haviéndose hallado en el cruel estrago, vino al día siguiente preguntando por un niño i una niña, hijos de su encomendero que lo era el Coronel Francisco del Campo, rescató los muchachos cogiéndolos en las ancas de su cavallo los sacó a parage seguro y volvió a matar a los españoles”. Por su parte, las autoridades españolas llegaron a elaborar listas de cautivos para su posterior rescate, labor en la que participaron activamente los jesuitas.

Aunque los historiadores ponen en duda las cifras que manejaban los conquistadores españoles sobre cautivos, quizá para dar mayor dramatismo y/o heroísmo a sus acciones, algunas fuentes hablan, para el año 1599, de una captura de 422 mujeres y niños, mientras que otros hablan de 600 mujeres cautivas de los mapuches. El historiador Gabriel Guarda aporta el dato de, para 1664, 331 cautivos, entre los que había hombres, mujeres y 29 religiosos. Pero también fueron cautivos negros, mestizos y yanaconas (siervos algunos de los cuales eran negros). Los indígenas de Purén, asentados al sureste del lago Lanalhue, eran especialmente belicosos, lo que costó a los españoles un enorme esfuerzo para seguir con su política de diplomacia ante la imposibilidad de someter a estos pueblos.

El río Bío-Bío, en la región fronteriza

Los cautivos de los mapuche recibían el mismo trato que los cautivos de los españoles: drásticos cambios de vida, trabajos, “palos y bofetadas” según Fray Juan Falcón; en cuanto a las mujeres con frecuencia se las desnudaba “diciéndoles viles afrentas sin que se conmoviesen los bárbaros (oyendo lástimas, ruegos i lágrimas) [y] daban de palos a la triste cautiva i decíanle: Señora, por qué no barres, por qué no cocinas, por qué no vas a cortar leña” (relación para el Virrey del Perú). Se integraba a los cautivos de manera forzosa y se les obligaba a hablar el mapudungun, la lengua mapuche, de forma que los descendientes de estos cautivos llegaban a no saber hablar castellano.
 
Los mapuches marcaban con hierro a los cautivos y les obligaban a “arar, cavar y labrar la tierra”, pero en ocasiones recibían buen trato, como es el caso –dice el autor al que seguimos- del desertor Gaspar Álvarez, “que además de ser sombrerero sabía leer y escribir, por lo que era utilizado por los mapuche para la concertación de los tratados de paz”. La mujer cautiva cumplió un importante papel en la economía mapuche, pues realizaba muchas labores productivas, ayudó a la introducción de cultivos que mejoró la dieta mapuche y soportó un gran peso en las comunidades indígenas. 
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(1) “Los cautivos en la frontera araucana”. El mapa ha sido tomado de http://www.weichafe.cl/index.php?id_cms=12&controller=cms&id_lang=3


domingo, 19 de julio de 2015

El traficante de esclavos Mansilla de Lugo


Fortín en la isla de Arguín, frente a la costa mauritana
En el siglo XVI hubo un tráfico esclavista entre Canarias y Berbería, en el noroeste de África. En el mismo participaron personajes de toda condición, pero en nuestro caso se trata de alguien que había recibido formación universitaria, al menos tal y como ha podido investigar Alejandro Cioranescu (1). El autor relata como se realizaban estas operaciones: “se cogían por sorpresa unos cuantos moros o berberiscos, por medio de un desembarco repentino… se traían a las Islas” y luego se volvía a Berbería en son de paz para ofrecer la libertad de los presos a cambio de dinero, mercancías o de esclavos negros bozales.

Según Cioranescu, Mansilla de Lugo debió de ganar bastante dinero con la actividad esclavista, la cual gozaba en aquellos tiempos de gran consideración. Mansilla fue, además, teniente de gobernador, síndico personero y padre de huérfanos (esto último consistía en tener a su cargo niños abandonados). Era piadoso y pagaba en esclavos las mandas pías dejadas en testamento por su madre. “Nuestro personaje, y sus contemporáneos con él, vive a diario dentro de este absurdo, que es lo normal para ellos”.

