Esta obra es un óleo sobre lienzo de 268 por 110 cm. que se consereva en el Museo del Prado (Madrid) y fue realizada entre 1786 y 1787. En estos años Goya estaba en Madrid intentando introducirse en los círculos aristocráticos. "El albañil herido" es uno de los jemplos de pintura social, no muy abundante en Goya aunque sí tenemos varios ejemplos: "La nevada" muestra a personas humildes atravesando un paisaje nevado; también podemos considerar "El cacharrero", "La conducción de un sillar", "Los pobres en la fuente" y "La boda", entre otros.
En la obra que comentamos ya la pincelada es suelta y los perfiles, aunque más definidos que en otros casos, quedan en segundo plano ante el color grisáceo y oscuro que domina toda la composición, incluso el fondo de nubes, donde el sol no acierta a salir. La estructua del edificio está simplemente abocetada, así como la rueda de una polea y los personajes tienen rostros indefinidos, con los rasgos hechos a base de manchas negras.
Goya tenía entonces unos cuarenta años y se encontraba terminando la primera parte de su larga vida, todavía sin los problemas que luego aquejarían su ánimo y que se ponen de manifiesto en su correspondencia con su amigo Martín de Zapater. Bien es cierto que seis hijos de Goya ya habían fallecido, mientras que solo le quedaba uno vivo que había nacido en 1784. Unos años antes había fallecido su padre pero la sordera no tardaría en atormentar al artista.
Durante el reinado de Carlos III Madrid había pasado de un estado desordenado a una capital con calles empedradas, fuentes y paseos con árboles. El palacio de Buenavista no era el único gran edificio que quedaba sin terminar a finales del siglo XVIII. El de Villahermosa, cuya reforma y ensanche había sido proyectado en 1783 por Silvestre Pérez y Manuel Martín Rodríguez -sobrino este y alumno aquel de Ventura Rodríguez- no se terminaría hasta 1806. Por sus contactos académicos, Goya conocería muy bien a casi todos los personajes notables del arte madrileño. Algunos serían amigos suyos, como Pedro Arnal, que será una de las primeras personas en difundir el interés por los Caprichos en 1799.
Pero estos contactos no evitaron que el espíritu inquieto de Goya dejase de retener algo de su tiempo en la pintura social, tan poco tenida en cuenta en aquella época, pues es tema que más bien cultivarían los pintores realistas del siglo XIX.
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