Isla de Chiloé, en torno a los 42º sur |
A partir de 1598 la guerra más o menos
manifiesta se prolongó en la
Araucanía hasta 1780 aproximadamente. La captura de indios se
correspondía con la captura de españoles por parte de aquellos, pero la
política seguida por los jesuitas –con apoyo de la Corona- en las primeras
décadas del siglo XVII, permitió el desarrollo del comercio, el mestizaje y la
acción misionera. Parece estar demostrado que, a partir de 1656, los
enfrentamientos bélicos declinaron, pero dos nuevas y cortas rebeliones
tuvieron lugar en 1723 y 1766. La incorporación de la Araucanía a la república
de Chile no se produciría hasta la segunda mitad del siglo XIX.
Las relaciones fronterizas entre indígenas e
hispano-criollos se consolidaron por algunos cambios que hubo entre los
militares españoles, además de las prácticas de los jesuitas. El principal
impulsor de esta estrategia fronteriza fue Alonso de Ribera, gobernador de
Chile en dos ocasiones (1601-1605 y 1612-1615). Luego fue seguida por Laso de la Vega (1629-1639) que dio
órdenes para que un ejército reorganizado avanzase hacia el sur con el fin de
socorrer a las ciudades que habían quedado aisladas. En esa época se dieron las
batallas de Pilcohué en la que los españoles se enfrentaron a varios miles de
indígenas al mando de Butapichón, un toqui mapuche, que fueron derrotados. La
batalla de Los Robles contó con la ayuda de indios auxiliares al servicio de
los españoles, pero fue favorable a los indígenas, lo que provocó la
organización de un poderoso ejército para enfrentarse de nuevo a los araucanos.
La nueva batalla tuvo lugar en La
Albarrada (1631), venciendo a los toqui Butapichón y
Quepuantu. Aún hubo otras batallas que hacen de la Araucanía una tierra
imposible para los españoles.
A finales del siglo XVI (1594) un informe de Miguel
de Olaverría propuso que se estableciese la frontera en el Biobio y se dejase
vivir a los indígenas en libertad, pero Alonso González de Najera (1) propuso,
pocos años más tarde, la “guerra toral”, el exterminio y la sustitución de los
indígenas por esclavos negros.
Lázaro Avila describe la situación de los
españoles en estos años: “desnudos, mal alimentados, casi desarmados y sin
perspectivas de recibir de manera inmediata las pagas que se les adeudaban
desde hacía varios años, los soldados españoles que prestaban servicio en la Araucanía estaban a la
merced de los irregulares envíos de pertrechos, armas y dinero que se
comisionaban desde México, Panamá, Lima o España”. Por otro lado –añade- los
soldados muertos en las primeras campañas habían sido sustituidos por
“maleantes, desertores y presos”. Este personal provocó un sin fin de
problemas: motines y alborotos. Los encomenderos los despreciaban porque
estaban obligados a facilitar a estos soldados pertrechos y yanaconas. Algunos
se fugaban en dirección a Mendoza (hoy en Argentina) para lo que tenían que
atravesar los Andes, mientras que otros soldados descontentos terminaban
ingresando en las diferentes órdenes religiosas (era la forma de no tener que
prestar servicios en la guerra).
“El desánimo y las deserciones –dice Lázaro
Avila- comenzaron a cundir de nuevo en el ejército de Arauco; los soldados que
eran oriundos de la tierra soportaban con estoicismo las duras condiciones de
vida en la frontera, pero los refuerzos que se traían del Perú y Nueva España
no debieron de cumplir con las expectativas que se esperaban de ellos. El
gobernador Luis Fernández de Córdoba [1625-1629] tildaba a los soldados
enganchados en el Perú de gente ociosa y haragana; la mayoría de las críticas
que se vertían sobre las compañías de soldados procedentes del Perú se
concentraban sobre los numerosos mestizos y mulatos que las formaban”. Incluso
se produjeron fugas al campo indígena, llegando a los indios, por este medio,
armas blancas y de fuego de los españoles. Los fugados enseñaban a los
indígenas el funcionamiento de las segundas.
Se reclutó a la fuerza a convictos, de los que
se quejaba al rey un oidor (Hernando Machado): “mil y quinientos hombres
españoles, mestizos y mulatos, muchos condenados por delitos, que es como
amontonar el estiércol y basura que se barre en todo el Perú y Nueva España,
desnudos, descalzos, hambrientos y con mil penalidades…”. Las pésimas
condiciones de vida del ejército de Arauco provocaron una nueva modalidad
guerrera (que se puso en práctica por ambos bandos): la maloca, término de
origen mapuche consistente en asaltos sorpresivos a los ranchos (por parte de
los indígenas) para robar y saquear y que fueron adoptados por el ejército
español. Ante la dificultad de vencer a los araucanos se llegó a este tipo de
enfrentamientos que tiene poco que ver con la guerra y sí mucho con la
delincuencia.
(1) “Desengaño y reparo de la Guerra de Chile”, 1601.
(2) Fuente: "La transformación
sociopolítica de los araucanos", Lázaro Avila.
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