En las andanzas por Berbería no todo fueron éxitos para Mansilla: empezó con la actividad esclavista en el año 1555 con un rotundo fracaso, aunque en esta ocasión se trató exclusivamente de rescatar a unos cristianos capturados por los africanos. En un primer momento se necesitaba, para este tipo de actividades, licencia de la Inquisición, pero más tarde, desde 1556, fueron los gobernadores de las islas los que recibieron esta competencia. Para poder “negociar” con los africanos se llevaban adalides o “lenguas”, intérpretes, normalmente africanos (moriscos) que ya estaban asimilados por los españoles.

No existía, para aquellos hombres, contradicción alguna entre la práctica esclavista y la pertenencia a una cofradía religiosa, como es el caso de un tal Blas Lorenzo, que era miembro de la del Santísimo Sacramento. Cuando se producían las capturas se repartían los africanos a partes desiguales, según el capital invertido o la actividad desarrollada por cada uno de los negreros, que también actuaron en la cosa de Guinea. Para cada navío se contrataban hombres de armas (30 en una ocasión) algunos de los cuales eran arcabuceros, pero también ballesteros y otros “soldados de lanza y tarja” (un escudo grande). También solía ir un cirujano en la expedición.

Los barcos iban cargados de bizcochos (120 quintales en una ocasión), botas de vino, agua, cahíces de cebada (2), caballos, pólvora las y las “pelotas que fuere menester", varias arrobas de aceite, vinagre, varios quintales de queso, ajos, cebollas y otros productos.

Los barcos recorrían las costas de Río de Oro (región de Villa Cisneros, al sur de la costa del Sahara occidental), Cablo Blanco (hoy en el extremo norte de la costa mauritana) la isla de Arguín, próxima a la costa de Mauritania donde los porgugueses tenían un fortín, y Guinea. El desembarco se hacía en lugar adecuado y luego se entablaba contacto con las agrupaciones de nómadas africanos (aduares). Los esclavos capturados se vendían en las islas Canarias en pública almoneda, repartiéndose el botín entre los expedicionarios españoles. Uno de los que anduvo en negocios de este tipo con Mansilla fue Juan Perdomo, fundador de Taganana, en el extremo norte de la isla de Tenerife.

Entre 1575 y 1580 se encontraba Mansilla en Lisboa pero no volvió a Canarias. Sus deudos –dice Cioranescu- lo tenían por muerto en 1581. 
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(1)   “Melchor Mansilla de Lugo, un licenciado negrero (1526-1575)”.
(2)   El cahiz es una medida de capacidad para grano y otros productos sólidos. En Castilla equivalía a 666 litros.

viernes, 17 de julio de 2015

Molecôes, moleconas y otros esclavos en Brasil

Manolo Florentino (1) ha hecho un estudio (entre otros de su especialidad) sobre las estrategias de los hacendados brasileños (concretamente de Rio de Janeiro) para garantizar a medio y largo plazo la pervivencia de mano de obra esclava cuando Inglaterra empezó a exigir -con todos los matices- el cese de la trata negrera entre África y América. El período que abarca su estudio es entre 1789 y 1850. 

Lo primero que constata es el desequilibrio entre los sexos, siendo muchos más los esclavos varones que las mujeres, sin duda porque podían realizar los trabajos más duros. Esto trajo consigo la dificultad para garantizar la reproducción, a medio plazo, de esclavos suficientes para continuar con la explotación en las plantaciones. Se hacía necesario traer de África, sobre todo de Congo y Angola, más mujeres y, sobre todo, niños y adolescentes (de ambos sexos) para que a los pocos años pudiesen tener descendencia destinada a las plantaciones. 

