Del trabajo publicado por Carmen María Fernández Nadal (1) se deduce que durante el siglo XVII (puede decirse lo mismo en la siguiente centuria) las grandes potencias marítimas, España, Inglaterra, Francia, Holanda y Portugal, siguieron una carrera de enfrentamientos, diplomáticos en el caso estudiado por la autora, para obtener ventajas sobre las riquezas de América y el comercio que se podía establecer en ella.
La enemistad de Luis XIV con la monarquía española (los reyes de España eran de la misma familia que los emperadores germánicos) fue un primer condicionante para que los embajadores españoles pudiesen defender los intereses de la monarquía frenta a Francia e Inglaterra, pronto aliadas contra España. El tratado firmado en Dover en 1670 entre las dos monarquías no tuvo nada que ver con España, pero de resultas, la monarquía española quedó afectada. Dicho tratado, en realidad, servía a los intereses de Francia sobre los Países Bajos y el rey inglés Carlos II Estuardo pretendía la ayuda de Francia para vencer al anglicanismo en su país.
Ya desde 1604 España firmó un tratado con Inglaterra para no hostilizarse en el comercio con América: España mantendría el monopolio sobre las tierras colonizadas e Inglaterra no daría patentes de corso, lo que reiteradamente fue inclumplido, y prueba de ello son los sucesivos tratados firmados entre ambas potencias marítimas, violados uno tras otro, sobre todo por Inglaterra, que era la que quería entrar en un comercio monopolizado "de iure" por los españoles. Hubo otro tratado en 1630 y otro en 1656, este último firmado por el rey Carlos II Estuardo en el exilio (su reinado efectivo no empezó hasta 1660) que, dando muestra de su debilidad y para conseguir la ayuda española, dejó abierta la posiblidad de restituir a España la isla de Jamaica, que había sido atacada por ingleses a finales del siglo XVI, a principios y mediados del XVII, hasta que en 1655 cayó definitivamente en manos inglesas (obra del cuáquero, inteligente y nogociante William Penn, ayudado por el marino Robert Venables).
Siguieron otros tratados entre Inglaterra y España entre 1660 y 1680, lo que demuestra la ineficacia de unos y otros, pues siempre Inglaterra como estado o piratas ingleses, atacaban intereses españoles en América, intereses que podían ser puestos en cuestión -sobre todo a partir de como fueron adquiridos- por parte de cualquiera.
Jamaica, como se sabe, nunca volvió a manos españolas, lo que a los nativos pocó importó, pues daba igual ser explotados por unos o por otros. España, por su parte, siempre defendió en los tratados con Inglaterra que los acuerdos a los que se llegaba incluían América, a lo que Inglaterra se resistía. Era demasiado el botín potencial como para renunciar a él.
Hubo numerosas instrucciones dadas a los embajadores españoles en Inglaterra, tanto en el caso de que su monarquía decidiese atacar intereses españoles en América como si no. Algunos de los episodios consistieron en ataques de ingleses a navíos españoles con palo de Campeche y tabaco. El primero es un árbol originario de Yucatán de cuya madera se obtiene un tinte rojo; su importancia estribaba en la utilidad para la industria textil, entre otras. La monarquía española se esforzó en defender determinadas costas y puertos en América, pero ello no evitó el asalto inglés as Portobelo (en la costa atlántica de Panamá) y Santa Catalina, en el golfo de Chiriquí (costa pacífica de Panamá). Los embajadores españoles -según la autora a quien sigo- nunca vieron la solución al problema mientras Inglaterra poseyera Jamaica.
Lo que aquí se quiere poner de manifiesto es como el comercio, que en sí mismo es un factor civilizador, fue también objeto de conflictos y enfrentamientos armados entre dos potencias, no aisladas en sus pretensiones, sino incardinadas en la diplomacia de una época tan "mundial" como el siglo XVII.
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(1) "Las negociaciones diplomáticas por las Indias...".
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