En el siglo XVI hubo un tráfico esclavista
entre Canarias y Berbería, en el noroeste de África. En el mismo participaron
personajes de toda condición, pero en nuestro caso se trata de alguien que
había recibido formación universitaria, al menos tal y como ha podido
investigar Alejandro Cioranescu (1). El autor relata como se realizaban estas
operaciones: “se cogían por sorpresa unos cuantos moros o berberiscos, por
medio de un desembarco repentino… se traían a las Islas” y luego se volvía a
Berbería en son de paz para ofrecer la libertad de los presos a cambio de
dinero, mercancías o de esclavos negros bozales.
Según Cioranescu, Mansilla de Lugo debió de
ganar bastante dinero con la actividad esclavista, la cual gozaba en aquellos
tiempos de gran consideración. Mansilla fue, además, teniente de gobernador,
síndico personero y padre de huérfanos (esto último consistía en tener a su
cargo niños abandonados). Era piadoso y pagaba en esclavos las mandas pías
dejadas en testamento por su madre. “Nuestro personaje, y sus contemporáneos
con él, vive a diario dentro de este absurdo, que es lo normal para ellos”.
En las andanzas por Berbería no todo fueron
éxitos para Mansilla: empezó con la actividad esclavista en el año 1555 con un
rotundo fracaso, aunque en esta ocasión se trató exclusivamente de rescatar a
unos cristianos capturados por los africanos. En un primer momento se
necesitaba, para este tipo de actividades, licencia de la Inquisición, pero más
tarde, desde 1556, fueron los gobernadores de las islas los que recibieron esta
competencia. Para poder “negociar” con los africanos se llevaban adalides o
“lenguas”, intérpretes, normalmente africanos (moriscos) que ya estaban
asimilados por los españoles.
No existía, para aquellos hombres,
contradicción alguna entre la práctica esclavista y la pertenencia a una
cofradía religiosa, como es el caso de un tal Blas Lorenzo, que era miembro de
la del Santísimo Sacramento. Cuando se producían las capturas se repartían los
africanos a partes desiguales, según el capital invertido o la actividad
desarrollada por cada uno de los negreros, que también actuaron en la cosa de
Guinea. Para cada navío se contrataban hombres de armas (30 en una ocasión)
algunos de los cuales eran arcabuceros, pero también ballesteros y otros
“soldados de lanza y tarja” (un escudo grande). También solía ir un cirujano en
la expedición.
Los barcos iban cargados de bizcochos (120
quintales en una ocasión), botas de vino, agua, cahíces de cebada (2), caballos,
pólvora las y las “pelotas que fuere menester", varias arrobas de aceite, vinagre,
varios quintales de queso, ajos, cebollas y otros productos.
Los barcos recorrían las costas de Río de Oro
(región de Villa Cisneros, al sur de la costa del Sahara occidental), Cablo
Blanco (hoy en el extremo norte de la costa mauritana) la isla de Arguín, próxima a la costa de Mauritania donde los porgugueses tenían un fortín, y Guinea. El desembarco se hacía en lugar
adecuado y luego se entablaba contacto con las agrupaciones de nómadas
africanos (aduares). Los esclavos capturados se vendían en las islas Canarias
en pública almoneda, repartiéndose el botín entre los expedicionarios
españoles. Uno de los que anduvo en negocios de este tipo con Mansilla fue Juan
Perdomo, fundador de Taganana, en el extremo norte de la isla de Tenerife.
Entre 1575 y 1580 se encontraba Mansilla en
Lisboa pero no volvió a Canarias. Sus deudos –dice Cioranescu- lo tenían por
muerto en 1581.
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(1) “Melchor Mansilla de Lugo, un
licenciado negrero (1526-1575)”.
(2) El cahiz es una medida de capacidad para grano y otros productos
sólidos. En Castilla equivalía a 666 litros.
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