Si la esclavitud ha sido una institución deplorable (aunque ya sabemos que no debemos juzgar con criterios actuales mentalidades y actuaciones pretéritas) planificar la reproducción de los esclavos en el lugar de destino (en este caso Río de Janeiro) es el colmo de la degradación moral (al menos desde una perspectiva actual). Las sociedades africanas solían retener a las mujeres jóvenes para garantizar también la reproducción, un elemental sentido de supervivencia colectiva. 

Entre los años 1789 y 1831el tráfico negrero entre África y Río de Janeiro fue en aumento excepto entre 1810 y 1815, probablemente por los disturbios napoleónicos. De unos 7.500 esclavos entre 1789 y 1791 hasta más de 30.000 entre 1830-1831. El autor citado hace el estudio para esclavos entre 15 y 40 años y para haciendas con veinte o más esclavos. El % de mujeres, sin embargo, fue en descenso durante el mismo período: del 55 al 30%.

Entre 1810 y 1831el tanto por ciento de niños (menores de 12 años) fue en aumento desde un 3 hasta un 10% en relación al total de negros llevados a Río desde África. En el mismo período, el % de mujeres en relación al total de adultos también aumentó: de un 21% a un 22 (mismo período). En cuanto al % de niños (en el mismo período) descendió drásticamente entre 1810 y 1815 para "recuperarse" desde un 2% a un 41 del total de africanos llevados a Río. 

A principios de 1815 los británicos acordaron (u obligaron) con los portugueses que se debía abandonar el tráfico negrero al norte del Ecuador. Al mismo tiempo se confería a Inglaterra (sobre el papel a cualquier potencia) el derecho de apresamiento de negreros que actuasen al norte del Ecuador. El nuevo gobierno portugués, cuando parte de la familia real había huído a Brasil, no descartó seguir con el tráfico negrero, pues lo contrario arruinaría al país y significaría su suicidio político -dice Manolo Florentino. Debe tenerse en cuenta que con la ocupación napoleónica de la península Ibérica, los Bragança constituyeron en Brasil el "Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve". La reina María, el regente Juan y un buen número de nobles se pusieron a buen recaudo contra Bonaparte en la colonia.

El autor al que seguimos aporta otros datos interesantes para comprender el fenómeno que aquí estudiamos: las niñas menores de 14 años (meninas) los niños de las mismas edades (meninos) las mujeres adultas (entre 15 y 40 años) y los hombres adultos (mismas edades) experimentaron un aumento en el precio de sus personas como esclavos hasta más que quintuplicarlo entre 1810 y 1831, cuando el tratado entre Inglaterra y Portugal que puso término al tráfico negrero fue en 1826. 

La adquisición de "meninos" a un precio creciente demuestra la "apuesta empresarial" por garantizar el trabajo de esclavos a medio plazo. La compra de "meninas" demuestra el interés empresarial por garantizar la reproducción de seres humanos destinados a la esclavitud (también a precio ascendente) y la adquisición de adultos permite ver la intención empresarial de garantizar al trabajo y la reproducción inmediata. 

Un episodio que narra Florentino pone de manifiesto el desarraigo sufrido por los negros africanos llevados a Brasil (aparte la explotación inmisericorde a que fueron sometidos): a un negrero llamado Pedro Antônio se le escapó un esclavo que consiguió huir desde Brasil y regresar a África, posiblemente como marinero del navío "Mariana". "Aún rapaz [decía una carta consultada por el autor] el astuto Domingos [nombre del esclavo] era alto, marcado por la viruela... y tenía un defecto en un ojo". Pedro Antônio pidió la captura y reenvio de Domingos a Río, pero ofreció como opción su manumisión a cambio de tres o cinco "moleques" (niños). No sabemos la suerte de Domingos pero sí la de miles de esclavos que dejaron sus vidas jóvenes en América: un esclavo, si pasaba de los treinta años, era viejo para lo que de él se esperaba. 
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(1) "Uma lógica demográfica elástica: o abolicionismo britânico e a plantation escravista no Brasil..."